Las doctrinas esotéricas siempre han despertado
curiosidad en amplios sectores del público lector y muy particularmente en la
juventud atraída por el hermetismo y el halo de misterio que las rodea y
oculta. En lo que a mí concierne, y en
esa etapa de mi vida, reconozco haber leído con verdadera avidez sobre
masonería, cátaros, templarios y otras sectas consideradas heréticas en muchos estudios históricos y ensayos de aparente seriedad y bien documentados pero que ahora, con la perspectiva de los años, juzgo de escaso rigor. También recuerdo con cierta nostalgia la credulidad de entonces contrastada con
mi escepticismo de ahora respecto a
estos temas.
En cuanto al esoterismo considerado
como materia literaria parece haber
sufrido un cambio cualitativo y cuantitativo en los últimos años. En la década
de los 60 del pasado siglo El retorno de
los brujos, un libro de Louis Pauwels
y Jacques Bergier, puso de moda temas
por entonces novedosos tales como la
alquimia, las sectas secretas, el esoterismo nazi y otros. Bajo su inspiración
surgieron otros muchos títulos que se adaptaban
al género literario del ensayo para dar la
impresión de verosimilitud. Pero desde principios de este siglo, tras el éxito
editorial de El código da Vinci de Dan Brown, lo esotérico
combinado con el suspense
detectivesco ha conquistado el género de
la ficción narrativa y ha ocasionado una verdadera eclosión de este tipo de novela que ha saturado el mercado editorial de
títulos, muchas veces de calidad más que discutible, que a pesar de todo siguen atrayendo a un amplio sector
de lectores. La explicación de este éxito seguro que es múltiple y merecería un
análisis más extenso de lo que este comentario permite. Se me ocurre pensar que,
inmersos en una cultura excesivamente racionalista, nos atrae lo misterioso y oculto porque nos evade de un
realismo que a veces conduce a una visión excesivamente materialista de la
vida. No es algo nuevo, en el mundo
clásico eran los mitos y los cultos
iniciáticos llamados misterios, como los eleusinos o los órficos, los que
cumplían esta función; ahora lo que
centra nuestra curiosidad en lo hermético y mistérico son estas novelas que
divulgan antiguas doctrinas y sectas esotéricas
envueltas en una trama de ficción que las hace más interesantes en tanto
que, utilizando como instrumentos el símbolo y la analogía se les quiere dar un
tinte de presunta veracidad.
Javier Sierra (1971) es un
periodista que parece mostrar interés por el mundo de lo desconocido y lo ha demostrado con su participación en
programas de radio y televisión como El
Arca Secreta o Cuarto Milenio. De ahí pasó a investigar enigmas y arcanos de la historia
que supuestamente no han sido aclarados por estudios históricos más
ortodoxos. Ese interés lo ha llevado a
la literatura y creo que su obra La Cena
Secreta (2004) fue todo un superventas en Estados Unidos.
El
maestro del Prado (2013) es su última novela esotérica en la que
intenta desvelar los secretos que encierran algunas pinturas del Prado. Y no
pongo en duda que pinturas como El jardín
de las delicias de el Bosco, El triunfo
de la muerte de Bruheguel el
Viejo, o los tres paneles titulados Nastagio
degli Onesti de Boticelli, son de
por sí enigmáticas y merecen una observación detenida. También es cierto que
los cuadros antiguos contienen objetos o detalles de carácter simbólico o
alegórico que pueden ser explicados incluso en un sentido iniciático. Pero
relacionar estos símbolos y deducir de ellos supuestos lenguajes encriptados de
sectas heréticas renacentistas, teorías milenaristas y mesiánicas secretas como
las del papa angélico, para terminar
adornándolas con los habituales toques de Santo Grial, cátaros, y templarios,
me parece excesivo por más que se citen en notas finales los textos
consultados; porque la fantasía de un escritor citada como prueba por otro
escritor no la hace más creíble.
Con todo, la parte expositiva sobre las
pinturas puede resultar entretenida y amena como curiosidad. En este sentido
recomiendo buscar en Internet los
cuadros citados para poder ampliar la imagen y observar mejor los detalles que
se aluden en el texto. Pero lo que hubiera quedado bien como ensayo divulgativo
resulta ser en mi modesta opinión, siempre subjetiva y discutible, un total
fracaso como novela. La trama argumental
es poco creíble, el final totalmente previsible y los personajes planos
y desdibujados por lo que no hay suspense que anime a terminar la lectura.
Sobre el estilo y lenguaje literario mejor no hablar. En fin, no creo
conveniente insistir en más aspectos
negativos cuando posiblemente esta
novela esté ya en la lista de superventas. Sobre gustos no hay nada escrito, nunca mejor aplicado el
dicho.