El pasado
sábado hemos asistido en el Teatro
Infanta Leonor a un concierto
interpretado por la Banda Sinfónica “Ciudad de Jaén”, una agrupación
formada por jóvenes músicos, estudiantes, y profesores del Conservatorio de nuestra capital. El programa
estaba integrado por piezas musicales muy variadas pero la obra central era el Concierto
de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, en una adaptación para este tipo de bandas que
abundan en instrumentos de viento y percusión pero son deficitarias en los de
cuerda, con ausencia de violines. La gran popularidad de la obra convocó
a mucho público que llenó por completo el aforo. La ejecución fue muy satisfactoria, a pesar de las
limitaciones mencionadas e impuestas por
el desequilibrio instrumental. El solista sobresalió naturalmente en una
composición en la que los solos de guitarra destacan claramente sobre la orquesta. En cuanto al resto de lo
programado, la emotividad de algunas piezas fuertemente inspiradas en la
tradición musical andaluza y la brillantez y espectacularidad de
otras, de autores rusos y americanos, se ganaron el favor del público. La
asociación que patrocina la banda
presentó, a modo de inciso o paréntesis en el programa, una banda infantil de iniciación, en una clara
apuesta por fomentar la educación musical de la juventud
de nuestra provincia. Interpretaron varias piezas cortas que fueron
cariñosamente acogidas por el auditorio.
Sobre el Concierto de Aranjuez poco
podemos comentar que no se haya dicho ya. Su fama traspasó nuestras fronteras y
lo convirtió en la obra musical española más conocida e interpretada en el
extranjero. En mi opinión, lo que hace singular esta composición es su enorme
potencial evocador de imágenes y
sensaciones. Parece como si el
maestro Rodrigo, con esa hipersensibilidad del resto de
sentidos tan típica de los ciegos, hubiera captado las texturas, sonidos, y olores de los
famosos jardines y después de modularlos
con sus propias emociones los hubiera traducido a lenguaje musical. En nosotros la composición opera de la misma forma,
comienza por sugerirnos imágenes y escenas y termina por provocarnos emociones y sentimientos, siempre
subjetivos, en ocasiones cambiantes y evolutivos después de muchas audiciones a
lo largo de nuestra vida. A mí en
particular, el primer movimiento (allegro
con spirito) me traslada al pasado, al
amanecer de un nuevo día en Aranjuez, al despertar de los pájaros en las
alamedas, con los labriegos de camino a los campos y los servidores de los palacios iniciando sus
tareas. El tercer movimiento (allegro
gentile) me hace evocar una baile, un minueto barroco con fuerte influencia
de las danzas populares, bailado por los
nobles cortesanos borbónicos del XIX, vestidos a la moda goyesca. En cuanto al
segundo movimiento, el adagio, sin
duda el más popular y conocido, es el
paseo por los jardines, el rumor de la arboleda agitada por la brisa, el sonido
de las aguas de sus fuentes y el silencioso fluir de las del Tajo, casi un
lago. Antes esta pieza me inspiraba una sensación de romanticismo con un toque
de tristeza, como de amores no satisfechos, ahora evoca para mí la nostalgia de la juventud
pasada. Todas estas sensaciones forman parte de la magia del Concierto de
Aranjuez y son, creo yo, el secreto de su éxito. En resumen, una pequeña joya
que por sí sola justifica y engrandece a Joaquín Rodrigo y lo coloca entre los
grandes de la música clásica.