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miércoles, 6 de marzo de 2024

LADRÓN DE MAPAS. Eduardo Lago

 

    El argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), creó una estética propia y a tal efecto formuló las claves de su composición literaria. Entendió la importante ligazón entre lectura y escritura. Estableció además las dimensiones y límites entre ficción y no ficción, la relación entre crítica y creación, o el importante papel de la traducción. Pienso que todos esos aspectos aportaron a su obra narrativa una calidad muy próxima a lo poético. Esto parece aún más evidente en sus cuentos.

    Y también parece claro que Borges supo sintonizar con muchos de sus lectores, de ahí su fama. Para esa conexión, los aficionados a su literatura precisan de una cierta sensibilidad e intuición, pero sobre todo de una sobrada experiencia lectora. Esto último cierra el círculo entre lectura y creación, entre el escritor y sus lectores.

    Sirva todo lo anterior para introducir el libro que hoy comento y a su autor, el madrileño Eduardo Lago (1954). Si rebuscamos en su biografía encontraremos una sólida formación en filosofía y literatura, una larga experiencia como crítico literario y como traductor de una extensa nómina de escritores norteamericanos. Muy interesado en la estética literaria y en las teorías de la traducción, ha expuesto sus ideas al respecto en tesis doctorales y ensayos. Desde hace varias décadas vive en Nueva York donde ocupa cargos docentes y ejerce como nexo de unión entre la lengua, arte y literatura hispana y americana. Su vocación de escritor fue tardía y en España se dio a conocer con la novela Llámame Brooklyn (2006) que ganó el Premio Nadal de ese año.

    Ladrón de mapas (2008) fue su segunda novela. Si he de juzgar por ella, dos ideas me vienen a la mente: La primera es la intensa inspiración del escritor en la estética borgiana. La segunda, la dificultad, inherente en su estructura, para contactar con un amplio sector de posibles lectores. 

    En mi opinión, la obra incurre en un error muy frecuente en la actualidad: hacer pasar una colección de cuentos por una novela. Para conseguirlo, el escritor introduce en la narración una historia que debe de servir de nexo de unión entre los relatos. La resumiré mediante un extracto de la sinopsis promocional: “Un escritor lanza al anonimato de la red unos cuentos en los que propone un singular pacto de lectura. La joven Sophie acepa el reto y los relatos, enviados por correo electrónico, se despliegan ante sus ojos como mapas misteriosos…”. La protagonista inicia así un viaje que se intercala a modo de largas interrupciones entre los cuentos, sobre todo en el primer tercio del libro, aunque cierra su historia al final. El efecto que se consigue es contrario a la intención aglutinadora de la supuesta novela. En lugar de unir los relatos los disgrega. El pretendido misterio es un tanto vacuo y de escaso interés. El resultado es una lectura farragosa que desanima. En mi caso tuve que abandonar la historia de Sophie, que es como un bosque, oscuro y caótico, que me impedía gozar de los árboles.

    A pesar del grave inconveniente señalado, tengo que admitir que los relatos tienen calidad y se expresan en ese estilo borgiano que a mí me gusta llamar “estética de la cebolla” porque se prestan a una primera lectura bajo la cual se oculta una segunda capa de analogías y simbolismos.

    Los relatos se ubican en una geografía muy variada, en ciudades como Nueva York, muy ligada a la vida del escritor, o a sus experiencias como viajero real o ficticio, sentimental o literario: Entre ellas Trieste, Bombay, África y Rusia. Tampoco presentan unidad temporal. Los cuentos del pasado, con una cronología bien datada, se alternan con otros de antigüedad imprecisa o contemporáneos.

    En los protagonistas de las historias es donde se establece, mediante recursos literarios, el difuso y poroso límite entre realidad y ficción. Algunos son reales o elaborados a partir de noticias de prensa. Otros tienen un alto contenido simbólico y parecen sacados de una fábula. Con frecuencia escritores como Walt Whitman, James Joyce, Frank Kafka o Rudyard Kipling cobran vida en los sueños de los protagonistas, o tienen entidad propia en la memoria o la fabulación de otros. De otra parte, se establecen claro paralelismos entre las experiencias de los personajes y determinadas obras literarias. Tal es el caso del viaje iniciático de Sophie y el de Kurt en el Corazón de las tinieblas de Conrad.

    En cuanto a la técnica narrativa destacaré el recurso a historias dentro de otras, tan típico de Las mil y una noches. Los relatos están divididos en tres bloques. En el primero se ofrecen tres webstories divididas en cuentos de idade vuelta, a modo de continuación unos de otros. En dos de ellos lo trascendente es la crítica del colonialismo europeo. En los dos siguientes bloques de relatos, titulados Cuentos borrados y Cuentos robados, se alternan historias impregnadas de simbolismo y sentido metafórico, con otras cargadas de un dramatismo brutal que evocan a los Cuentos crueles de Villiers de L’Isle-Adam. De los primeros relatos citados trasciende una profunda reflexión sobre la creación artística, expresada en ideas tales como:  la inútil persecución de fama literaria; la importancia de la memoria como factor decisivo en la evolución de la fabulación oral a la composición escrita; la belleza del arte no sujeta a mercantilismo; la ficción, mediatizada por el tiempo, que se convierte en realidad.

    No quiero extenderme más ni establecer paralelismos imposibles y odiosos entre nuestro autor y Jorge Luis Borges. Sólo decir que Eduardo Lago me parece un buen escritor, pero la complejidad de su estilo y en este caso una estructura narrativa equivocada en mi opinión, creo que reducirá su difusión a un minoritario grupo de lectores.

 


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