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jueves, 21 de mayo de 2020

DON JUAN. Gonzalo Torrente Ballester


Entre los grandes mitos de la literatura cristiana occidental hay dos que simbolizan el conflicto entre salvación y condena, entre el bien y el mal y su personificación dualista en Dios y Satanás; me refiero a Fausto y Don Juan. Este último es uno de los personajes arquetípicos de nuestra literatura que, por su fuerza dramática, ha pasado a serlo también de la universal. Se dice que fue inspirado por una persona real y tuvo algunos precedentes literarios pero fue Tirso de Molina, a principios del siglo XVII, quien dramatizó por vez primera al burlador sevillano. A partir de entonces su figura ha sido tratada por multitud de literatos y músicos. Entre los primeros, Moliere, Goldoni, Puhskin, Lord Byron, Espronceda y la muy conocida versión de Zorrilla. Entre los segundos destaca la ópera Don Giovanni de Mozart. Eso sin contar la multitud de escritores que han tratado al personaje y al donjuanismo en sus ensayos, Américo Castro y Ortega y Gasset entre otros. 
De Don Juan se ha dicho pues casi todo, se le ha salvado o condenado a los infiernos, se han estudiado sus rasgos psicológicos y la supuesta misoginia, hasta se ha dicho que podría ser impotente. Por eso sorprende que Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999) nos diera una nueva versión en su Don Juán (1963), justo después de ser reconocido como autor consagrado gracias a su trilogía Los gozos y las sombras.
         La trayectoria editorial de esta novela que hoy comento es bastante curiosa y no me resisto a reproducirla. Para empezar, fue un relativo fracaso de ventas, sin embargo Gonzalo, hijo del escritor, consideró que era la mejor novela de su padre. Tuvo problemas con la censura franquista porque se le atribuyó una considerable carga teológica y se propuso suprimir grandes párrafos. Para evitar esas amputaciones, el escritor tuvo que recurrir al ministro del momento, Manuel Fraga Iribarne. En una carta rebatía cada una de las objeciones al texto y por fin consiguió una nueva revisión y que se editara con la supresión de unas pocas frases no importantes.  Según dijo el propio autor, la obra fue concebida inicialmente como un drama, pero tuvo dificultades para traducir sus ideas a este género y finalmente se decidió por la novela.
La versión de Torrente Ballester es totalmente opuesta al mito romántico. No importa tanto la salvación o condenación del personaje. No destaca en Don Juan el desprecio a la figura femenina ni la mera carnalidad de sus acciones. Parece condenado a seducir, pero se resiste a dejar víctimas como secuela. Su concepción moral del amor se aproxima mucho al éxtasis religioso. El asesinato del Comendador no es producto de su orgullo sino del odio a la hipocresía social de su época. En suma, es un personaje más conceptual que mundano en el que destaca su rebeldía ante Dios. En los motivos entran en juego el libre albedrío frente a la predestinación, además de otros conceptos éticos y teológicos como la salvación por arrepentimiento final.
No se crea por todo lo dicho que la lectura de la novela ha de ser densa y pesada en base a esa profundidad conceptual. Por el contrario, el relato es fluido y está planteado en tono de farsa humorística plena de ironía. Además el cambio de narrador y plano temporal, sin abusos, imprime a la trama el dinamismo propio de una novela actual.
De comienzo un narrador testigo, quizás el propio escritor, se introduce  en la trama argumental. En un viaje a París encuentra a un personaje curioso, un italiano llamado Leporello (de la ópera Don Giovanni) que dice ser criado de Don Juan. El narrador se implica en la vida y aventuras de unos personajes fantásticos que mantienen la duda entre realidad y ficción, entre farsantes y fantasmas del pasado.  En el desarrollo de la trama del presente se producen dos incisos en los que Leporello y Don Juan narran en primera persona sus aventuras en la Sevilla del siglo XVII, y es en ellas donde cambia nuestra visión de ambos personajes gracias a sus propias reflexiones en torno al amor y la seducción, entre otras cuestiones y digresiones, como la original versión del pecado original en el paraíso. El desenlace queda indefinido cuando Don Juan y Leporello se reintroducen en el presente como actores, no muy buenos, del acto final en una representación teatral del Tenorio, sin que desaparezca esa sensación de irrealidad fantasmagórica de los mismos
En resumen, se trata de una novela divertida. Un juego y una elucubración sobre la figura de Don Juan, con altas dosis de humor, ironía y escepticismo que no esconden cierta profundidad conceptual. Tras leerla con agrado entiendo que el mito es como una cebolla a la que siempre se le pueden añadir, o desprender, nuevas capas.      
        


