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martes, 1 de noviembre de 2016

LARGO NOVIEMBRE DE MADRID/ LA TIERRA SERÁ UN PARAÍSO/ CAPITAL DE LA GLORIA. Juan Eduardo Zúñiga

Juan Eduardo Zúñiga (1919) es un autor muy valorado por la crítica pero escasamente divulgado entre los lectores. Su obra narrativa, no muy extensa, es de una calidad incuestionable, galardonada con varios premios de ámbito nacional, pero ninguno de esos, como el Nadal o Planeta, que hacen visibles y mediáticos a los escritores. De otra parte Zúñiga parece recelar e  incluso rehusar deliberadamente  el marketing y la fama, quizás amparado y refugiado en otras de sus facetas, la de traductor y especialista en lenguas eslavas, en particular ruso y búlgaro, plasmada en numerosos e importantes estudios sobre la literatura de estos países del Este europeo.
En la producción del escritor madrileño destaca el relato breve. En los años 40 y 50 publicó muchos de ellos, siempre en revistas, pero la mayoría no fueron recogidos en libros. Tras largos años de ausencia literaria, en 1980 editó su primera colección de cuentos con el título El largo noviembre de Madrid, libro varias veces reeditado que supuso su consagración en esta especialidad narrativa. A partir de entonces, espaciadas en el tiempo, le siguieron otras colecciones entre ellas las dos que, con la primera, completan la trilogía que hoy nos ocupa, quizás las más conocidas del autor. En 2010 editó la última, Brillan monedas oxidadas, que leí entonces y me conquistó por la riqueza en matices de su prosa.
Los manuales de literatura encuadran a nuestro autor entre un grupo de escritores españoles que hacia mitad del pasado siglo cultivaron un estilo conocido como realismo social, caracterizado por una visión crítica de la sociedad española del momento, que pretendía promover cambios en sus estructuras y remediar la evidente e injusta desigualdad.  Pero Juan Eduardo Zúñiga es  un caso especial porque, junto a esa escritura comprometida, ha desarrollado una estética propia de marcado carácter alegórico. Por eso muchos dicen que cultiva un realismo simbólico que en ciertos aspectos lo aproxima al posterior realismo mágico.
La infancia del escritor quedó marcada por la Guerra Civil y el prolongado asedio de la capital y sus mejores cuentos, los más conocidos y premiados, son el fruto de esa experiencia traumática. Este cuidado volumen de Cátedra, extensamente introducido por  Israel Prados, recoge la que se conoce como Trilogía de Madrid y la Guerra Civil, integrada por tres colecciones que el autor editó a largo de más de veinte años, en orden cronológico: Largo noviembre de Madrid (1980), La tierra será un paraíso (1989) y Capital de la Gloria (2003). La primera agrupa 16 relatos casi todos inscritos en el marco temporal de comienzos de la guerra, cuando se inicia el cerco de Madrid y menudean los bombardeos de aviación y artillería sobre la ciudad. La segunda, de sólo 7 cuentos, da un salto temporal a la primera posguerra; años de humillación y miedo, de represión de los vencidos y aparición de una heroica pero inútil resistencia interior. Por último, en la tercera colección formada por 10 relatos, volvemos atrás y asistimos a los días previos a la rendición de la capital.
De lo dicho hasta ahora se evidencia el protagonismo de Madrid como escenario omnipresente en los cuentos; los frentes de lucha en la Casa de Campo o la Ciudad Universitaria; sus barrios obreros, Tetuán o Carabanchel, castigados por los bombardeos; la  Gran Vía y el Edificio de Telefónica como puntos de referencia para la artillería enemiga, y otros muchos lugares emblemáticos de aquel largo asedio de la capital. Por el telón de fondo de los relatos desfilan milicianos, brigadistas, comunistas, “emboscaos” y saboteadores quintacolumnistas. Percibimos además el horror de los bombardeos, el ánimo de resistencia del pueblo y también el hambre, la miseria y el cansancio de los vencidos; todo esto enfocado desde el bando republicano pero narrado con total ausencia de efectismo melodramático  y sin ánimo tendencioso.
Pero con todo, el asedio de Madrid, mucho más rico en elementos y matices que los resumidos antes, es sólo el  marco ambiental imprescindible, el trasfondo y escenario de unas historias esencialmente humanas, donde los auténticos protagonistas son hombres y mujeres que viven y sufren bajo las circunstancias extremas de la guerra y nos muestran su afán por sobrevivir, la necesidad de satisfacer las pasiones básicas, la contingencia y el riesgo de la propia existencia, mientras ponen en evidencia virtudes como la lealtad, el amor y el sacrificio, pero también las inclinaciones y pulsiones más negativas y secretas como la traición, la venganza, el egoísmo y la codicia.
El narrador de los relatos es variable. En muchos es el protagonista en primera persona quién cuenta su experiencia, en la mayoría un narrador omnisciente, en tercera persona, que penetra en los pensamientos y sueños de los protagonistas.
El estilo literario de Zúñiga es rico y sugerente. De una parte es un maestro en el uso de la elipsis sintáctica, pero sobre todo narrativa cuando omite elementos implícitos en la historia que se dan por sobrentendidos. En los cuentos abunda la analepsis, con frecuentes saltos temporales cuando el narrador recuerda su pasado o mediante el recurso a lo onírico. Cabe destacar la utilización de elementos esotéricos (adivinos, echadoras de cartas) como expresión de la fuerza caprichosa e inexorable del destino. También la ambientación nocturna, las evocaciones fantasmales de los protagonistas, los lugares oscuros  y el secretismo, refuerzan la sensación opresiva y misteriosa de muchos relatos. En cuanto a lo estructural, destacar la complicada sintaxis con largas oraciones sucesivas enlazadas por comas y la escasez de puntuación, que en mi opinión supone una dificultad y un reto para el lector.
Finalmente quiero insistir en ese equilibrio del escritor entre el compromiso ético, alejado de revanchismo, que utiliza la memoria histórica como medio de dignificar a los vencidos, y una intención estética propia que otorga singularidad al estilo realista de su generación. Recomiendo esta trilogía a los lectores que queremos, de una vez por todas, enterrar con decoro a todos los muertos de nuestra guerra civil, sin maniqueísmo y sin distinción de bandos e ideologías. Pero aviso, es un buen plato que debe ser degustado poco a poco, sin prisas, a pequeños bocados, solo así  disfrutaremos de unas historias ricas en matices pero de una complejidad estructural que requiere pausa y atención en la lectura.  

   

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