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martes, 20 de septiembre de 2016

LA LOCA DE LA CASA. Rosa Montero

La idea de mestizaje parece ser una de las pautas que definen el panorama literario actual. Y como la novela sigue siendo, por muchas razones, el género mayoritariamente preferido del público, la creación literaria tiende a introducir  dosis de ficción o técnicas de la narrativa en otros géneros considerados más serios. Surgen así nuevos subgéneros como la historia novelada - no confundir con novela histórica- o la biografía novelada. Muchos autores hablan de explorar los difusos límites entre ficción y realidad, pero yo sospecho además la intención de atraer y asegurar el éxito editorial. Esto no supone de mi parte una valoración negativa y no defiendo, desde luego, la estricta separación entre géneros, pero a veces me parece detectar cierto interés por suscitar en el lector esa sensación de mezcla o mestizaje  literario.
La obra que comento hoy, puede ilustrar esa impresión personal. La sinopsis promocional de contraportada comienza con la siguiente frase: “Este libro es una novela, un ensayo, una autobiografía”. De inmediato nos viene a la mente un nuevo subgénero, real o ficticio, el ensayo novelado. Pero si repasamos y profundizamos en el concepto de ensayo, como obra de reflexión subjetiva sobre un tema, generalmente humanístico, tratado con estilo literario, de forma no sistematizada, abierto a lo anecdótico y a la divagación, comprenderemos que este género puede incluir en sí mismo aquellos aspectos narrativos o autobiográficos. Sin embargo, el lector medio suele tener una idea de ensayo muy próxima al tratado o la disertación, subgéneros didácticos emparentados con el primero pero bastante más graves y objetivos, y por tanto menos o poco amenos.
Tampoco debe extrañar que Rosa Montero (1951) haya escrito este libro, sea cual sea la etiqueta que lo clasifique. A fin de cuentas su propia carrera literaria es híbrida. Muy popular y valorada por sus artículos de prensa en El País -otra modalidad de ensayo-, que alterna con  una considerable producción narrativa entre la que destaca su novela más conocida, La hija del caníbal. Esa dicotomía entre periodismo y ficción literaria la resuelve en esta obra  cuando declara su predilección por la segunda.
La loca de la casa (2003) es un libro con vocación y voluntad  meta-literaria. Así se reconoce cuando en la introducción la escritora, que es narradora en primera persona, manifiesta su intención de escribir sobre “el oficio de escribir”, es decir, literatura sobre literatura. A partir de ahí despliega sus reflexiones en torno a la creatividad narrativa como vínculo que une la fantasía con la realidad, el caos y la locura con la razón. La imaginación -la loca de la casa, en palabras de Santa Teresa- es la premisa básica de la ficción novelesca, y la inspiración (las Musas, o el daimon) es el desencadenante, autónomo e inconsciente, del impulso creativo. El pensamiento de la autora se recrea en aspectos tales como el paralelismo entre pasión amorosa y literaria, ambas fruto de una locura pasajera; la literatura como deseo de trascendencia o como  expiación y  purificación de culpas; o las relaciones entre locura y literatura. Y de lo   metafísico deriva hacia aspectos más pragmáticos, como el proceso de elaboración de una novela; la difícil relación del escritor con el poder; el fracaso literario y las imposiciones del mercado editorial; la figura de la esposa del escritor, y otras muchas cuestiones. Rosa Montero ilustra  estas reflexiones con sus propias experiencias y anécdotas de otros escritores. Nos cuenta su obsesión por los enanos, trasunto de sus carencias y enfermedades de la infancia, y curiosidades como la vanidad de Italo Calvino o la sumisión de Goethe a sus patronos, los duques de Weimar. Rechaza el sexismo en la literatura y las dificultades de las mujeres escritoras pero no evita destacar la diferente sensibilidad narrativa ligada al género. Encontramos también numerosas referencias a lecturas que la impresionaron o sirven de ejemplo a sus opiniones. Pero es en el terreno de lo personal, donde la escritora nos previene sobre la irrealidad de lo autobiográfico, porque las traiciones de la memoria, lo evanescente de los recuerdos, o el interés del escritor por mejorar la propia imagen, tienden a difuminar los límites entre lo vivido y lo imaginado.
El estilo es libre y no sistemático aunque presenta ideas recurrentes que aportan cohesión a la exposición. El lenguaje es directo y sin artificio lo que suma amenidad sin restar profundidad. Las alusiones a obras como Ensayo sobre la tolerancia de Voltaire, Las Guerras Judías de Flavio Josefo, o un cuento de Marguerite Yourcenar, no son florituras eruditas sino precisas y pertinentes al relato expositivo, y su intención divulgativa no desorienta al lector. Algunas historias, como la de Humboldt y el loro de los atures, superan lo ilustrativo y rayan en lo poético.
En fin, en mi opinión se trata de un estupendo ensayo que se lee con facilidad. Los lectores que escribimos, aun sin ser escritores, podemos sentir y compartir muchas de esas reflexiones en torno a la narrativa. Muchos pensamos lo mismo pero no lo sabemos expresar adecuada o bellamente con palabras. Esa es la dificultad y la grandeza del oficio de escribir.

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