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miércoles, 15 de junio de 2016

MADAME BOVARY. Gustave Flaubert

Resulta empeño muy difícil comentar algo novedoso sobre esta obra que ha sido motivo de una ingente producción de ensayos y estudios analíticos. Algunos dicen que es la segunda mejor novela de la historia de la literatura, después de El Quijote. En cualquier caso, la crítica se muestra unánime cuando la considera como obra fundacional de la novela moderna y máximo exponente del movimiento literario realista.
Madame Bovary (1857) es posiblemente el mejor ejemplo a destacar entre los clásicos del XIX, no solo porque sus personajes son relevantes como modelos paradigmáticos de su época, sino porque en sus rasgos éticos y psicológicos, perfectamente caracterizados, son extrapolables a la nuestra, y las pasiones que muestran son atemporales. Gustave Flaubert (1821-1880), siempre obsesionado por la precisión, el estilo y “le mot juste” -en sus propias palabras- tardó más de cuatro años en escribirla, en plena etapa de madurez vital y literaria, y el resultado fue una obra maestra de perfecto equilibrio entre forma y contenido. En el plano formal porque el estilo literario, basado en un lenguaje elegante y sencillo, es también poético con algunos toques románticos, al tiempo que la precisión descriptiva es plenamente realista. En lo referente al contenido, porque la protagonista es víctima de su romanticismo libresco en un mundo real de convenciones y prejuicios burgueses.
          Es verdad que Madame Bovary es más bien una anti-heroína y que su historia y su apasionado carácter esconden una evidente crítica del romanticismo, pero su dramático final no está exento de tintes épicos. Cuando Carlos Bovary  atribuye el desenlace a la fatalidad pone en juego un elemento muy del gusto de los románticos y del propio autor que era un gran conocedor de los clásicos grecolatinos. Así pues, aunque se reconoce a Flaubert como el fundador del movimiento realista, se le atribuye además un cierto nexo con el movimiento anterior en un plano de transición entre los dos estilos literarios. Tras haber leído esta novela y tres obras más de las suyas, estoy de acuerdo con quienes opinan que fue una mezcla de temperamento romántico y realismo literario. ¿Cómo si no puede entenderse que, perteneciendo a la alta burguesía normanda, nos muestre un profundo desprecio por su propia clase social?. Porque la obra es también una aguda crítica de esa sociedad burguesa y provinciana, de la que destaca su vulgaridad y a la que retrata mediante personajes arquetípicos como el usurero y el boticario arribista, o en sus prejuicios y usos sociales tales como el matrimonio de conveniencia.
          Pero el tema central de la novela es el adulterio. Un asunto escandaloso para la mentalidad de la época, que le costó al escritor un proceso judicial por atentado contra la moralidad del que afortunadamente fue absuelto. No obstante, pienso que el tratamiento es aquí paradójicamente moralizante porque el desarrollo de la trama y el desenlace parecen establecer una clara relación causal entre pecado y expiación o penitencia, entre adulterio y castigo. Emma, joven soñadora muy influenciada por lecturas románticas, recibe una esmerada educación que le impulsa a rechazar  su modesto origen y ambicionar el brillante mundo de la aristocracia y  alta burguesía. Con la intención de salir de su familiar ambiente rural, casa con el médico Carlos Bobary y pronto ve frustradas sus ilusiones. A partir de entonces, amparada en su alocada e ingenua fantasía, inicia un proceso de progresiva degradación sentimental y ruina económica,  una progresión lógica hacia el desastre final que recuerda en cierto modo a las antiguas tragedias griegas. El lector lo intuye pero no importa, queda envuelto en las precisas  descripciones nunca tediosas, atrapado por la elegancia del lenguaje sin inútiles ostentaciones, y por un narrador omnisciente que se aproxima tanto a los personajes que nos los acerca, como si hablaran en primera persona. También percibe sutiles cambios de narrador en algunos pasajes y diálogos Dicen los expertos que esa sensación de proximidad, y un falso efecto de saltos temporales en una acción que es lineal y continua, lo consigue el escritor mediante el uso de tiempos verbales de imperfecto, condicional e interrogativo, que aportan esa impresión de movilidad sin alterar el ritmo y la unidad temporal. Son sutilezas técnicas que el lector nota pero  escapan a mi análisis de aficionado.
             En fin son muchos los aspectos que pudieran comentarse,  pero antes que extenderme mejor remitir a los detallados estudios que suelen introducir esta novela en las buenas ediciones. Terminaré añadiendo que es una lectura más que recomendable, casi obligatoria para los buenos lectores, aunque sea tarde como en mi caso. Los grandes de la literatura nunca defraudan.   

