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sábado, 12 de marzo de 2011

ELOGIO DE LA OCIOSIDAD. Bertrand Russell


Se ha considerado a Bertrand Russell como el último gran filósofo del siglo XX, pero si atendemos a su extensa producción literaria, a la multiplicidad de saberes a los que dedicó su atención, y al influjo en los acontecimientos políticos de la primera mitad de aquel siglo, yo lo definiría como el último humanista, en el sentido que damos a este término cuando lo aplicamos a los grandes intelectuales del Renacimiento.
Como filósofo fue el fundador de la llamada “filosofía analítica”, una visión positivista que rechaza la validez absoluta y esencial de las verdades metafísicas para centrarse en la claridad del pensamiento y la argumentación, mediante la utilización de los principios de la lógica formal y el análisis del lenguaje. Aplicando la lógica y la filosofía a las matemáticas, propuso numerosas teorías en esta ciencia, y en su monumental obra “Principios de las Matemáticas” formuló un sistema axiomático, una especie de gramática formal, en el cual se pueden fundar todas las matemáticas. Escribió además sobre ética, teoría del conocimiento, filosofía del lenguaje y de la ciencia, religión, teología y política. Fue además activista militante, defensor de causas como el pacifismo, el sufragio femenino, y se opuso a la política de armamento nuclear. Por causa de esta militancia fue encarcelado en dos ocasiones, pero su prestigio le llevó también a ser intermediario en el “conflicto de los misiles” de Cuba en 1962. Bertrand Russell fue  en suma un intelectual de enorme erudición, con una experiencia personal enriquecida tras  numerosos viajes y en contacto con personajes de la talla de Einstein o Lenin. Progresista en sus opiniones políticas y sociales que impregnan su extensa obra literaria de ensayo, desarrollada principalmente en la primera mitad del siglo XX. Su influencia en la intelectualidad europea y occidental ha sido decisiva.
        Su estilo literario se caracteriza por la claridad de la argumentación, el lenguaje sencillo y el análisis, también por una fina ironía y por el recurso a la metáfora didáctica. Pero de todas las cualidades del filósofo británico la que más llama mi atención es su capacidad para anticiparse al futuro. En la antigüedad se decía que los profetas eran hombres inspirados por Dios, pero Russel demuestra que el conocimiento del pasado y un análisis exhaustivo y racional del presente son las premisas que nos facilitan el pronóstico de lo que está por venir. La presente colección de ensayos titulada “Elogio de la ociosidad” es una buena muestra de  lo que digo. Fueron escritos en el periodo de entreguerras (años 20 y principios de los 30), y en ellos predice el conflicto bélico de la Segunda Guerra Mundial, pero también cosas tan actuales como la globalización de la economía, los problemas socioeconómicos derivados de la emancipación de la mujer y su incorporación al trabajo, o la crisis de la familia tradicional.
        La temática de los ensayos es variada pero se pueden destacar varios bloques. En política critica las ideologías totalitarias emergentes en aquella época, comunismo y fascismo. Realiza un profundo análisis de las causas del ascenso al poder de éste último en Alemania. Se declara partidario de un socialismo democrático no marxista, y cuando expone las tendencias que debería seguir un gobierno de esta ideología se comprende fácilmente el fracaso de la socialdemocracia actual en Europa.
En un segundo bloque que podemos llamar  social y económico se analiza la función del trabajo y la necesidad de tiempo libre para el enriquecimiento individual y la civilización. Se critica como absurda la economía basada en el patrón oro, el nacionalismo y el proteccionismo económico. Se proponen modificaciones en la arquitectura para adaptarse a los cambios propiciados por el trabajo femenino en  la familia.
En otro bloque dedicado a temas de educación se critica la basada únicamente en el utilitarismo, que conduce a la homogeneidad cultural y a la falta de capacidad crítica de los ciudadanos. Se defiende la necesidad de una parte de conocimientos llamados “inútiles” que son la base del placer intelectual y de la civilización. Se rechaza la educación autoritaria tradicional y se defiende la basada en la autoridad moral e intelectual. Otros temas que se tratan son los elementos constitutivos de la civilización occidental, el cinismo y escepticismo de la juventud o la actitud estoica frente a los males de la vida.
       
Es la segunda colección de ensayos que leo de este autor y tengo que reconocer que en ninguna de las dos me he sentido defraudado. Son interesantes por su temática, profundos en el análisis, progresistas en las ideas, y amenos de lectura por la sencillez y claridad del lenguaje.

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