lunes, 11 de mayo de 2020

LA GLORIA DE LOS NIÑOS. Luis Mateo Díez


El escritor leonés Luis Mateo Díez (1942) es miembro de la Real Academia Española y cuenta en su haber con una extensa producción narrativa, sin embargo, no me parece que disfrute de la potencia mediática de otros académicos como Antonio Muñoz Molina o Arturo Pérez Reverte, escritores tan prolíficos como él. Con esa apreciación no pretendo minusvalorar su obra, ya que ésta es la primer que leo de sus novelas, solo evidenciar que la calidad literaria no siempre va emparejada con una amplia difusión editorial.
Por la trama argumental, la obra que hoy comento me hace recordar otra posterior, Intemperie (2013), la opera prima de Jesús Carrasco. Ambas tienen como protagonista principal a un niño y son novelas cortas, de las llamadas iniciáticas, no en el sentido esotérico del término sino el de iniciación mediante las experiencias que favorecen la evolución desde la infancia a la vida adulta. Los alemanes incluso acuñaron el término Bildungsroman para este tipo de novelas.
La gloria de los niños (2007) cuenta la historia de Pulgar, un niño al que su padre moribundo, en la posguerra, encomienda la búsqueda de sus tres hermanos desaparecidos tras el conflicto. A partir de ahí, Pulgar acepta una responsabilidad que supera con mucho sus fuerzas e inicia esa misión que siente como su destino. En el proceso encontrará a varios personajes que lo ayudarán en su empeño, pero también lo utilizarán para sus propios fines.
La ambientación de la historia se inscribe en unas coordenadas temporales y espaciales deliberadamente imprecisas. Estamos en una posguerra, pero nunca se refiere a la española. El protagonista inicia su peregrinaje por los barrios de la ciudad de Borenes desde el suyo propio, el de Larmina, con sus casas evacuadas por amenaza de derrumbes. Todos los topónimos son ficticios, pero las referencias a la ciudadela y sus murallas, además de otras, nos dirigen vagamente a la ciudad de León. Las continuas alusiones al frio y brumoso ambiente, por la confluencia de dos ríos, remiten al mismo lugar reforzando la impresión tristeza, de imagen en blanco y negro de aquellos años de caos y miseria.
Los personajes que acompañan a Pulgar en su aventura son variopintos, todos supervivientes, angustiados, desorientados y hambrientos. Sus historias se cruzan y entrelazan con las vivencias del niño y en algunas ocasiones los sucesos, dentro de su crudo realismo, adquieren un tono que nos hace evocar ciertos episodios de la novela picaresca.  Algunos personajes son claramente surrealistas, como Armunia, una anciana que ha perdido a su hijo y tiene siempre la puerta abierta esperando su regreso. O Rita, romántica y obsesiva acosadora de sus amantes que, con inesperado sentido pragmático, termina aceptando la declaración amorosa de tres panaderos mutilados: “mejor tres panaderos que vestir santos”.
El narrador es omnisciente en tercera persona. Sus reflexiones en torno a Pulgar son demasiado profundas para recurrir al monólogo interior del protagonista ya que serían impropias de un niño. Algunas las pone en boca de otros adultos como su madrina. Los capítulos son cortos, como escenas filmográficas, sin que me conste que exista la versión al cine. La acción se desarrolla mediante el continuo recurso a la analepsis, con saltos desde el presente durante el proceso de búsqueda, hacia el pasado y la evocación de los recuerdos y sueños del niño.
Si la parte descriptiva y los diálogos, no demasiado abundantes, son esclarecedores, no lo son tanto las reflexiones del narrador, de cierta complejidad sintáctica, con largas oraciones en las que a veces se oponen o se coordinan términos casi sinónimos, con escasos y poco perceptibles matices diferenciales. No seré yo quien se atreva a criticar por eso a todo un académico de la lengua. También es posible que me equivoque en lo dicho, porque son aspectos que percibo intuitivamente sin que pueda razonarlos con claridad. Sólo digo que, para un lector medio, esa relativa densidad conceptual dificulta la lectura y la hace algo tediosa, en tanto que contrasta claramente con la sencillez de los hechos narrados.
De cualquier forma, estamos ante una historia emotiva en la que lo trascendente es la pérdida de la inocencia en aras de la necesidad, lo que es lo mismo que la pérdida de la infancia, una evidencia dramática que sufrió casi toda la generación de posguerra. Esa que ahora sufre de nuevo, a la que habrá que agradecer sus méritos y honrar su sacrificio cuando termine esta pandemia que nos acosa.
En resumen, una buena novela. Merece ser leída a pesar esos inconvenientes antes citados que siempre dudo sí serán subjetivos e infundados, más fruto de mi impericia que reales y objetivos. 
        


