La idea de
mestizaje parece ser una de las pautas que definen el panorama literario
actual. Y como la novela sigue siendo, por muchas razones, el género mayoritariamente
preferido del público, la creación literaria tiende a introducir dosis de ficción o técnicas de la narrativa
en otros géneros considerados más serios. Surgen así nuevos subgéneros como la historia
novelada - no confundir con novela histórica- o la biografía novelada.
Muchos autores hablan de explorar los difusos límites entre ficción y realidad,
pero yo sospecho además la intención de atraer y asegurar el éxito editorial.
Esto no supone de mi parte una valoración negativa y no defiendo, desde luego,
la estricta separación entre géneros, pero a veces me parece detectar cierto
interés por suscitar en el lector esa sensación de mezcla o mestizaje literario.
La obra que
comento hoy, puede ilustrar esa impresión personal. La sinopsis promocional de
contraportada comienza con la siguiente frase: “Este libro es una novela, un
ensayo, una autobiografía”. De inmediato nos viene a la mente un nuevo
subgénero, real o ficticio, el ensayo novelado. Pero si repasamos y
profundizamos en el concepto de ensayo, como obra de reflexión subjetiva
sobre un tema, generalmente humanístico, tratado con estilo literario, de forma
no sistematizada, abierto a lo anecdótico y a la divagación, comprenderemos que
este género puede incluir en sí mismo aquellos aspectos narrativos o
autobiográficos. Sin embargo, el lector medio suele tener una idea de ensayo
muy próxima al tratado o la disertación, subgéneros didácticos
emparentados con el primero pero bastante más graves y objetivos, y por tanto
menos o poco amenos.
Tampoco
debe extrañar que Rosa Montero
(1951) haya escrito este libro, sea cual sea la etiqueta que lo clasifique. A
fin de cuentas su propia carrera literaria es híbrida. Muy popular y valorada por
sus artículos de prensa en El País -otra modalidad de ensayo-,
que alterna con una considerable
producción narrativa entre la que destaca su novela más conocida, La hija
del caníbal. Esa dicotomía entre periodismo y ficción literaria la resuelve
en esta obra cuando declara su
predilección por la segunda.
La loca de la casa (2003) es
un libro con vocación y voluntad meta-literaria.
Así se reconoce cuando en la introducción la escritora, que es narradora en
primera persona, manifiesta su intención de escribir sobre “el oficio de
escribir”, es decir, literatura sobre literatura. A partir de ahí despliega
sus reflexiones en torno a la creatividad narrativa como vínculo que une la
fantasía con la realidad, el caos y la locura con la razón. La imaginación -la
loca de la casa, en palabras de Santa Teresa- es la premisa básica de la
ficción novelesca, y la inspiración (las Musas, o el daimon) es el
desencadenante, autónomo e inconsciente, del impulso creativo. El pensamiento
de la autora se recrea en aspectos tales como el paralelismo entre pasión
amorosa y literaria, ambas fruto de una locura pasajera; la literatura como
deseo de trascendencia o como expiación
y purificación de culpas; o las
relaciones entre locura y literatura. Y de lo
metafísico deriva hacia aspectos
más pragmáticos, como el proceso de elaboración de una novela; la difícil
relación del escritor con el poder; el fracaso literario y las imposiciones del
mercado editorial; la figura de la esposa del escritor, y otras muchas cuestiones.
Rosa Montero ilustra estas
reflexiones con sus propias experiencias y anécdotas de otros escritores. Nos
cuenta su obsesión por los enanos, trasunto de sus carencias y enfermedades de
la infancia, y curiosidades como la vanidad de Italo Calvino o la
sumisión de Goethe a sus patronos, los duques de Weimar. Rechaza el
sexismo en la literatura y las dificultades de las mujeres escritoras pero no
evita destacar la diferente sensibilidad narrativa ligada al género.
Encontramos también numerosas referencias a lecturas que la impresionaron o
sirven de ejemplo a sus opiniones. Pero es en el terreno de lo personal, donde
la escritora nos previene sobre la irrealidad de lo autobiográfico, porque las
traiciones de la memoria, lo evanescente de los recuerdos, o el interés del
escritor por mejorar la propia imagen, tienden a difuminar los límites entre lo
vivido y lo imaginado.
El estilo
es libre y no sistemático aunque presenta ideas recurrentes que aportan
cohesión a la exposición. El lenguaje es directo y sin artificio lo que suma
amenidad sin restar profundidad. Las alusiones a obras como Ensayo sobre la
tolerancia de Voltaire, Las Guerras Judías de Flavio
Josefo, o un cuento de Marguerite Yourcenar, no son florituras
eruditas sino precisas y pertinentes al relato expositivo, y su intención
divulgativa no desorienta al lector. Algunas historias, como la de Humboldt
y el loro de los atures, superan lo ilustrativo y rayan en lo poético.
En fin, en
mi opinión se trata de un estupendo ensayo que se lee con facilidad. Los
lectores que escribimos, aun sin ser escritores, podemos sentir y compartir
muchas de esas reflexiones en torno a la narrativa. Muchos pensamos lo mismo
pero no lo sabemos expresar adecuada o bellamente con palabras. Esa es la
dificultad y la grandeza del oficio de escribir.
Es muy ameno, si...
ResponderEliminar¡Gracias por tu reseña, Don Lope!
Gracia Marina, eres una gran lectora.
ResponderEliminarGracia Marina, eres una gran lectora.
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