De vez en cuando hago pequeñas incursiones en el cómic. No me refiero a los
infantiles o juveniles  que frecuenté
hace muchos años sino a lo que ahora llaman novela gráfica, un
género no admitido como tal de forma unánime, que pretende introducirse en el
marco de la literatura y utiliza recursos técnicos propios del cine aportando
así innovaciones narrativas que, en mi opinión, le hacen merecer la inclusión
entre lo literario, aunque esto pueda no gustar a los críticos puristas.  
De momento, como buen principiante, he comenzado por
los clásicos de la novela gráfica, y esta sin duda lo es.  Fue editada, como muchos otros cómic,
en series para revistas, desde 1980 hasta 1991, y en ese último año  recopilada 
en formato libro. Desde entonces alcanzó fama y notoriedad, consiguió muchos premios, entre ellos el
prestigioso Pulitzer  de 1992,
y  tiene ya multitud de ediciones en
muchas lenguas. Fue escrita y dibujada por Art
Spiegelman, un historietista norteamericano cuyos padres, judíos polacos, fueron supervivientes de Auschwitz.  El título Maus, ratón en alemán, y la portada  nos sugieren 
en principio una lejana inspiración en la fábula, pero la esvástica al
fondo de ésta y  el explícito subtítulo Relato
de un superviviente son bastante clarificadores. No estamos ante una
ficción narrativa sino  ante un ejercicio
de memoria  histórica, una idea que
muchos pretenden manipular y que aún provoca el recelo de algunos. Es la
biografía de Vladek, padre del escritor, y también la autobiografía de
éste último ya que  la novela incluye
tanto la experiencia del protagonista como la propia del autor en el proceso de
recoger el testimonio de su padre, entrando de esta forma como protagonista  de la novela. Para conseguir este
efecto,  la historia se divide en dos planos
temporales. El primero, el relato 
que  Vladek cuenta a su
hijo, se desarrolla en Polonia entre mediados de los años 30, época del  ascenso del nazismo en Alemania, y se
extiende hasta 1945 con el final de la segunda guerra mundial  y la liberación de los judíos  supervivientes del  holocausto. Es la historia vista desde una
perspectiva individual, exenta de análisis, sin 
juicios ideológicos que la desvirtúe, sin revisionismo ni
revanchismo,  testimonio puro y duro de
la capacidad de resistencia ante un drama colectivo  que puede 
sacar a la luz  lo mejor y lo
peor  del ser humano  en su afán de seguir existiendo.  El segundo 
plano temporal  se desarrolla en
un barrio de Nueva York a finales de los 70 
y recoge las entrevistas del escritor con el protagonista.  No sólo se muestra el proceso  de recogida de datos testimoniales y la
elaboración  de los mismos sino la
difícil relación entre padre e hijo  sin
renunciar a exponer los aspectos más
negativos de los personajes. Vladek se nos presenta como un anciano
obstinado y tacaño, con cierto grado de victimismo y algunas actitudes racistas
frente a los negros americanos. El propio autor 
protagonista se retrata a sí mismo como neurótico y tendente a la
autocompasión, necesitado de ocasionales visitas al psiquiatra y con una tensa
relación con el padre.
La conexión 
entre ambos planos narrativos se hace mediante el recurso frecuente a
los flash-backs, una técnica muy cinematográfica que se adapta
perfectamente al cómic. Otro recurso que se considera vanguardista o posmoderno es la representación visual de las distintas razas y nacionalidades con diversos tipos de animales
antropomórficos. Esta convención tiene, al margen de la inspiración fabulística
antes apuntada, otras finalidades señaladas por la crítica. De una parte
simplifica el reconocimiento en el cómic de los distintos pueblos, entre
otros polacos y judíos, y respecto a éstos enfatiza la deshumanización colectiva que  supuso el holocausto. Tiene por otra parte un alto componente
simbólico en el caso de los ratones judíos (víctimas) y los gatos nazis
(depredadores).
En cuanto al dibujo es más bien minimalista,
reducido a líneas simples pero no exento de cierto efectismo dramático al que
sin duda contribuye el fuerte contraste del blanco y negro. Dicen que recuerda
a las xilografías y tiene inspiración expresionista pero  estos matices sobrepasan en mucho mi
capacidad valorativa. En este caso pienso que el valor testimonial predomina  claramente sobre la estética  del cómic.
Para terminar 
debo reconocer que el libro me ha impresionado no sólo por su realismo y veracidad sino por
la evocación de otros relatos que me hacen sentir identificado  con la historia y más aún con el escritor.
Porque en el pasado yo también escuché las que me contaba mi padre, otro
superviviente, por suerte entre muchos, de la guerra civil y la posguerra
española. Eran
como ésta, desprovistas de carga ideológica, sin ánimo revanchista, simple
testimonio de experiencias propias, de familiares, amigos, o conocidos. El
terror  a los bombardeos de la aviación,
la represión del rival en la retaguardia, la ocultación de los perseguidos en
casas privadas,  los  registros, los paseos, las ejecuciones  sumarias, los cambios de bando, las traiciones
y venganzas personales, la humillación del vencido, el hambre de posguerra.
Historias que surgían de modo espontáneo, contadas con palabras sencillas, sin
apenas dramatismo, como si  formaran
parte de lo cotidiano en otro tiempo, pero sobre todo  testimonio individual y directo, con una
proximidad a los hechos  que se hacía
patente en la frase “yo vi  como…” que era habitual en el discurso narrativo.
Me gustaría añadir que somos, para bien o para mal,
herederos de nuestra historia y que recordar es 
un buen ejercicio,  no sólo para
evitar repetir los errores sino como
liberación de los traumas del
pasado. Para superarlos  es necesario aceptar las peticiones expresadas
en el discurso final de Azaña, previo a la rendición republicana: paz,
piedad, y perdón. Tenemos paz y hemos alcanzado un razonable grado de
perdón pero nos falta la piedad necesaria para enterrar definitivamente
aquellos muertos  y permitirnos así
cerrar nuestra última tragedia nacional.


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