Dino Buzzati (1906-1972), periodista y escritor italiano, entró en la historia de la literatura con esta novela considerada como su obra maestra entre las pocas que constituyen su producción literaria, escrita en su mayor parte durante la primera mitad del siglo XX. Los estudiosos de la misma han destacado su inspiración en corrientes filosóficas y literarias como el existencialismo y el surrealismo, además de la influencia decisiva de Kafka. Sobre esto último poco puedo opinar, apenas conozco la obra del autor checo, pero sí encuentro coincidencias con su novela El proceso. En ambos casos se destacan la los absurdos de la burocracia.
El desierto de los tártaros (1940) es en mi opinión una fábula existencialista. La trama narrativa es en realidad bastante simple. Un narrador omnisciente cuenta en tercera persona la vida del teniente Giovanni Drogo, destinado a una fortaleza fronteriza frente a un desierto. También sus sueños y el anhelo de gloria que un improbable ataque de los tártaros le pudiera propiciar, una especie de destino heroico al que consagra su vida.
La acción se sitúa en una época y lugar
imprecisos, aunque los datos que se aportan (transporte a caballo, lámparas de
petróleo) sugieren el siglo XIX y otros datos recuerdan mucho al imperio
austro-húngaro. Hay que recordar que Dino Buzzati era milanés.
No conviene profundizar en los avatares de
la historia, pero sí destacar lo que el lector comprende conforme avanza en la
lectura; que toda la narración es una alegoría en la que los lugares,
principalmente la fortaleza, el desierto, y los personajes, tienen una segunda
lectura simbólica. En ocasiones la analogía y el símbolo es claramente
manifiesto y en otras muchas puede ser objeto de diversas
interpretaciones, y creo que es precisamente esta posibilidad de lecturas
múltiples la que ha favorecido el éxito de la novela. Para empezar, se ha
supuesto que la historia es una crítica velada al militarismo fascista ya que
fue escrita en 1940 justo cuando Mussolini envió al ejército italiano al desierto
africano a ocupar Abisinia, en una guerra colonial en la que Buzzati fue
reportero. Aunque no se puede rechazar esta suposición, la carga alegórica va
mucho más allá, al terreno de las vivencias, y podemos destacar aspectos como
el inexorable paso del tiempo, la angustia vital y la soledad esencial del ser
humano, la existencia que nos cambia y conforma nuestro destino y no al
contrario, la rueda de la vida o ciclo vital que se repite, el tiempo concebido
como presente continuo, el ansia de libertad contrapuesta a la cobardía que nos
hace acogernos a la seguridad, la imposibilidad de retorno al pasado, etc.
Por otra parte, la novela tiene también un
cierto componente surrealista que se manifiesta claramente en los sueños del
protagonista igualmente cargados de simbolismo. La descripción de paisajes
misteriosos, de ruinas, de brumas y de visiones irreales impregnan el relato de
un cierto tono gótico que lo aproxima a criterios propios del
romanticismo. En el desenlace, el protagonista se redime a sí mismo con un
cierto tono épico, aceptando lo inevitable en una actitud muy próxima a
la ataraxia de los antiguos estoicos.
Para terminar, diré que esta lectura me ha
provocado una cierta sensación de vacío y de desasosiego, pero al mismo tiempo
no puedes dejar de leer porque te hace pensar y de alguna forma te incita a
profundizar en las ideas filosóficas que trascienden lo puramente argumental.
Se trata pues de una buena novela, pero
difícil en cuanto que exige mucho del lector
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