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martes, 9 de julio de 2019

HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA. Jorge Luis Borges


Intentar resumir en esta entrada la rica y compleja obra literaria de Jorge Luis Borges (1899-1986) me parece vana presunción. No obstante, interesa destacar algunos aspectos de la misma que pueden venir al caso de esta colección de cuentos que hoy comento.
El primero es la equiparación intelectual entre escritura y lectura. El genial escritor argentino fue siempre lector impenitente y llegó a decir que su concepción del paraíso era una biblioteca. Entendía que la literatura se nutre de la lectura de textos que surgen de otros y remiten a un texto original quizás perdido. Su objetivo no era tanto la originalidad sino la recreación de un universo fantástico basado en la reelaboración literaria o en una realidad empírica que consideraba igualmente ilusoria. Fruto de esa intensidad lectora fue la enorme erudición que reflejan sus historias.
Otro aspecto a destacar es la evolución literaria del autor desde postulados basados en la realidad o la verdad racional, hasta un claro predominio de la intención estética. No cree en el conocimiento objetivo como forma de explicar el mundo por lo que adopta un eclecticismo basado en la pluralidad de perspectivas, expresado con un estilo barroco de tipo quevedesco en el que, mediante una prosa austera y precisa, construye mundos alternativos de alto contenido simbólico utilizando recursos como la ironía o la paradoja, reflejos o paralelismos, hasta convertir el relato en una gran metáfora, en ocasiones con cierto trasfondo metafísico.
Borges consideraba el cuento como un género esencial frente a la novela que obliga al relleno. Por eso nunca escribió una, pero es universalmente conocido como el mejor escritor de relatos breves. Sus historias mezclan fantasía y realidad. Son una amalgama de citas eruditas de textos históricos frente a otras referidas a libros apócrifos; geografías reales junto a novelescas; recuerdos vividos e inventados; gramáticas utópicas y matemáticas imaginarias. Todo ese conjunto de elementos cohesionado mediante un lenguaje perfecto y elegante dan lugar a ficciones de gran originalidad. Los mejores cuentos de la obra borgiana ofrecen varios significados que se organizan por capas que resultan transparentes u opacas según el punto de vista del lector, es decir, de su experiencia. Debido a esto, la comprensión completa del texto puede quedar velada parcialmente o limitada a las capas más superficiales del mismo. El escritor funciona entonces como una especie de demiurgo en el centro del laberinto (un figura muy de su gusto) que, siendo el urdidor de la trama es el único privilegiado que la conoce al completo.
Historia universal de la infamia fue la primera colección de cuentos de Borges. En el volumen que he leído se recogen catorce cuentos; los trece de la primera edición (1935) y uno de los tres añadidos en 1954. En el prólogo los propone como ejemplo de barroco literario, según su definición: “cuando el arte exhibe y dilapida sus recursos”. Aunque todos los relatos se basan en crímenes y personajes reales, están reinventados y tergiversados de tal forma que se convierten en fantasías originales. No debe extrañar que el escritor que acuñó el término realismo mágico situara el inicio del movimiento literario a partir de la publicación de este libro.
Un primer bloque de cuentos está encuadrado temporalmente en el siglo XIX y son historias de criminales. En El atroz redentor Lázaro Morell, ambientado en el profundo sur, un aparente libertador de esclavos es en realidad un despiadado ladrón y asesino. El impostor inverosímil Tom Castro es un caso de suplantación de personalidad. Ambos criminales aprovechan la ilusoria esperanza de sus víctimas. La historia de la Viuda Ching, cuenta las aventuras de una mujer pirata china y tiene un poético final con la fábula de “los dragones y la zorra”. En El proveedor de iniquidades Monk Eastman se inspiró sin duda Martin Scorsese en su película Gang of New York. El asesino desinteresado Bill Harrigan reinventa la historia de Billy the Kid. El relato que protagoniza Kotsuké, venganza por honor a la japonesa, ha sido imitado por el director japonés Kazuaki Kiriya en su película The Last Knights, mediocre a pesar de buenos actores.
         Un segundo bloque tiene como fuente principal Las mil y una noches de nuevo reinventados y saturados de elementos simbólicos tan del gusto de Borges; espejos, máscaras o velos, laberinto, etcétera. Una mención especial precisa el relato que une ambos bloques, Hombre de la esquina rosada. Se trata de una historia que se aparta de mitologías universales para reivindicar cierto nacionalismo literario en el localismo de su Buenos Aires natal. En ella se reproduce el ambiente del hampa porteña, los malevos o compadritos de los barrios marginales, que hablan en el argot conocido como lunfardo o jerga orillera, en un ambiente de matones tabernarios y tangueros. El tema aquí es el reto, el combate singular de tintes homéricos como reconocimiento del otro en el acto de darle muerte. Con un final inesperado en el que el narrador se dirige al propio Borges.
         En resumen, una estupenda colección de cuentos, con mucho menor contenido alegórico que las que le sucedieron, Ficciones (1944) y El Aleph (1949). Si estas últimas son la culminación de eso que se ha llamado universo borgiano, la que nos ocupa parece un ejercicio preliminar. Algo que reconoce el autor en el prólogo tardío de 1954.  Pero eso no supone merma en la calidad literaria de estos cuentos envueltos en una atmósfera irreal, saturada de elementos épicos y líricos. Me gusta Borges, incluso cuando no consigo penetrar sus metáforas que me dejan, no obstante, un agradable regusto de misterio.

                 

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