Hace una
semana asistimos a un concierto ofrecido por el grupo Xauen Lírica, una formación de cámara, vocal e instrumental, que comenzó
su andadura en el 2003 y está integrada por una soprano y en la parte
instrumental piano, violín, violonchelo, trompeta y percusión. El repertorio,
agrupado bajo el título L’Arte
Barocca, incluía piezas de este periodo, mayoritariamente de Haendel
y Vivaldi aunque también
estuvieron representados otros autores como Pachelbel, Caccini,
Monteverdi y Boccherini. El orden del programa quedaba resumido
en el subtítulo del mismo: “come in
celo… cosí in terra”, una inversión
de la conocida frase de la oración del Padre Nuestro que quizás pretende aquí expresar
por analogía el ansia humana de perfección a semejanza de la divina, y en la
música barroca, la búsqueda de la exuberancia y el virtuosismo para ofrecernos
una representación atractiva de lo divino y humano. Acorde con este dualismo celeste
y terrenal, la primera parte estuvo integrada por piezas de música sacra y la
segunda por otras de carácter profano. Algo más de la mitad de las piezas eran
vocales con acompañamiento e intercaladas entre ellas algunas exclusivamente
instrumentales, estas últimas muy conocidas como el Canon de Pachelbel, o la Cantata 147 y el Aria de la
suite nº3 de Bach. Lástima que se haya abusado hasta la saciedad de
estas composiciones interpretadas incansablemente en bodas y bautizos por lo
que me producen cierto hastío a pesar de su belleza. Los instrumentistas, a
excepción del pianista, eran estudiantes del conservatorio y su actuación fue
correcta. El piano no pudo lucirse y quedó limitado al acompañamiento. Para mi
gusto el más destacado fue el trompetista que sobresalió en algunos solos y
ofreció un buen contrapunto a la voz de la cantante en muchas piezas. El
violinista tuvo una actuación más discreta y en el famoso “Canon en re mayor” de Pachelbel,
música progresiva y de variaciones sobre una misma melodía, le faltó brío y se
dejó apagar por el violonchelo que le arrebató el protagonismo que le
correspondía. Por el contrario la violonchelista destacó en el Pasacalle
del quinteto para cuerda “Música nocturna de las calles de Madrid” de Boccherini,
esa pieza inspirada en el folklore popular español que casi todos hemos oído
alguna vez y que se popularizó aún más cuando fue interpretada en la escena
final de la película “Master and Commander” de Peter Weir. A mí me gustó bastante la Zarabanda
del Salmo HWV.67 “La llegada de la Reina de Saba” de Haendel, una
pieza muy conocida que evoca una procesión real con todo su boato y solemnidad.
El papel más destacado correspondió a
la cantante, una soprano bastante experimentada y con un programa especialmente
diseñado para su actuación. Pienso que se trata de una soprano lírica,
es decir, aquella que dentro de su
registro agudo tiene un menor timbre para los agudos que la soprano ligera
pero en cambio su voz es más fuerte y
brillante en las notas centrales. En alguna ocasión presentó capacidades
propias de soprano de coloratura con facilidad para ejecutar sucesiones de notas rápidas, ornamentando
y dando colorido (de ahí el nombre) a la melodía. Esto que digo se evidenció
bien en la pieza final “Agitata da
due venti” un aria de la ópera “Griselda” de Vivaldi
que me recuerda mucho a otro pasaje muy
conocido que ilustra igualmente el concepto de coloratura musical, la famosa aria de la Reina de la
Noche en “La Flauta Mágica” de Mozart. Me gustó particularmente su
interpretación de los oratorios de “El Mesias” y “Sansón”
de Haendel, y del “Ave María” de Caccini, que nunca antes
había oído, preciosa aunque no sea tan conocida como la de Schubert.
Por último quiero destacar el
escenario del recital, la Sacristía de la Catedral de Jaén. No insistiré en
aquel tópico del marco incomparable, y tampoco su acústica es la mejor del mundo,
pero si quiero resaltar una vez más que
la música es una llamada a los sentidos y un acumulo de sensaciones y el escenario también puede formar parte de
las mismas. El canto de la soprano
acompañada de la trompeta en las piezas de música sacra; la pureza de líneas de
la ornamentación renacentista, austera y elegante a un tiempo; la ingenuidad
devocional de los relicarios que adornan el pequeño altar en contraste con la
vanidad mundana de los escudos episcopales
pintados sobre el mismo; los ángeles músicos que nos observan desde los tímpanos
de ambos lados de la sala. Todo parecía reforzar esa sensación de
espiritualidad y armonía entre lo terrenal y lo celestial simbolizada por la
voz humana ascendiendo hacia la bóveda. “Cosi in terra come in celo”.
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