miércoles, 8 de junio de 2016

TOSCA. Giacomo Puccini

La ópera, como género de música teatral, es un espectáculo que reúne escenificación dramática, música instrumental y vocal, y en ocasiones coreografías y ballet como elementos adicionales. La necesaria armonización de todos ellos  es compleja y requiere el despliegue de considerables recursos; orquesta, cantantes solistas, agrupaciones corales, además de ambientación escenográfica y vestuario. Por eso fue en sus comienzos, y en menor medida lo sigue siendo, un espectáculo destinado a las élites sociales y económicas. Los aficionados tenemos siempre en mente los grandes templos de la ópera en los que quizás nunca, o rara vez, hemos estado; la Ópera de París, Scala de Milán o Liceu de Barcelona, entre otros. Pero en nuestra ciudad, la posibilidad de asistir a una representación operística queda limitada a contadas ocasiones al año, a cargo de compañías itinerantes de ámbito nacional, y con el necesario mecenazgo de las instituciones que permita aliviar la carestía de este producto cultural y divulgarlo entre las clases medias. 
          Por todo lo dicho me sorprendió la valentía de un grupo de cantantes, profesionales y amateur, al enfrentar  la representación de la ópera Tosca en Jaén. Me refiero al Coro del Taller de Canto Clásico de la Universidad Popular liderado por el tenor jiennense Miguel Ángel Ruiz. Esta agrupación ha venido desarrollando con éxito una intensa actividad coral en los últimos meses y ampliando su repertorio con obras tan exigentes y complejas como el Requiem de Mozart; pero el montaje de esta ópera, una de las más conocidas del repertorio internacional, me pareció un reto excesivamente ambicioso y me hizo dudar del resultado. Ahora, tras asistir a la representación del pasado domingo 5 de junio, en el Teatro Infanta Leonor, me alegra comprobar que, a pesar de las limitaciones y dificultades imaginables, el desafío ha sido superado ampliamente gracias a la tenacidad de los músicos y cantantes que en esta ocasión integraban el elenco.  
          Tosca (1900) de Giacomo Puccini es una ópera en tres actos con libreto en italiano de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa. Como otras de su autor, es de estilo verista que se caracteriza por la intensidad dramática y la ambientación realista en épocas históricas muy cercanas a la de composición. Desde el punto de vista instrumental, el discurso musical es prácticamente continuo, y en la parte cantada abundante en recitativos dialogados y muy escasa en arias o solos de los cantantes, que en este caso se reducen prácticamente a dos, una correspondiente a la soprano y otra al tenor, esta última una de las más bellas y conocidas del repertorio. No es ocasión para detallar la trama argumental, sólo diré que mezcla sabiamente amor y celos con intriga política en el ambiente de la lucha entre liberales y absolutistas católicos, en Roma a principios del XIX. Los protagonistas principales son los amantes, Floria Tosca (soprano) y Mario Caravadossi (tenor), secundados por el malvado Barón Scarpia (barítono).
          En nuestra representación, la música fue brillantemente interpretada por DJaén Opera, una orquesta formada ex profeso para esta ocasión e integrada por músicos profesionales y alumnos de los Conservatorios provinciales,  dirigida por Rafael de Torres.  El Coro  se lució en uno de los momentos culminantes de la obra, el solemne Te Deum final del I acto, en el que era protagonista principal. Sin embargo, en otra actuación, no recuerdo si final del segundo acto o principio del tercero, su papel era claramente secundario y de fondo, pero en un exceso de entusiasta intensidad ahogaron un tanto los recitativos de los solistas, algo que también se repitió en algunos pasajes con la orquesta. La soprano, Ana Paz Torrecillas, muy bien en su tesitura, con timbre brillante y algo menos de volumen. Buena actuación del barítono, Ángel Lombardo, que desplegó la mayor capacidad histriónica que su papel requería. En cuanto al tenor, Miguel Ángel Ruiz, se impuso en todo momento a orquesta y coros, y nos emocionó cuando interpretó el aria más famosa del III acto, E lucevant le stelle, que comienza en tono poético y melancólico y termina en desgarradores y desolados gritos, en otra de las escenas culminantes de la ópera, junto al dramático final. En cuanto a la escenografía fue austera y ajustada a la necesaria economía de medios en un espectáculo que se ofrecía a precios muy populares; en cualquier caso digna.
       Sin insistir en nombres, quiero agradecer finalmente este tipo de iniciativas que tienen la clara voluntad de divulgar la ópera en nuestra ciudad. Creo que esta representación ha sido un éxito que el público asistente supo reconocer. Para muchos de mis amigos y conocidos ha sido su primer contacto con este género musical, y todos me comentaron haber quedado impresionados. ¡Así se hace afición¡

