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lunes, 18 de enero de 2016

LEYENDAS. José Zorrilla

El cuento oral fue el origen de la leyenda, pero la propia etimología del término ya nos sugiere su condición de relato escrito para ser leído y su naturaleza literaria. Las leyendas en España aparecen en el Romancero y muchas de ellas se introdujeron en el teatro clásico español del Siglo de Oro; pero fueron los escritores románticos del XIX, tan amantes de la tradición, los que dieron a este género narrativo su mayor difusión cuando hicieron recopilaciones de las antiguas o las imitaron en sus relatos. Todos recordamos las Leyendas de Gustavo Adolfo Becquer que, asociadas a sus Rimas, eran lectura preferida de adolescentes, hace ya algunas décadas. Ahora, en uno de mis periódicos retornos a los clásicos, he encontrado éstas de Zorrilla, quizás menos conocidas que aquellas por ser este autor reiteradamente asociado a su Don Juan Tenorio.
          La vida de José Zorrilla y Moral (1817-1893) fue tan romántica como su obra y en ambos sentidos del término, sentimental y literario. Joven rebelde, no consiguió colmar las expectativas de su padre, un absolutista radical con el que estuvo enfrentado toda su vida. De buena educación, abandonó a la familia y los estudios de Derecho, otra imposición paterna, para ir a Madrid donde frecuentó los ambientes artísticos y bohemios de la capital. Fue allí donde se dio a conocer entre los poetas románticos cuando en 1837 declamó un improvisado poema a la muerte de Larra. Por aquel entonces escribió en periódicos y comenzó a publicar sus dramas.  Infelizmente casado con la viuda Florentina O’Reilly, tuvo varias amantes y pasó largas temporadas en Paris donde trabó amistad con Victor Hugo, Téophile Gautier y George Sand, y durante once años vivió en Mexico bajo la protección y mecenazgo del emperador Maximiliano I hasta que éste fue fusilado en Querétaro. Fue muy reconocido como poeta y dramaturgo pero la fama no lo enriqueció, más bien pasó largos periodos de gran penuria económica.
          Los críticos consideran que su obra exalta valores tradicionalistas como la fidelidad, el patriotismo o la fe religiosa, que contrastan con su rebeldía y sus ideales íntimos, más bien progresistas. Esta contradicción entre vida y obra literaria la explican por una especie de sentimiento de culpa hacia un padre que nunca perdonó sus errores juveniles, al que intentaba contentar de esta forma.
          Las Leyendas de Zorrilla se caracterizan por su gran diversidad en cuanto a estructura formal. No pertenecen a un solo género literario, narrativo, lírico o dramático, sino más bien son una mezcla de los mismos. En unas se alternan prosa y poema, en otras los diálogos son tan abundantes  que pueden ser teatralizadas, y de hecho algunas de ellas fueron bocetos de posteriores dramas. Algunos las califican como poemas narrativos o poemas dramáticos. Los narradores de las mismas son también variados, unas veces omnisciente en tercera persona, otras el protagonista en primera persona y en ocasiones es el propio autor el que apela directamente al lector. Las que tienen estructura dialogada no suelen respetar las tres unidades dramáticas, de tiempo, acción y lugar. En las evocaciones del pasado se utiliza con frecuencia la narración en presente histórico. En la métrica de los poemas el escritor demuestra su virtuosismo y, con predominio del romance, se utilizan las estrofas más variadas, pero siempre con una poesía brillante en ritmo y colorido. Es frecuente la repetición de versos o pequeñas variaciones de los mismos para enfatizar el dramatismo de la acción. En el vocabulario, los arcaísmos suelen servir para reforzar la ambientación histórica. Y, a pesar de la diversidad estilística y formal, el resultado es armónico, de fácil y agradable lectura.
          Zorrilla clasificó sus leyendas en tres grupos, históricas, tradicionales y fantásticas, pero de todas ellas se pueden extraer temas recurrentes como el amor y los celos, el honor, la venganza, el castigo del pecado y, trascendiendo todo esto, lo milagroso y sobrenatural que a menudo se utiliza como deux ex machina que aboca al desenlace. Todos los relatos tienen un claro propósito ético que a menudo se manifiesta a modo de moraleja final. Los ambientes están perfectamente recreados y son los típicos del romanticismo; castillos medievales, lúgubres cementerios, conventos ruinosos y brumosos bosques. No voy a esbozar el argumento de las leyendas pero sí algunos de sus títulos que, cuando menos, pueden resultar vagamente conocidos de cualquier lector; A buen juez, mejor testigo, El capitán Montoya, Margarita la tornera son tres de las once que recoge la presente antología.
          En fin, tengo que reconocer que el tono épico, grandilocuente y dramático de estas leyendas puede sonar desfasado o superado en la actualidad, más aún si se trata de poemas. Pero a mí  me siguen gustando la evocación histórica y lo legendario aunque no sea un romántico. ¡O quizás sí¡

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