Es
bastante difícil comentar algo nuevo sobre Charles
Dickens (1812-1870), su vida fue
novelesca en muchos aspectos y su obra es de las más extensamente conocidas de
la literatura universal. La mayoría de los personajes que inventó trascendieron
sus novelas y actualmente los conocemos
a través de múltiples versiones
en comic, cine, y televisión; tal es el caso de Oliver Twist, David
Copperfield, Mrs. Scrooge (Cuento de Navidad), o Charles Darnay
(Historia de dos ciudades). Esta última novela es la única que he leído del
genial escritor inglés y, no obstante, podría comentar el argumento de algunas
otras tal es la popularidad y difusión que han alcanzado en los medios
audiovisuales. La obra de Dickens no se puede encuadrar fácilmente en uno de los
dos grandes movimientos literarios del siglo XIX. Por su crítica de la rígida
estratificación de la sociedad victoriana y la miseria de los marginados en las grandes urbes industriales se han
calificado muchas de sus novelas como “realismo social”, pero sus personajes
están impregnados de un fuerte idealismo y a menudo descritos con tintes melodramáticos,
lo cual le aproxima a postulados románticos. La edición de sus novelas por
entregas y su afición por los relatos góticos también lo posicionan en el
romanticismo.
Chales
Dickens produjo además multitud de relatos cortos que fueron editados en
distintos periódicos y alcanzaron gran popularidad en su momento. Es ésta una
faceta menos conocida del escritor y eso
atrajo mi curiosidad hacia esta antología de cuentos góticos titulada, como es
costumbre, con el primero de la serie, “Para
leer al anochecer”, que tienen como nexo común el ser historias de
fantasmas. De la afición del escritor por los mismos es un ejemplo su popular “Cuento
de Navidad” en el que aparecen hasta cuatro de ellos. Su actitud frente a lo que llama “vida espiritual”, entendida aquí no
como fe y práctica religiosa sino como
creencia en la existencia de
aparecidos y seres de ultratumba, es escéptica. A menudo nos lleva a dudar si
se trata de apariciones fantasmales o hechos casuales (La visita del señor
Testador), y casi todos los relatos
contienen una cierta dosis de ironía que en muchos casos llega a ser parodia (El
letrado y el fantasma), y en ocasiones se describe a los aparecidos con rasgos
grotescos y ridículos.
Como
suele ocurrir en estas recopilaciones, la calidad de los relatos es muy
variable. Algunos tienen un lenguaje
confuso que nos hace pensar en defectos de traducción. Otros contienen
errores quizás atribuibles a la formación autodidacta del escritor. Por citar
uno en concreto; un personaje dice querer arrojar los viejos cuadros de un
palacio genovés al cráter del Vesubio, algo más fácil de conseguir si el palacio
fuera napolitano. En fin, entre cuentos aburridos también encontramos otros
francamente buenos, por citar algunos mencionaremos “El guardavías” inspirado
en un accidente que sufrió el propio autor, el choque ferroviario de Staplehurst
(1865). También son reseñables “La
historia del retratista” y “Cuatro historias de fantasmas”. Todos los cuento
participan de los elementos indispensables en todo buen relato gótico;
edificios ruinosos, viejos palacios, sótanos oscuros, clima tormentoso y
brumoso, vegetación exuberante y umbría etc. No obstante la distancia entre
estos relatos y los de Edgar A. Poe, gran maestro y renovador del
género, es amplia. Estos apenas entretienen mientras que los cuentos de terror
del norteamericano mantienen en todo momento la tensión del lector.
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