Parece un
hecho cierto que los españoles leemos poco y tengo la impresión que sobre
historia aún menos. No me refiero sólo a
las obras consideradas como fuente histórica o a los ensayos de análisis histórico,
más o menos destinados a los círculos académicos; incluso las obras meramente
divulgativas parecen poco atractivas para el público lector. Y no creo que esto
sea producto de una desafección hacia la historia porque entonces no se podría
entender el éxito actual de la novela histórica. Creo que esta aparente paradoja se debe
a varios factores y entre ellos no son de menor importancia las deficiencias de
los sucesivos sistemas educativos que hemos padecido. Es verdad que ya no
se enseña aquella historia de fechas y batallas solo apta para “memoriones”,
propia del periodo pre-democrático, pero
no parece que la enseñanza actual haya mejorado la valoración de la
asignatura que en gran medida sigue siendo considerada tediosa por los alumnos.
Y es que la amenidad en la explicación y en el discurso textual es fundamental
para despertar el interés tanto en el alumno como en el lector. Una forma
de amenizar la historia es desde luego mezclarla con la
ficción pero esto se hace a costa de desvirtuarla y falsearla. Se puede
escribir historia amena y la obra que comento hoy es un clara ejemplo.
Pierre
Grimal (1912-1996) fue un historiador y latinista francés enamorado de
la civilización romana y su herencia cultural. Docente en varias universidades francesas
dejó una importante producción literaria, generalmente ensayos históricos muy
especializados destinados al ámbito académico, pero su entusiasmo por la
cultura romana le motivó también a su divulgación y difusión
entre el público en general y fruto de esa inquietud es este libro, “La civilización romana” (1999). Para
empezar está escrita con un lenguaje sencillo y claro que renuncia
voluntariamente a las notas y citas bibliográficas
a pie de página que, a menudo, desvían la atención del lector, sin renunciar
por ello al rigor histórico y a la documentación que reúne al final del libro
en una muy extensa bibliografía estructurada y organizada en múltiples
apartados que cubren todos los aspectos de la historia y cultura romana. La
estructura de la obra organizada en capítulos no es rígida sino que
un mismo tema se toca en apartados diferentes resultando así flexible e
informal descartando en apariencia una posible intención didáctica.
El contenido del libro, después de un
primer capítulo que repasa la evolución política de Roma, se puede resumir en
el subtítulo del mismo, “vida, costumbres, leyes, artes”. Se analiza así
la evolución política desde la monarquía, pasando por la república hasta el
imperio; la estructura social (gens, patriciado, plebe); se profundiza
en la religión con su carga primitiva de animismo y superstición, su formalismo
al tiempo que tolerancia; el derecho y la constitución política como creaciones
originales romanas; la organización militar y la evolución del ejército; la
lengua y literatura; el problema de la tierra y la evolución hacia un sistema
económico capitalista en el imperio; el urbanismo y las creaciones propias de
la arquitectura; las costumbres y formas de ocio etc. En todos estos aspectos el autor se propone destacar la originalidad del genio romano y desmontar el tópico tradicional de Roma
como heredera cultural de Grecia sin menospreciar, desde luego, la influencia
del pensamiento y la filosofía griega. Su tesis, que expone a modo de
conclusión final, es que el espíritu romano
basado en una serie de virtudes ciudadanas propias, produjo una
civilización original que se enriqueció con los aportes del
helenismo. Sólo en el Bajo Imperio con
lo que hoy llamaríamos globalización cultural y la influencia de las religiones
foráneas, entre ellas el cristianismo, se abandonaron dichas virtudes
propiamente romanas. Para Grimal el fin real de la civilización romana
no se produjo con la caída del último emperador Rómulo Augústulo (476)
sino con el Edicto de Milán de Constantino (313).
A destacar por último el estupendo
análisis etimológico de alguno términos que profundizan y aclaran el sentido de
muchos conceptos. También me han llamado la atención algunas opiniones aportadas por el autor, algunas de ellas
quizás cuestionables como la referente al tratado del Ebro con
los cartagineses al considerar que la frontera no traspasable era la del río
Júcar por una confusión en el nombre de estos ríos, o el significado de pontifex no como constructor de
puentes sino constructor de caminos (religión, camino hacia los dioses). Es
interesante también la división procesal
y jurídica entre las figuras del pretor y el iudex.
En
resumen, se trata de una importante obra de divulgación histórica, clara, profunda
y amena al mismo tiempo, cualidades no siempre fáciles de aunar. Recomendable
para todo aquel que quiera profundizar en los verdaderos orígenes de nuestra
civilización occidental, deudora en tantos aspectos de la romana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario