Con
cierta frecuencia escuchamos quejas sobre la reducción de lectores en un mundo globalizado
y dominado por los medios audiovisuales, y sin embargo la industria editorial
no parece muy afectada, cada año se multiplican los bestseller y
aparecen nuevos autores. Entre éstos hay una auténtica proliferación de
escritores que no han tenido una formación básica en letras o en ciencias sociales,
como era lo tradicional, sino más bien científico-técnica. Por lo general
descubren tarde su vocación literaria e irrumpen en la producción con novelas de
intriga y suspense (thriller dicen los angloparlantes), en las que lo
importante no es la calidad literaria sino la acción trepidante, escritas con
vocación de superventas y con intención de posterior versión cinematográfica. Este
es el caso de Franck Thilliez un ingeniero informático
experto en nuevas tecnologías que desde el 2004 viene publicando una novela por año, todas policiacas y de serie negra,
con más o menos éxito, que conforman ya
una saga con dos protagonistas de
perfiles bien definidos; una es la policía de provincias Lucie Hennebelle,
de complicada vida familiar, con dos hijas y varios fracasos sentimentales, y
el otro Frank Sharko, un analista de la policía parisina, afectado por
una pasada tragedia familiar y de personalidad paranoica con brotes de
esquizofrenia.
El síndrome E (2010) es la primera de
un par de novelas que el escritor francés ha dedicado a los episodios de violencia
colectiva. Como las mejores obras de serie negra, ésta atrapa al lector desde el comienzo. La trama
argumental, narrada en tercera persona, se inicia con dos relatos distintos que
terminan confluyendo en una única historia. De una parte encontramos una película, un cortometraje de
enigmático origen y tintes sutilmente
perversos, que provoca, mientras es visionada, la ceguera repentina de un
personaje secundario. Por otra parte, se descubren enterrados unos cadáveres a los que se han
amputado las manos y extraído los dientes
para impedir su identificación. Las correspondientes investigaciones terminan
relacionándose y relacionando a los dos personajes principales antes
mencionados que para desentrañar el
misterio tienen que viajar a lugares tan dispares como Canadá y Egipto. La
estructura narrativa se desarrolla como un mosaico o rompecabezas
donde los interrogantes se van aclarando de forma sucesiva para dar paso a
otros nuevos que hay que analizar y contestar. Es
esta concatenación de sucesos lo que
mantiene la atención del lector
mientras la acción se desarrolla de forma lineal, rápida e intensa, y llegamos
al final inesperado, otra de las condiciones esenciales de una buena novela de
este tipo. En esta, cuando todo se ha aclarado y tenemos una conclusión
satisfactoria, el escritor aún nos reserva una sorpresa final en las últimas
líneas. El lenguaje del relato es sencillo, directo y sin pretensiones de calidad.
La portada escogida es muy representativa de todo lo que hay en la historia de
inquietante, perverso, y misterioso. Aunque los hechos investigados pertenecen
al pasado, una breve alusión al presidente Sarkozy sitúa la acción en la
actualidad más reciente. También hay que destacar en el autor una cierta sensibilidad hacia los
problemas sociales, sobre todo cuando describe la pobreza y dignidad de los
habitantes en los barrios marginales del Cairo, o el lóbrego ambiente de los orfanatos canadienses en
los años 50.
Se
trata en definitiva de una buena novela en el marco
del estándar de calidad esperable
y deseable en la novela negra. Conectando con lo dicho al principio, pienso que
actualmente son los lectores de esta literatura de entretenimiento, sin
preocupaciones estilísticas, los que alimentan las listas de superventas. No
sé si
el hábito de la lectura está en retroceso, pero sí parece cierto que el
lector en general no es demasiado sensible a motivaciones ni condicionantes
culturales, estéticos, o formativos. Más bien entiendo que cuando escoge una
lectura sólo busca pura evasión.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUna vez más vuelve a ocurrir: no he leído esta novela pero me gusta leer tus entradas porque, aparte de la información que recibo, tus comentarios y críticas me enriquecen.
ResponderEliminarEn alguna ocasión te he comentado que hay cosas que no comparto: para mí es una virtud el ser capaz de expresar algo con un lenguaje sencillo y directo y no entiendo muy bien eso de las pretensiones de calidad en el lenguaje.
Creo que es importante que alguien lea un libro aunque no tenga motivaciones culturales, estéticas y/o formativas. Lo de la pura evasión, sinceramente, no me parece mal. Mucho menos en los tiempos que corren.
Un saludo. Espero que tengas un buen verano.
Estoy de acuerdo. El entretenimiento es una de las finalidades de la buena literatura,de hecho si revisas mis entradas encontrarás que el 70% de lo que leo es este tipo de literatura de evasión. Pero yo busco además otras muchas cosas cuando leo un libro. Hasta la novela más intrascendente puede aumentar mis conocimientos en muchas materias. En cuanto al lenguaje, no es desde luego el alma de una obra sino su forma, pero la forma también es importante, por su estética, por su simbolismo, porque establece un canal de comunicación y complicidad cultural entre autor y lector. La sencillez siempre es deseable pero en ocasiones un lenguaje culto bien utilizado y sin llegar a la pedantería puede ser interesante. Por poner un ejemplo, una tortilla de patatas bien hecha acompañada de una sangría en el campo puede ser estupendo, pero de vez en cuando necesitamos alguna exquisitez como unas ostras acompañadas de vino de Albariño. Al final, en la literatura todos los platos enriquecen.
EliminarSaludos, te deseo igualmente unas felices vacaciones.
Bueno, la ultima parte de mi respuesta anterior no es un ejemplo sino una analogía y no demasiado buena. Pero ahora si es un buen ejemplo de como una mala forma de expresarse, aunque parezca sencilla y campechana, puede estropear el sentido de lo que queremos decir.
EliminarNo has estropeado nada porque te he entendido perfectamente. Lo que pasa es que a mí me gusta la tortilla de patatas, la sangría y añado una pipirrana, en cualquier sitio. Las ostras y el albariño también, pero son algo excepcional en mi vida.
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