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miércoles, 10 de junio de 2015

CARRETERAS SECUNDARIAS. Ignacio Martínez de Pisón

Tengo la vaga  impresión de que este título es más reconocido por su versión cinematográfica, dirigida por Emilio Martínez-Lázaro y protagonizada por Antonio Resines, que fue premiada en 1998 con varios Goyas, entre otros al mejor guion adaptado por el propio autor. De la película no tenía noticias, tampoco de la novela que es una propuesta de mi club de lectura. Ahora, cuando la he terminado, me propongo visionar aquella por satisfacer esa especie de curiosidad morbosa que tenemos los lectores incitados a establecer comparaciones entre la historia audiovisual y la leída, casi siempre con resultado desfavorable hacia la primera.
El escritor aragonés Ignacio Martínez de Pisón (1960) cuenta ya con una considerable producción literaria con ocasionales incursiones en el mundo del cine, y en ambas facetas dispone de un buen palmarés de premios. En la novela Carreteras secundarias (1996) lo más destacable es el carácter emotivo de un relato que combina a partes iguales aspectos dramáticos  con dosis de humor  y termina por ser una especie de tragicomedia –utilizando el argot teatral- que no carece de cierta intriga ante el desenlace, al tiempo que pone en juego recursos narrativos que la hacen agradable al lector.
Cuenta la historia de un adolescente y su padre, que viajan por la España de 1974 en un Citroën Tiburón, el único signo externo de prestigio social en un agobiante peregrinaje por urbanizaciones costeras desoladas e inhóspitas en la temporada invernal. Bien pronto un cambio de ruta hacia el interior del país impondrá un nuevo  rumbo en sus vidas.  Reproduzco casi literal la sinopsis introductoria de contraportada.
            Pronto comprendemos que el viaje es una especie de huida hacia delante, desde un lugar o un pasado que se pretende evitar.  Pero en literatura, como en la vida, el viaje tiene siempre un carácter cíclico que implica el retorno, por más que las circunstancias, el destino o los dioses lo retrasen;  así ocurre desde la odisea de Ulises en su vagar por el Mediterráneo. Todo viaje implica además una maduración y una lucha contra el tiempo y contra lo inevitable y es de nuevo un aspecto más a considerar en este relato.
            Está contado en primera persona por el hijo, que adopta el papel de narrador-protagonista y por tanto aporta solamente su visión subjetiva de los hechos. De esta forma el lector focaliza la historia desde esa perspectiva, la de un adolescente inmaduro y rebelde que no termina de comprender ciertos comportamientos en su padre, hacia el que muestra un sentimiento de desprecio y culpabiliza de su inseguridad. Esta inmersión del lector en la particular óptica del protagonista queda reforzada porque éste se dirige con frecuencia al público demandando su comprensión y complicidad. Por eso, en la segunda parte de la historia y en el desenlace, asistimos a la progresiva madurez psicológica del joven, y con él cambia también nuestra percepción del padre al comprender mejor sus motivos y sus fracasos. La dignidad que es, a fin de cuentas, el trasunto de toda la historia, nos parece al principio algo casi ridículo pero alcanza toda su dimensión real conforme avanza el relato. El viaje y la relación entre padre e hijo es calificada por éste último como quijotesca, pero creo que, puestos a comparar, aquel tiene más de Guzmán de Alfarache por la picaresca que le impone la supervivencia. 
            En fin, poco más se puede añadir. Se trata de una novela corta por su extensión, de agradable lectura aunque algo plana en la primera parte, con mayor tensión dramática en la segunda. Sí el desenlace es feliz o desgraciado, no pienso decirlo.

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