Cuando casi
se cumple un siglo de la fundación del partido nacional socialista alemán, el
nazismo, la ideología política que autoproclamó el Tercer Reich, sigue
siendo fuente inagotable de estudio histórico e inspiración literaria. Ahora,
cuando parece que no hemos aprendido nada o lo hemos olvidado todo, surgen de
nuevo con fuerza los nacionalismos en el centro y norte de Europa. Este contexto ha propiciado la aparición de una corriente de revisionismo histórico, peyorativo y subsidiario de estas ideologías, que pretende hacer pasar por mitos verdades tan
evidentes como el holocausto. A esta aberrante tendencia se quiere oponer otro
revisionismo, más académico, que indaga, a la luz de nuevos datos, en las causas del ascenso al poder político del partido nazi, el expansionismo alemán previo a
la guerra o el antisemitismo y la sistemática aplicación de
la eufemística solución final.
En ésta última corriente parecen particularmente
implicados los historiadores franceses, quizás con cierta vocación expiatoria
porque, a fin de cuentas, la república francesa toleró hasta lo intolerable las
anexiones territoriales nazis, y media Francia (el régimen de Vichy) fue
colaboracionista durante la guerra mundial.
En el marco de esta tendencia, no es casual que dos
escritores que tratan estos temas hayan recibido el prestigioso Premio
Goncourt en los últimos siete años. Me refiero a Laurent Binet por HHhH
en 2010, y ésta que nos ocupa hoy, premiada en 2017. Ambas novelas
presentan notables similitudes en cuanto a técnica narrativa, pero no aludiré a
la primera que ya fue objeto de una anterior entrada en este blog.
El orden del día de Éric Vuillard es una obra de difícil clasificación. No
podemos definirla como novela histórica porque carece de trama de ficción.
Tampoco es un tratado de historia, aunque todos los acontecimientos narrados
son reales e incluso están datados con precisión cronológica. Se trata más bien
de historia novelada, o si atendemos a los verosímiles diálogos de
personajes históricos y a los comentarios del narrador, podemos hablar de
dramatización de la historia.
Se trata de
una novela corta y cuenta unos hechos decisivos que sucedieron tras el
nombramiento de Hitler como canciller de la República de Weimar, los que
en cierta medida propiciaron la ocupación nazi del poder y el expansionismo
territorial del nuevo régimen hasta la
anexión de Austria (Anschluss). En efecto, los primeros capítulos
describen una reunión secreta de los grandes industriales alemanes, el 20 de
febrero de 1933, encabezada entre otros por Gustav Krupp (foto de
portada) el magnate de la industria metalúrgica. Su objetivo era financiar al
partido nazi en su ambicioso proyecto golpista. Siete días más tarde se produce
el incendio del Reichstag y la proclamación posterior del Tercer
Reich.
Tras poner
en evidencia la vergonzosa implicación política de las grandes empresas
alemanas, el relato da un salto temporal hasta 1938 y enfoca las maniobras nazis que culminaron con
el Anschluss. Entre otras, la
agobiante presión de Hitler sobre el canciller austriaco Schuschnigg,
bajo amenaza de invasión, hasta su capitulación
final ante el führer, con la
cobarde aquiescencia de los líderes europeos, el inglés Chamberlain y
el francés Daladier. Una invasión pacífica finalmente llevada a cabo, que
pretendía ser un rápido paseo militar y se vio bruscamente detenida por un ridículo atasco de tanques en la ciudad de Lindtz,
resuelto con el transporte de los carros en tren para la entrada triunfal de Hitler
en Viena.
Al margen
de aportar nuevos datos históricos, la sucesión de escenas cortas, casi
cinematográficas, nos hace evocar los reportajes en blanco y negro y las fotos
de época a las que se alude con cierta
frecuencia. Este esquema narrativo puede dar la impresión de enfrentarnos ante
una relación fría y algo tediosa de lo tantas veces visto. Nada más lejos de la
realidad porque Eric Vouillard, actuando como narrador de los hechos
históricos, se implica emocionalmente en los mismos y transmite sus impresiones
subjetivas al lector. Mediante descripciones precisas de los gestos y la
actitud anímica de los personajes logra evidenciar sus emociones y de esta
forma adquieren colorido,
se encarnan y cobran vida ante nosotros. La amenazante prepotencia, el cinismo
y el miedo expresados en breves frases y diálogos, ficticios pero muy creíbles,
añaden una impactante sensación trágica a los acontecimientos.
En los
capítulos finales el escritor aporta sus reflexiones personales impregnadas de
ironía y profundo sentido de drama histórico. Así cuando destaca la paradoja de
los vieneses celebrando inconscientemente el carnaval del 38 mientras entre
bastidores se negocia la anexión de Austria. También el paseo del führer aclamado
por las masas brazo en alto, presentado a bombo y platillo en los noticieros,
que coincide con una oleada de suicidios en todo el país. En el capítulo final Gustav
Krupp despierta de una pesadilla que simboliza el oculto sentimiento de
culpa de los grandes magnates que durante la guerra se beneficiaron de mano de
obra esclava en sus empresas; esas mismas que aún hoy siguen siendo las grandes
marcas de la industria alemana. En este caso, una apelación a la memoria
histórica que no quedó totalmente saldada con el suicidio de Hitler en
el bunker de la Cancillería.
En resumen,
estamos ante una gran novela. De original planteamiento narrativo, breve y
directa en el relato histórico, que nos atrae por su depurada estética y una
emotividad contenida que apela a la sensibilidad política del lector.
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