El nazismo y su ascenso al poder en la Alemania de
los años 30 ha sido objeto de un profundo
análisis histórico. El ambiente social que propició su
aparición y desarrollo también fue tema recurrente de literatura y cine. Como
muestra bastará recordar una gran
película La caída de los dioses (1969) del italiano Luchino Visconti,
y en cuanto a lo literario citaré Adiós a Berlín (1939) del escritor
británico Christopher Isherwood, novela poco conocida que alcanzó posterior difusión gracias Cabaret (1972), su versión al cine dirigida por Bob
Fosse. Aún siento un frio estremecimiento cuando vuelvo a ver una
escena de esta película, la del joven de
las juventudes hitlerianas que canta, en un restaurante rural, la canción “El
mañana nos pertenece” mientras la melodía y la letra evolucionan gradualmente desde un lirismo idílico hasta la
fuerza fanática de una marcha militar.
Pues
bien, después de muchos años y de cierta saturación de historia, cine, y
literatura al respecto, aún siento curiosidad por este periodo alemán de
entreguerras regido por la débil república de Weimar, y sigo sin comprender
del todo
como un pueblo de larga tradición cultural, gobernado por una
democracia, pudo permitir la eclosión de semejante monstruo político ante la
mirada indiferente o temerosa del resto del mundo occidental civilizado. Esa
misma curiosidad parece sentir la autora
de la novela que hoy nos ocupa cuando, en entrevistas y artículos, reconoce su
interés por el modo de organización de las sociedades democráticas y por la detección de los mecanismos mediante
los cuales podían, y pueden, deslizarse hacia una dictadura.
La australiana Anna Funder (1966) es una mujer polifacética; abogada, periodista,
conferenciante, negociadora de tratados, y participante en instituciones internacionales
relacionadas con los derechos humanos y el medio ambiente. Su carrera literaria
es corta, ha escrito dos novelas, ambas galardonadas con varios premios. La que
comentamos está dedicada a Ruth Blatt, profesora de alemán de la escritora, a la vez que
memoria y fuente de los hechos narrados en la misma.
Todo lo que soy (2012) es una historia
de ficción basada en hechos reales, y espero que esta frase convencional no se preste a confusión con aquella etiqueta
true story que se aplica a las películas de serie B para TV. Nada que
ver con esto último. Cuenta la historia
de un reducido grupo de alemanes, intelectuales y activistas de izquierda,
exiliados en Londres , que intentaron
mostrar al mundo la verdadera
cara del régimen nazi tras su llegada al poder en Alemania y alertar de los
peligros que se avecinaban. En cierto modo fueron víctimas del conocido como síndrome
de Casandra porque profetizaron un futuro aciago y se sintieron impotentes
para evitarlo, además de pagar un alto precio por su osadía.
La
realidad que se narra, los hechos reales, estuvieron envueltos en una nebulosa
de falta de pruebas, informes oficiales y oficiosos tergiversados, directrices
gubernamentales interesadas en una neutralidad imposible, y la sospecha de infiltración del espionaje nazi en
Inglaterra. Los dos protagonistas principales son también reales. La antes mencionada
Ruth Blatt, que en los años 30 fue
una joven activista del Partido Socialdemócrata Independiente, y Ernst
Toller (1893-1939) poeta, dramaturgo, político y revolucionario alemán de
origen judío. Ambos personajes son las
dos voces narrativas que, en primera persona, nos cuentan sus experiencias en
un continuo y alternante flashblack tan bien equilibrado que no resulta
desorientador en ningún momento. Lo hacen además desde dos planos temporales
distintos. La primera cuando ya octogenaria en el año 2001, rememora su
juventud desde su retiro en Sidney; el segundo cuando redacta sus
memorias en Nueva York poco antes de
suicidarse en 1939. El nexo de unión entre ambos relatos son precisamente estas
memorias manuscritas que Toller lega a Ruth y ésta revisa poco antes de su muerte. Es en
suma la historia de ambos personajes, el testimonio de una época de ideales
juveniles y lucha compartida por dos
personas que la evocan desde el
ocaso de sus vidas, a modo de testamento.
El componente de ficción que envuelve a estos personajes reales es lo
que los humaniza, los hace literarios y
emotivos cuando nos introduce en su apasionado y generoso idealismo, en sus
amores, en su abnegación y entrega a la causa común, al tiempo que destaca
también aspectos negativos pero igualmente humanos como la traición, el recelo,
el miedo, la sensación de desamparo y de impotencia.
La
trama argumental se desarrolla con lenguaje fluido y elegante en un estilo
sugerente y expresivo con diálogos mesurados
en los que aparece ocasionalmente la ironía y lo implícito. A través de
la misma vislumbramos el marco ambiental y asistimos a las debilidades de la
república de Weimar, las iniciales revoluciones de izquierda duramente
reprimidas, el revanchismo latente del estamento militar, la miseria y la
frustración del pueblo, la inconsciencia de las clases altas, el ascenso nazi
amparado en el populismo, el incendio de Reichtag y el progresivo
desmantelamiento de la democracia, el secreto rearme del régimen de Hitler, y
el comienzo de la represión de la oposición de izquierdas que precedió a la
persecución de los judíos. En resumen,
todo un retrato de época.
Para
terminar, estamos ante un novela interesante, bien escrita, que sabe mantener
la tensión hasta el final, y recomendable
para todos aquellos que aún se resisten a padecer de Alzheimer histórico.
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