A pocos
días antes del comienzo de Semana Santa
hemos asistido en la Sacristía de la Catedral a un recital de música
sacra. Si esta especialidad musical parece la más adecuada al lugar, la
composición principal del programa, la que lo titulaba, era sin duda la más
acorde a la festividad religiosa que se aproxima. El Stabat
Mater es el himno gregoriano al que
más veces le han puesto música diferentes compositores, en
distintas épocas y estilos a lo largo de
la historia, desde que fue escrito por un monje franciscano a finales del siglo
XIII. Se trata de un poema
compuesto en estrofas rimadas y en latín medieval que medita sobre el dolor de María ante Cristo crucificado y
termina en una invocación o plegaria a
la Virgen. El título le viene del verso que inicia el canto “Stabat Mater
dolorosa” y como otras oraciones termina con el tradicional Amen. De
las casi doscientas composiciones musicales sobre este
tema mi preferida hasta ahora es la del checo
Antonin Dvorak pero la más popular y quizás la más interpretada
es la que hoy nos ocupa, la de Pergolesi, un compositor italiano del
XVIII que formó una importante escuela
musical napolitana y renovó
el género lírico introduciendo en Europa la nueva ópera bufa
italiana frente a la tradicional ópera
francesa. Se admite que partiendo del barroco musical fue también un precursor del clasicismo.
El Stabat
Mater de Pergolesi
fue elegido para ser representado en Nápoles precisamente el Viernes de
Dolores. Fue compuesto, con acompañamiento de orquesta de cuerda, para soprano
y contralto, es decir la voz más aguda y la más grave entre la escala
femenina. Como en aquella época las representaciones musicales y teatrales estaban
prohibidas a las mujeres, fue interpretada por castrati que cubrían esos dos registros vocales. Posteriormente
con la desaparición de este tipo de cantantes, y dada la escasez de contraltos,
la pieza se representó de nuevo con dos
voces femeninas, soprano y mezzosoprano, la pareja de solistas
más frecuente en la actualidad. Yo
asistí hace pocos años a esta misma representación cantada por soprano y
contratenor, este último un tipo de cantante masculino que tiene un
registro muy agudo y utiliza voz de falsete, tesitura muy parecida a la de los
antiguos castrati que finalmente fueron
prohibidos por la Iglesia Católica.
En esta ocasión, el acompañamiento
instrumental estuvo reducido a sólo tres instrumentos, piano, violín y
violonchelo. Las dos solistas Alfonsi Marín (soprano lírica) y Constanza
Ávila (mezzo) tuvieron una buena
interpretación aunque en mi opinión
con un cierto desequilibrio a favor de la primera que oscureció un tanto
la segunda voz aún admitiendo que la brillantez
de los agudos consigue habitualmente
este predominio.
En fin, una velada musical
agradable que mereció la pena a pesar de
la noche desapacible y lluviosa que tuvimos que afrontar los asistentes. Muy de
agradecer el patrocinio de este tipo de
conciertos desgraciadamente escasos en
la actualidad.
Por cierto, en las artes plásticas se
conoce también con el nombre de Stabat Mater las representaciones de
Cristo crucificado con la Virgen
Dolorosa a su derecha y San Juan a la
izquierda, tal y como aparecen en las imágenes
que ilustran el cartel anunciador.