En cuanto a
la narrativa, mantengo una idea recurrente que me importa destacar aún a riesgo
de resultar reiterativo. Y es que, a los aficionados a este género literario
nos conviene fijar la atención, de vez en cuando, sobre los clásicos del XIX.
Su lectura siempre resulta enriquecedora y supone un agradable retorno a los orígenes de la novela actual. En efecto, fue en el periodo decimonónico cuando se
establecieron las bases de la misma, cuando surgen nuevos subgéneros e incipientes
cambios en técnica y lenguaje narrativo que después serán plenamente desarrollados en
el XX. En particular los escritores adscritos al estilo literario del realismo fueron grandes
innovadores en este sentido. Gracias a su empeño por reflejar la realidad actuaron además como testigos fieles de una época histórica y de unos conflictos
existenciales en los que nos seguimos reconociendo plenamente porque están en la base y
son el origen de nuestra modernidad literaria y vital.
Los mejores
representantes de estos clásicos modernos los encontramos en los escritores
realistas y naturalistas franceses y rusos. Y en nuestro país, Benito Pérez Galdós (1843-1920),
gran admirador de aquellos, se ha definido como el máximo exponente del
realismo en lengua castellana. Se ha dicho de él que fue tan popular como Lope
de Vega y está considerado como el mayor novelista español después de Cervantes.
Fue casi autodidacta pero con unos saberes enciclopédicos que logró ocultar utilizando siempre un estilo directo y
natural exento de todo academicismo. Su producción literaria es abrumadora por
extensa, e incluye teatro, ensayo, libros de viajes y cuentos, pero es aún más
destacable en la novela. Con los Episodios Nacionales, un conjunto de 46
libros agrupados en cinco series, construyó una auténtica crónica política y
social de la España del siglo XIX, comenzando por Trafalgar y terminando en la
Restauración Borbónica; y la edificó a través de la vida íntima y cotidiana de
unos personajes marcados por los acontecimientos históricos. Fue uno de los
novelistas que mejor profundizó en la psicología de sus personajes,
especialmente los femeninos y ahí están para probarlo obras como Fortunata y
Jacinta (1886) y Misericordia (1897) dos de sus títulos más conocidos.
Miau (1888) quizás no sea una de las mejores novelas del
escritor, canario por nacimiento y madrileño de adopción. Desde luego no se
encuentra en la nómina de las más conocidas, pero merece ser leída porque
resulta coherente con el resto de su obra y reúne en sí misma todos los
elementos estilísticos que mejor definen a su autor. Es la historia de don
Ramón Villaamil, prototipo de cesante en espera de un destino burocrático
que nunca llega, y de su familia formada por tres mujeres apodadas las Miau,
obsesionadas con la apariencia social y acosadas por la miseria de una casa sin
apenas ingresos económicos. El protagonista, funcionario honrado, tiene algo de
quijotesco, e incluso cervantino, empeñado en mantener la dignidad en la pobreza, inmerso en un ambiente
de corruptos, vagos y pícaros que medran en los entresijos de una
Administración pública tan clientelar y abultada como ineficaz. Villaamil,
ante el fracaso de sus pretensiones y el olvido de sus amigos, inicia una caída
progresiva hacia la depresión y la locura, que alterna con reflexiones de
extrema cordura. El contrapunto a este personaje lo ofrece su nieto, Luisito
Cadalso que simboliza la inocencia de la infancia, en la cual encuentra
consuelo su abuelo.
La novela
pertenece a una serie titulada Novelas españolas contemporáneas, porque
reflejan fielmente el ambiente social del momento en que vive el escritor. En
este caso, lo trascendente del relato es una sátira de la burocracia madrileña
con el telón de fondo del régimen político de la Restauración, en el que se
intuye la aberración democrática del turno en el poder entre conservadores y
liberales, el caciquismo provincial y el clientelismo. En suma, la corrupción
que invade todas las esferas de la política y la administración, algo que nos
resulta muy actual -nihil sub sole novum- en nuestro contexto presente.
La trama
argumental trascurre de forma lineal sin solución de continuidad entre los
capítulos. Esta unidad de tiempo y de acción no es lo único que nos recuerda el
drama teatral sino los frecuentes diálogos entre los personajes, en los que se
refleja el carácter y el nivel cultural o social de los mismos, desde la
pedantería romántica y oratoria de Victor Cadalso, hasta el lenguaje
popular de las calles de Madrid. También evoca lo escenográfico los frecuentes
paréntesis intercalados, que indican gestos o actitudes de los personajes en
sus parlamentos. Todo ello nos hace pensar que la novela podría ser versionada
fácilmente a las tablas del teatro.
El narrador
de la historia lo hace en tercera persona. Las descripciones de los rasgos
físicos y del carácter de los personajes son perfectas. En algunos casos, como
el ataque histérico de Abelarda, tan vívidas que nos parece estar
presenciando la escena. Las referencias al ambiente en las calles madrileñas,
el retrato de distintos tipos sociales, la hipocresía de las clases medias y la
picaresca popular, todo contribuye para ofrecernos un enorme fresco de la época
y, aunque no está catalogada como tal, me atrevería a decir que estamos ante
una estupenda novela histórica.
El
lenguaje, como se ha dicho, es sencillo y directo, con algunas palabras y
frases que ahora nos resultan arcaísmos pero de plena actualidad en la época
del escritor. No alteran la compresión del texto y por contra estimulan nuestra
curiosidad, porque la mera indagación sobre las mismas no sólo enriquece en
cultura sino que nos ubica mejor en la mentalidad de aquellos tiempos no tan
remotos, y contribuye a valorar nuestra propia evolución, no siempre a mejor.
Aunque en
algunos momentos el relato se impregna de una cierta ingenuidad, siempre
entendida desde nuestra óptica actual, lo que predomina es la ironía y el
humor, amargo en ocasiones, pero en general crítico y amable antes que cruel.
La introducción progresiva de los personajes conforme avanza la acción, y la introspección
psicológica en sus vidas aligera la trama argumental, algo carente de intriga,
hasta desembocar en un final esperado pero sorprendente por lo tragicómico.
En resumen,
una excelente novela que no defrauda en su lectura.
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