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lunes, 2 de noviembre de 2015

BELTENEBROS. Antonio Muñoz Molina

En anteriores entradas recuerdo haber manifestado una admirada fascinación por la literatura de mi paisano Antonio Muñoz Molina (1956). Del total de su producción he leído casi la mitad de las novelas y muchos de sus artículos en prensa. Recuerdo también con especial agrado su ensayo Córdoba de los Omeyas (1991), una romántica evocación de la cultura de Al Ándalus a través de sus ruinas, y Ventanas de Manhattan (2004) que fue su personal acercamiento a Nueva York, la ciudad que también cautivó  a Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca. En cuanto a las novelas, lo considero un autor versátil que parece sentir cierta predilección por el género policíaco. El componente autobiográfico está presente en muchas de ellas y es esencial en El jinete polaco (1991), una de las más premiadas.
En la narrativa del escritor jiennense me gustaría destacar algunos  aspectos que considero esenciales. Uno es su peculiar acercamiento a nuestro pasado reciente voluntariamente despojado de trabas ideológicas, sin revanchismo, victimismo o complaciente justificación. La memoria histórica como instrumento, depurado de estereotipos y maniqueísmos, utilizado para reivindicar la dignidad esencial del ser humano enfrentado al caos y la miseria, real y espiritual, de aquellos tiempos convulsos de nuestra guerra civil y su dilatada  y triste secuela. Otro aspecto sobresaliente en Muñoz Molina es su personal estilo narrativo basado en una prosa eficaz y elegante, alejada de barroquismos  estilísticos o léxicos, poética a veces,  siempre  clara y precisa en lo descriptivo. En sus novelas, la voz narradora es cálida y próxima buscando transmitir y compartir con el lector sus emociones  y sensaciones. A veces se prestan a varios niveles de lectura, según el grado de complicidad que el lector consiga establecer con el narrador, casi siempre más sugerente que explícito, empeñado en mantener cierto grado de suspense y misterio a lo largo del relato.
Beltenebros (1989) fue el tercer libro en la nómina literaria de Muñoz Molina. Es una novela de serie negra, igual que El invierno en Lisboa (1987), un gran éxito editorial, y Plenilunio (1997). La primera frase del libro es rotunda: “Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca”  y supone un guiño a García Márquez, escritor del que se reconoce admirador, al tiempo que establece ya desde el principio el suspense esencial en este tipo de novelas. Es un thriller de espías y Darman es el protagonista que nos cuenta la historia en primera persona como narrador intradiegético, es decir, que está dentro de la historia y la narra desde la perspectiva de su propia visión de los hechos. Ese enfoque subjetivo hace que el lector participe de sus dudas y certezas, de sus intuiciones  y errores de apreciación, a medida que trascurre la trama argumental. No voy a dar muchos detalles de la misma pero se desarrolla en el ambiente de una organización comunista en el exilio y sus contactos clandestinos en el interior de la España franquista. Darman acude a Madrid en la  década de los años 60 para ejecutar a un supuesto traidor a la organización. Veinte años antes, en la inmediata posguerra, había cumplido una misión muy parecida, y desde el principio  el sicario establece un cierto paralelismo entre ambos episodios que lo hacen dudar sobre la culpabilidad de los acusados. Existen pues dos planos narrativos, el actual  y el del pasado evocado en continuas analepsis o saltos cronológicos, lo cual añade una cierta dificultad a la lectura en una historia ya de por sí compleja, rica en falsas identidades y veladas apariencias.
Lo que impregna y trasciende todo el relato es la oscuridad del  mundo de la clandestinidad, también la oscuridad de un Madrid que apenas acababa de salir de aquella España gris de los 50. Incluso los nombres hacen alusión a esta idea; Darman (Dark-man) es el hombre oscuro, y el siniestro personaje que se esconde tras Beltenebros es el Príncipe de las tinieblas. En el desenlace la oscuridad de un cine envuelve a los personajes.
El cine y en particular el cine negro americano es, junto al jazz, una de las aficiones de Muñoz Molina. El homenaje al primero es muy evidente en  El invierno en Lisboa  y también en esta novela. El Universal Cinema, un viejo cine de barrio se convierte aquí en el nexo común, el epicentro ambiental del que surgen los dos planos narrativos como círculos concéntricos. Incluso la escena de striptease en la boite Tabú nos hace evocar  una escena parecida de Rita Hayworth en Hilda.
          Quizás esta novela no sea superior a otras del escritor pero participa de sus mejores virtudes narrativas. Tiene la suficiente dosis de misterio y suspense para mantener la atención del lector de principio a fin. Se le puede atribuir cierta complejidad pero es la propia de la novela negra. Y la buena literatura siempre nos demanda un esfuerzo adicional.   

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