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ciertos libros puede suponer todo un reto. La síntesis argumental tiene que ser
precisa, y debe evitar ante todo arruinar la sorpresa en el lector. Pero ¿cómo
hacerla cuando la trama se te escapa de las manos como arena?. ¿Dónde encontrar
la idea trascendente oculta entre la fantasía, encerrada en sí misma como en una matrioshka?.
Algo así he pensado al terminar esta lectura, inquietante,
inaprensible en su totalidad, pero de una belleza deslumbrante.
La
escala de los mapas
(1993) fue la opera prima de la escritora madrileña Belén Gopegui (1963) y en
su momento recibió dos premios, fue reconocida por la crítica
literaria y avalada por escritores de prestigio. Es una de esas novelas
difíciles que exigen al lector. El protagonista es Sergio Prim, geógrafo de profesión, que siente un amor platónico
por Brezo Varela, una mujer que en su momento no le correspondió. Todo cambia
cuando un buen día la encuentra, al bajar del autobús, y ella le toma del brazo,
se muestra ilusionada y ríe.
Hasta ahí el resumen incompleto de una
trama argumental que trascurre lentamente, interiorizada en el pensamiento de Sergio, y se acelera gracias al recurso
de la analepsis, y a unos capítulos
deliberadamente breves, como cortes cinematográficos engañosos porque en
realidad ocultan un largo plano secuencia literario. En realidad toda la novela
gira en torno al espacio y al tiempo, o más bien a la distorsión de esas dos
magnitudes en la mente del protagonista, en sus reflexiones, sentimientos y
pasiones llevadas hasta la perturbación anímica rayana en la locura. De ahí las
alegorías relacionadas con la
deformación espacio-temporal en la teoría de la relatividad o la paradoja del gato de Schródinger de la mecánica cuántica. Unas metáforas físicas y
metafísicas –quizás un homenaje al padre de la escritora, reconocido
astrofísico- que ilustran el profundo retrato psicológico de Sergio Prim y su búsqueda obsesiva del hueco,
ese espacio irreal, o tiempo fuera del tiempo, en el que refugiarse de la
realidad que le persigue, simbolizada en una dama con sombrilla roja, tacones
altos y guantes largos, que aparece reiterativa en el relato. El ciervo
enramado, otra imagen alegórica recurrente, es para el protagonista la luz y la
continua renovación del amor ideal que siente por Brezo, un amor que intenta mantener en su pureza, alejado de toda
contaminación por la realidad cotidiana. La consecuencia es la soledad y el
aislamiento de la amada, aunque el lector intuye que es a la inversa, que en Sergio Prim es la soledad esencial y
congénita la que le conduce hacia esa luz y a diluirse en ese amor quimérico.
Comparaciones geográficas tales como
la escala de los mapas o las fracturas en el mapa mental refuerzan el retrato
psicológico del protagonista, y su escapismo paranoico fijado en el hueco
interior, el espacio y el tiempo, que se ilustran bien en frases como esta: “La música no está en las notas sino entre
las notas” (Debussy), o en esta
otra referida a los toques de tambor: “el
ritmo espaciado disuelve el tiempo, el ritmo acelerado lo expulsa”.
Se ha dicho que esta novela es muy
original en su planteamiento narrativo y estoy de acuerdo. El protagonista pasa
alternativamente de la primera persona a la tercera cuando habla de sí mismo.
Utiliza aquella para contarnos sus reflexiones y sentimientos, y ésta última
para la historia de su relación con Brezo, en lo que parece una disociación
entre pensamiento y acción. También interpela en segunda persona a su amada
cuando la interroga con preguntas retóricas. Finalmente se dirige con
frecuencia al lector para justificar sus sentimientos o incluso – acaso sea la
propia escritora- para explicar aspectos estructurales del relato.
El desenlace es abierto, no podría ser
de otra forma, y empeñado en mantener la duda hasta el final. El protagonista,
en el más puro estilo de Pirandello,
toma conciencia de sí mismo como ente literario, como creación de la escritora
(… esa mujer de cuello largo) y duda de su existencia ficticia dentro de la
propia ficción. En suma, el problemático conflicto y la frontera entre fantasía
y realidad, en un delicado juego de metaficción.
Para terminar diré que estamos ante
una novela complicada y bella en similar proporción. La historia destila
sensibilidad y en su estilo es pura
prosa poética. No podemos identificarnos con las obsesiones de Sergio Prim, pero muchas de sus
reflexiones tocan nuestra fibra íntima.