Entre las obras programadas para la VI Muestra Escena Jaén 2016
hemos tenido ocasión de presenciar esta tragedia de Shakespeare. Es la
primera vez que la veo representada, aunque conozco el texto literario y he
visto en varias ocasiones la que, en mi opinión, es su mejor versión
cinematográfica, la dirigida por Joseph L. Mankiewicz en 1953,
protagonizada por James Mason y Marlon
Brando. La puesta en escena de los clásicos no es frecuente en nuestra
ciudad y menos aún, creo, las obras del genial dramaturgo inglés. No era
cuestión de perder esta oportunidad quizás propiciada por la efeméride que lo
relaciona con nuestro Cervantes, la conmemoración del cuarto centenario de su muerte.
Julio Cesar (1599) fue escrita en cinco actos por William Shakespeare (1564-1616),
y posiblemente sea la mejor de sus tragedias históricas romanas, grupo al que
también pertenecen otras dos posteriores, Antonio y Cleopatra (1606),
una secuela de ésta, y Coriolano (1608). Quien conozca las Vidas
Paralelas de Plutarco, percibirá claramente que la principal fuente
de inspiración del autor fueron las vidas de Bruto, Cesar y Antonio. El título nos remite a la escena más famosa,
la que resulta ser punto de inflexión y eje de la trama, el asesinato de Cesar
a manos de un grupo de senadores como resultado de una conspiración. Sin
embargo no parece que sea Cesar el protagonista principal, que solo
aparece en tres escenas y la de su muerte, si bien es verdad que es
continuamente aludido y su espíritu domina toda la acción. A muchos críticos
les parece, y comparto la misma opinión, que el verdadero protagonista es Bruto,
cuya figura parece secundaria en las primeras escenas, comparte relevancia con Antonio
en las centrales, y al final resalta como principal figura dramática. Lo más
destacable del personaje es su lucha psicológica y ética entre los deberes que
imponen el patriotismo y la amistad. Parece que el tema sigue siendo objeto de
debate, incluso hay quien sugiere que lo
trascendente en la obra, más que el protagonismo, es la idea del nuevo
cesarismo en conflicto con el antiguo orden republicano, algo que parece
comparativamente coherente con la época
del dramaturgo, dominada por imperios y príncipes absolutos como Felipe II
en España o Isabel I de Inglaterra.
En cualquier caso se trata de una tragedia rica en matices y
pasiones enfrentadas; la traición y el
honor; la tiranía y la libertad; la
envidia y la ambición; el pragmatismo político y el recurso a la demagogia,
algo que nos parece muy actual. A este respecto conviene destacar los
dos discursos centrales, interesantes ejercicios de oratoria política, el de Bruto,
que justifica el tiranicidio, es racional, más propio de un filósofo que de un
político, y por eso deja frío al pueblo que se deja convencer por el elogio fúnebre
de Antonio, más emotivo y populista.
En esta ocasión la interpretación ha estado a cargo del grupo Negresco y la obra ha sido
adaptada y dirigida por Miguel Ángel Karames. Como novedad en la
escenificación hay que señalar la ambientación en época moderna, posiblemente
motivada por economía de recursos escénicos y de atrezo, o quizás un intento
del adaptador por actualizar el drama y
hacerlo más asequible al espectador. En mi opinión no ha sido un acierto,
porque las grandes pasiones y conflictos humanos son intemporales pero, fuera
de su contexto histórico, pierden fuerza dramática y se corre el riesgo de
trivializarlas, de convertir lo trágico en melodramático.
En general la adaptación
ha sido respetuosa con el texto shakesperiano y las dramatis personae,
excepción hecha de Calpurnia y Porcia, esposas de Cesar y Bruto,
con papeles ciertamente reducidos en el original, que aquí se suprimen aunque
se alude a su texto mediante los comentarios de sus maridos. También se
introduce una corta escena inicial muy efectista, el alocado desfile por el
patio de butacas de unos personajes que remedan desfiles saturnales. En cuanto
a los actores; Bruto me pareció algo frio en su actuación, demasiado
parco en gestos y poco enfático en la entonación, lo cual restó dimensión
trágica al personaje. Por el contrario, Marco Antonio sobreactuó en
exceso, aunque esto fuera acorde con el discurso demagógico que representa.
En fin, a pesar de estas
objeciones, la interpretación me pareció digna en general. Quiero destacar la
dificultad y el reto que supone la representación de una tragedia de esta
categoría. El humor es fácil de conseguir en la comedia pero, en el género
trágico, una interpretación deficiente puede convertir una obra en parodia de
sí misma.
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