domingo, 5 de junio de 2016

LA SIEMBRA DEL SEÑOR. Pedro Calderón de la Barca

En el contexto de las festividades del Corpus, la compañía teatral Mira de Amescua nos ha ofrecido un nuevo auto sacramental. Fue ayer, sábado 4 de junio, en la plaza de Santa María, con la fachada de la Catedral como telón de fondo, e incluso parte integrante del escenario al final de la representación.  
Como es sabido, esta compañía granadina está especializada en rescatar del olvido esas piezas medievales de carácter religioso, que llegaron a su apogeo en los siglos XVII y XVIII y ahora forman parte de la historia de nuestro teatro. Si el pasado año representaron El gran teatro del mundo (1635), quizás el auto más famoso de Pedro Calderón de la Barca, en esta ocasión han incluido en su repertorio éste menos conocido del mismo autor, La siembra del Señor (1655?), inspirado como otros muchos de los suyos en parábolas de Jesús. La trama está plagada de personajes evangélicos y alegóricos como La Culpa, El Sueño, La Fe, El Judaísmo, La Idolatría o La Apostasía, y sigue un esquema muy similar en todos los autos calderonianos; presentación de los personajes ante el Padre de familia (Dios Padre) e inicio de la trama en la que se enfrentan las fuerzas del mal y del pecado a las del bien y la religión. En este sentido destaca el duelo dialéctico entre Enmanuel (Jesús) y La Culpa. Al final asistimos al juicio divino en el que se reparten premios y castigos, y a la exaltación de la Eucaristía como misterio de la transmutación y principio supremo de la fe cristiana. En esta obra, como en otros autos, la abundancia de alegoría, parábola y sentido metafórico en los diálogos no entorpecen la comprensión de la misma que, a fin de cuentas, fue escrita para el pueblo llano. Tampoco los arcaísmos y las frases en verso suponen un reto especial para el espectador actual. 
El esperado y eucarístico final fue brillantemente apoyado por luminiscencias celestiales, música apoteósica y el trono de la Custodia saliendo hacia la plaza por la puerta principal de la Catedral.

CONCIERTO DE JAZZ. Sergio Albacete Quartet

El pasado jueves 2 de junio, como clausura del ciclo de conciertos “Aula Abierta" en el Conservatorio "Ramón Garay" de Jaén, ofreció el suyo el músico de jazz Sergio Albacete, profesor, compositor, saxofonista y clarinetista, con una considerable trayectoria profesional. Hace unos meses tuve ocasión de verlo como director y solista de una big band, interpretando jazz estilo swing y me pareció un estupendo músico. En esta ocasión nos ha deleitado con una serie de composiciones personales que piensa grabar en los próximos días en lo que será su primer disco, titulado "Ahora", con un cuarteto integrado por pianista, contrabajo y batería en la sección rítmica, y saxo-clarinete en la melódica. El estilo de las piezas me pareció cercano al bebop de los años 40-50, con improvisaciones solistas de los distintos instrumentos. Ocasionalmente dio entrada a otros músicos, en concreto un trompetista, un guitarrista y un original cuarteto de cuerda frotada.La interpretación fue muy buena en mi opinión. 
Sabemos por experiencia que el jazz es música que favorece una sintonía especial entre músicos y público a la que no son ajenos factores ambientales o subjetivos del oyente. El espacio más bien frío y académico del Paraninfo del Conservatorio no se prestaba especialmente a esa sintonía que sin embargo el músico supo establecer, especialmente en las dos piezas finales. La primera de ellas, dedicada a su padre fallecido, fue particularmente emotiva, no sólo por el dramatismo que supone una pérdida personal sino porque el saxofonista supo trasmitirlo al público a través de su música, con un piano evocando añoranza en sus melodías, el saxo entonando desgarrados gritos de pérdida y soledad, acompañado por un cuarteto de violines y chelos a modo de plañideras. En la última, conectó de nuevo con nuestra sensibilidad jaenera intercalando como introducción y final en la pieza unas muy reconocibles notas de la canción Tres morillas de Jaén. En fin, un buen concierto.