Este mes
de noviembre está siendo inusualmente abundante en eventos musicales. En la
tarde de ayer tuvimos oportunidad de asistir a un concierto de profesores y alumnos
del Conservatorio de Jaén en ocasión de la festividad de Santa Cecilia,
una virgen y mártir romana de curiosa historia ya que debe su tradicional
patronazgo de la música a un error en la traducción de las actas latinas que
cuentan su martirio.
El
programa escogido era muy apropiado para los aficionados, porque incluyó las dos
obras más populares del compositor George
Gerswin (1898-1937). La Rapsody
in blue (1924) es sin duda una de las obras más famosas del repertorio
de música clásica. La hemos oído multitud de veces, no sólo en conciertos sino en bandas sonoras de películas
y en muchos otros espectáculos musicales. Su título alude tanto al género
musical del blues como a su significado literal de melancolía o
tristeza. La rapsodia es una pieza musical típica del romanticismo que
mezcla dos temas libremente, uno lento y otro más rápido y dinámico,
consiguiendo de esta forma una brillante composición. La de Gerswin,
escrita para piano y orquesta, combina a la perfección la tradición pianística
clásica con los aires de las bandas de jazz. La obra comienza con un
solo de clarinete, conocido en el argot técnico musical como glissando,
que se ha hecho célebre entre los clarinetistas por su dificultad. Después se
añaden al mismo tema los trombones, trompetas y otros de viento para dar
entrada al piano. El resto de la composición alterna los solos de piano con las partes orquestales para terminar en un apoteósico final. En nuestra representación,
el solo inicial del clarinete sonó como dislocado o desacorde. Mis carencias
musicales me impiden explicar porqué, pero el oído no engaña por más que sea un
humilde aficionado. El pianista, Juanjo Mudarra, tuvo en cambio una
actuación notable y al final de la interpretación nos regaló con una breve
pieza, fuera de programa y desconocida para mí, aunque me atrevería a decir que
por su estilo era del mismo compositor. La orquesta ofreció un buen contrapunto
al solista.
Un
americano en París (1928) fue compuesta por Gerswin después de un viaje
que hizo a esta ciudad para ampliar sus conocimientos musicales. Se trata de
una pieza orquestal en la que el compositor intentó reflejar sus impresiones
sobre la capital francesa con evocación de sonidos urbanos y sus paseos por los
Campos Elíseos y la Rive Gauche del Sena, el barrio de los artistas y
escritores. En ella se mezclan románticos solos de violín y aires populares
franceses con sonidos de trompeta que recuerdan el ragtime de los años
veinte, uno de los estilos musicales que más influencia tuvo en la evolución del
jazz. Esta composición se presta especialmente al lucimiento de la
orquesta al completo y la nuestra supo
aprovecharlo. Resaltaron en ella tanto
la cuerda como el viento, incluso la percusión tuvo un papel destacado.
Las dos obras fueron interpretadas en
un tempo más lento del habitual y esto en mi opinión puede facilitar su ejecución
pero resta espectacularidad a la interpretación. De cualquier forma hemos
disfrutado de una meritoria y agradable velada musical.
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