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sábado, 14 de septiembre de 2024

EL CAPOTE. Nicolái Gógol

    No sabría decir a ciencia cierta si el calor estival aturde las neuronas. Lo cierto es que, desde hace años, dedico estos meses de canícula a lecturas más leves e intrascendentes, menos reflexivas, del estilo de las novelas policíacas o similares. Pero el tiempo no pasa en balde y este verano, por primera vez, he atravesado una evidente depresión lectora. Ningún libro leído, salvo uno muy extenso al que me he obligado por responsable compromiso con mi club de lectura. Una vez terminado, me apetecía leer algo muy breve, un cuento, ni siquiera una colección de los mismos.  Buscando he encontrado éste que hoy comento y, mira por dónde, resulta que está considerado como una obra maestra que ha inspirado a muchos otros escritores.

   No voy a descubrir ahora a Nicolái Gógol (1809-1852) genial novelista, y uno de los que cultivaron el cuento como género indispensable para forjar uno de los cimientos que definen la literatura rusa del siglo XIX. Los contemporáneos consideraron que su obra oscilaba entre el progresismo reformista, crítico con la sociedad zarista, y una eslavofilia conservadora que se refugió en la religión y las tradiciones de su Ucrania natal. Sus dos grandes novelas parecen ilustrar bien ambas tendencias, Las almas muertas (1842) en cuanto a la primera, Tarás Bulba (1835) en la segunda. Ambos títulos son también la muestra de una evolución desde la novela histórica de corte romántico al realismo social.

    El capote (1942), también traducido como El abrigo, está considerado como un cuento redondo, sin grietas. Una trama argumental capaz de desarrollar en muy pocas páginas toda una amplia gama de matices reales y metafóricos. El relato estuvo incluido, junto a otros cuatro, en un libro titulado Historias de San Petersburgo pero, dado su gran éxito, ha sido editado por separado en múltiples ocasiones.

    Es la historia de Akakiy Akákievich Bashmachkin (literalmente “zapato”) un funcionario de bajo escalafón que trabaja como copista. Es muy pobre y tiene que gastarse todos sus ahorros en encargar un nuevo capote para protegerse del duro invierno petersburgués. A partir de ahí se desarrollan los acontecimientos en un tono tragicómico El narrador es otro funcionario testigo, que habla en tercera persona y retrata al protagonista, que socialmente es un don nadie, con trazos caricaturescos pero revestido de una profunda humanidad.

    Tres son los rasgos que definen este cuento: El principal es una profunda crítica de la hipertrófica burocracia zarista. Muy jerarquizada, despótica y cruel en el trato de los subalternos, injusta en cuanto a las diferencias salariales, que favorece la adulación y el servilismo y totalmente ineficaz para gestionar las demandas ciudadanas.

    El segundo aspecto es el humor, ácido e irónico cuando se centra en lo político y social, agridulce en el perfil psicológico del protagonista. Por fin, cuando la historia parece acabar en melodrama, aparece el elemento fantástico. No es equiparable al realismo mágico posterior. Mas bien parece una forma de aliviar la dura crítica política. Algunos dicen que es un intento de burlar la rígida censura zarista.

    La historia tiene una segunda lectura menos explícita. Es la ilusión que la obtención de un bien material genera en el protagonista. Ese objetivo y su consecución cambia totalmente su anodina y triste vida, la ilumina y le da un sentido.

    Se ha dicho que este cuento influyó en las obras de muchos escritores posteriores. Entre ellas se citan algunas que he leído como Bartleby, el escribiente, de Herman Melville, o El proceso de Franz Kafka. En ambas pude percibir, además de la evidente crítica de la burocracia, ese absurdo que con el tiempo pasó a ser conocido como kafkiano.

    Para terminar, una lectura interesante, amena y breve pero no intrascendente, porque al mismo tiempo, y por todo lo antes dicho, añadirá riqueza a nuestros conocimientos de historia literaria y de la literatura rusa en particular.

         

          

 

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