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jueves, 11 de octubre de 2012

CINCUENTA SOMBRAS DE GREY. E.L. James


A menudo en las entradas he mostrado mi reticencia hacia los best seller, pero también mi opiniones sobre la elección de una lectura, que muchas veces está determinada por impulsos hasta cierto punto arbitrarios. Algo de esto último me ha ocurrido con la novela Cincuenta sombras de Grey, de la escritora británica Erika L. James, cuya campaña promocional ha llegado hasta la televisión.  Se ha dicho de ella que ha vendido más copias que la serie de Harry Potter, que es un claro ejemplo de marketing viral, es decir, de difusión boca a boca a través de las redes sociales. Se ha calificado de novela erótica que aborda el tema de las fantasías de sumisión y se destaca su gran éxito entre mujeres norteamericanas de mediana edad al tiempo que los psicólogos tratan de explicar su aceptación por un público mayoritariamente femenino en base a su edición inicial como libro electrónico (privacidad), o las teorías más peregrinas como el peso de la responsabilidad que supone la asunción del poder  por parte de las mujeres emancipadas,  y que la libertad podría ser para ellas una carga.  En fin, me parece absurdo entrar en esas cuestiones pero lo cierto es que el entorno mediático aportaba cierto morbo y me dejé arrastrar por la curiosidad. Ahora me arrepiento de mi elección, pero la lectura es como la propia vida, no siempre se elige bien.
          En mi opinión la obra es una mezcla de novela rosa o sentimental con novela erótica, y en ambos aspectos fracasa estrepitosamente. De la primera, mal llamada también novela romántica ( no confundir con el estilo literario), porque es una historia de amor que reproduce el  tradicional mito de Cenicienta y el príncipe, personificados en una joven e inexperta estudiante pobre que se enamora a primera vista de un rico empresario algo mayor que ella, enérgico, culto, de gustos refinados y algo perverso. Si la historia es de lo más convencional, en su desarrollo aparecen todos los tópicos posibles relacionados con el éxito considerado desde la óptica de la sociedad de consumo;ropa y coches de lujo, helicóptero y avión privado, deportes caros, mujeres accesibles etc. Como es natural, con estos condicionantes la chica queda deslumbrada por la personalidad del galán. 
          En cuanto al carácter erótico de la novela conviene destacar que el erotismo y el porno  son dos aspectos de la sensualidad y la sexualidad a menudo separados por una fina línea fácil de traspasar. El erotismo sugiere, oculta parcialmente y crea así expectación y tensión sensual, mientras que lo porno muestra claramente y apela al sexo. En  las artes audiovisuales es más fácil  distinguir  entre estas dos facetas, pero en literatura es ciertamente más difícil expresar mediante el lenguaje las sutilezas que diferencian ambos  aspectos o puntos de vista.  Desde luego  esta novela no consigue ser erótica. Las escenas de  sexo están narradas de forma demasiado explícita hasta el punto que algún crítico la ha calificado como “porno blando”. Además, el protagonista exhibe en la cama un lenguaje chulesco y crudo que pretende reforzar la impresión de dominación pero que en realidad resulta bastante vulgar.
Con todo  la obra podría ser aceptable y entretenida, aunque bastante previsible,  si no fuera  por  la calidad literaria que es francamente deplorable. El lenguaje abunda en frases hechas que se repiten con insistencia, del tipo de “se me eriza el vello” , “me tiemblan las piernas”“siento mariposas en el vientre”, también  en onomatopeyas como “¡Uau¡” y frases admirativas como ¡¡ menudo cochazo¡¡ y cosas por el estilo. La protagonista femenina narra la historia en primera persona  que en este caso no consigue una mayor proximidad del lector sino que pone de manifiesto lo pueril de los pensamientos de la misma. En los frecuentes monólogos interiores dialoga con su subconsciente  y con su propio deseo sexual a los que personifica. A este último  lo llama de forma cursi y repetitiva “la diosa que llevo dentro”. Los personajes se comunican y dialogan a menudo mediante email  carentes de interés  que parecen más bien un recurso  de la autora  para  rellenar páginas.
          La trama argumental recuerda en bastantes puntos al film  “Nueve semanas y media” (1986) de Adrian Lyne, pero ambas están a años luz de distancia. Esta si era una buena película erótica y la escena del striptease de Kim Basinger bailando una canción de Joe Cocker, ingenuo y sensual al mismo tiempo, es ya antológica en la historia del cine.
          En fin, no dejo de maravillarme del éxito de esta novela. Ante el mismo la autora declaró en su momento la intención, después cumplida, de ampliarla con otras dos que formaron una trilogía, pero ante el final de ésta que deja en suspenso la historia en una especie de “continuará”, resulta claro que la intención de editarla por entregas fue previa al éxito comercial.
          Yo por mi parte aplicaré el dicho de: “como muestra bien vale un botón”. Con este ya he tenido bastante y pienso ahorrarme los otros dos libros que forman la trilogía.

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