El
acceso de Paolo Giordano (1982) al mundillo literario fue aquello del
dicho: “llegar y besar el santo”. En efecto,
con sólo 26 años publicó ésta, su primera novela, que le hizo famoso. Éxito
de ventas, ganadora de prestigiosos premios y traducida a varios idiomas.
Parece que este joven escritor italiano es además un científico de cierto
nivel, especialista en física nuclear y ha colaborado en causas humanitarias con diversas ONG. Ha publicado desde
entonces dos novelas más y muchos relatos cortos en prensa.
En
mi opinión, La soledad de los números
primos (2008) es un merecido triunfo para un relato original y un tanto inquietante. La historia de un amor imposible entre dos adolescentes, Alice y Mattia, marcados ambos por sucesos terribles ocurridos en su
infancia, secretos inconfesables, de los que imprimen su huella para siempre y los
conducen al aislamiento social y familiar, a una soledad deseada y temida al
mismo tiempo.
El
título, alusivo a las matemáticas, es una metáfora del propio relato. Los
números primos, solo divisibles por sí mismos y por la unidad, aparecen de
forma ocasional sin ninguna relación periódica en la serie de los números. En
algunas ocasiones se presentan como primos
gemelos, es decir, en parejas, pero no de forma sucesiva sino separados por
otro número no primo. Los protagonistas son como esas parejas, arrastran su
soledad y casi contactan sin llegar a juntarse. Se reconocen en su aislamiento,
se comprenden y se atraen, pero el peso de sus secretos y sus traumas les
impide unirse. Son como las líneas paralelas, iguales pero destinadas a no
contactar nunca.
La
trama argumental se desarrolla de forma lineal en el tiempo, dividida en
grandes capítulos, señalados con fechas anuales que encuadran la evolución de
los protagonistas desde la infancia a la edad adulta. Éstos a su vez se
subdividen en otros, numerados y más cortos, que enfocan la acción hacia cada
uno de ellos a modo de escenas muy visuales en lo descriptivo y con diálogos
cortos. El narrador en tercera persona nos muestra sus sentimientos y actitudes
en las que hay de todo; sufrimiento, culpa, autolesión, venganza y soledad.
El
tono del relato no es trágico, pero está salpicado de momentos francamente
angustiosos que pueden provocar inquietud en el lector. Pienso que esto se debe
a que, de alguna forma, nos reconocemos en los sentimientos de los personajes
que, en mayor o menor medida, todos hemos experimentado alguna vez. El deseo
imposible de comunicarse con otros, la atracción frustrada por la timidez, los
pequeños o grandes secretos que guardamos en nuestro interior y nunca
compartimos por vergüenza o miedo a ser juzgados por ellos.
La
soledad de los personajes carece de aspectos positivos, es opresiva, pero en
cierto sentido deseada por los protagonistas como un medio de redención de sus
culpas que en el fondo los conduce a la serenidad y la paz interior. Rechazan
el amor y la comprensión y se conforman con la complicidad de saberse iguales.
En fin, se trata de una
estupenda historia relatada con sencillez, sin artificios literarios, que
agobia en algunos momentos, pero no te deja indiferente y te engancha hasta el
final.
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