Resulta empeño muy
difícil comentar algo novedoso sobre esta obra que ha
sido motivo de una ingente producción de ensayos y estudios analíticos. Algunos dicen que es
la segunda mejor novela de la historia de la literatura, después de El
Quijote. En cualquier caso, la crítica se muestra unánime cuando la
considera como obra fundacional de la novela moderna y máximo exponente del
movimiento literario realista.
Madame
Bovary (1857) es posiblemente el mejor ejemplo a destacar entre los clásicos del XIX, no solo porque sus
personajes son relevantes como modelos paradigmáticos de su época, sino porque
en sus rasgos éticos y psicológicos, perfectamente caracterizados, son
extrapolables a la nuestra, y las pasiones que muestran son atemporales. Gustave
Flaubert (1821-1880), siempre obsesionado por la precisión, el estilo y
“le mot juste” -en sus propias
palabras- tardó más de cuatro años en escribirla, en plena etapa de madurez
vital y literaria, y el resultado fue una obra maestra de perfecto equilibrio
entre forma y contenido. En el plano formal porque el estilo literario, basado
en un lenguaje elegante y sencillo, es también poético con algunos toques
románticos, al tiempo que la precisión descriptiva es plenamente realista. En
lo referente al contenido, porque la protagonista es víctima de su romanticismo
libresco en un mundo real de convenciones y prejuicios burgueses.
Es
verdad que Madame Bovary es más bien
una anti-heroína y que su historia y su apasionado carácter esconden una
evidente crítica del romanticismo, pero su dramático final no está exento de
tintes épicos. Cuando Carlos Bovary atribuye el desenlace a la fatalidad pone en juego un elemento muy del gusto de los
románticos y del propio autor que era un gran conocedor de los clásicos
grecolatinos. Así pues, aunque se reconoce a Flaubert como el fundador del movimiento realista, se le atribuye
además un cierto nexo con el movimiento anterior en un plano de transición
entre los dos estilos literarios. Tras haber leído esta novela y tres obras más
de las suyas, estoy de acuerdo con quienes opinan que fue una mezcla de
temperamento romántico y realismo literario. ¿Cómo si no puede entenderse que,
perteneciendo a la alta burguesía normanda, nos muestre un profundo desprecio
por su propia clase social?. Porque la obra es también una aguda crítica de esa
sociedad burguesa y provinciana, de la que destaca su vulgaridad y a la que
retrata mediante personajes arquetípicos como el usurero y el boticario
arribista, o en sus prejuicios y usos sociales tales como el matrimonio de
conveniencia.
Pero
el tema central de la novela es el adulterio. Un asunto escandaloso para la
mentalidad de la época, que le costó al escritor un proceso judicial por
atentado contra la moralidad del que afortunadamente fue absuelto. No obstante,
pienso que el tratamiento es aquí paradójicamente moralizante porque el
desarrollo de la trama y el desenlace parecen establecer una clara relación
causal entre pecado y expiación o penitencia, entre adulterio y castigo. Emma, joven soñadora muy influenciada
por lecturas románticas, recibe una esmerada educación que le impulsa a
rechazar su modesto origen y ambicionar
el brillante mundo de la aristocracia y alta burguesía. Con la intención de salir de
su familiar ambiente rural, casa con el médico Carlos Bobary y pronto ve frustradas sus ilusiones. A partir de
entonces, amparada en su alocada e ingenua fantasía, inicia un proceso de
progresiva degradación sentimental y ruina económica, una progresión lógica hacia el desastre final
que recuerda en cierto modo a las antiguas tragedias griegas. El lector lo
intuye pero no importa, queda envuelto en las precisas descripciones nunca tediosas, atrapado por la
elegancia del lenguaje sin inútiles ostentaciones, y por un narrador
omnisciente que se aproxima tanto a los personajes que nos los acerca, como si
hablaran en primera persona. También percibe sutiles cambios de narrador en
algunos pasajes y diálogos Dicen los expertos que esa sensación de proximidad,
y un falso efecto de saltos temporales en una acción que es lineal y continua,
lo consigue el escritor mediante el uso de tiempos verbales de imperfecto,
condicional e interrogativo, que aportan esa impresión de movilidad sin alterar el
ritmo y la unidad temporal. Son sutilezas técnicas que el lector nota pero escapan a mi análisis de
aficionado.
En fin son muchos los aspectos que pudieran comentarse, pero antes que extenderme mejor remitir a los detallados estudios que suelen introducir esta novela en las buenas ediciones. Terminaré añadiendo que es una lectura más que recomendable, casi obligatoria para los buenos lectores, aunque sea tarde como en mi caso. Los grandes de la literatura nunca defraudan.
En fin son muchos los aspectos que pudieran comentarse, pero antes que extenderme mejor remitir a los detallados estudios que suelen introducir esta novela en las buenas ediciones. Terminaré añadiendo que es una lectura más que recomendable, casi obligatoria para los buenos lectores, aunque sea tarde como en mi caso. Los grandes de la literatura nunca defraudan.