domingo, 3 de mayo de 2020

LA CIUDAD ESCARLATA. Hella S. Haasse


En la historia de la civilización occidental hay pocos casos en que  se confundan realidad y mito desde el mismo momento en que ocurrieron los hechos históricos. El más conocido es el de Felipe II y la leyenda negra que su secretario, Antonio Pérez, y el príncipe holandés Guillermo de Orange, crearon con la complicidad de ingleses y luteranos. Otro caso típico fue el de la familia Borgia y sus más famosos miembros, Rodrigo Borgia, futuro papa Alejandro VI, y sus hijos Cesar y Lucrecia. Los Borgia dominaron la política pontificia, y por ende la italiana, en la segunda mitad del siglo XV y primeros años del XVI, una época de esplendor cultural en pleno auge del humanismo renacentista, pero de gran complejidad política, con Italia convertida en un gran mosaico de pequeños estados, algunas florecientes repúblicas como Florencia y Venecia, además de los Estados Pontificios y el reino de Nápoles. Con Francia, bajo el reinado de los reyes Valois, y el imperio de los Habsburgo disputándose el dominio de la península. En este complicado contexto, Alejandro VI y su hijo Cesar Borgia supieron maniobrar, según principios maquiavélicos, utilizando el nepotismo, la corrupción política, la diplomacia, la traición y posiblemente el crimen, como instrumentos para acrecentar su poder. Eran los medios que utilizaron casi todas las grandes familias italianas, los Médici, los Farnese, los Sforza, los Colonnna y muchos más. El problema de los Borgia era su origen aragonés y valenciano por lo que fueron considerados como extranjeros advenedizos  y odiados por el resto de sus enemigos. La auténtica víctima fue Lucrecia, utilizada por su padre y hermano como pieza determinante en una política matrimonial que cambiaba según soplaban los aires del momento. Fue casada en tres ocasiones; con Giovanni Sforza cuyo matrimonio fue anulado con el alegato de impotencia; con Alfonso de Aragón, del que Lucrecia estaba enamorada, que fue mandado asesinar por Cesar en  el marco de un cambio de alianzas; y finalmente con Alfonso de Este, duque de Ferrara. Entre los dos primeros se le supuso un embarazo ocultado y un hijo ilegítimo. Tras el último matrimonio llevó una vida dedicada a la religión, obras de caridad y mecenazgo cultural y fue muy amada por el pueblo. Pero ese misterioso hijo la hizo objeto de las acusaciones más aberrantes, incesto con su padre o su hermano, lasciva seductora y experta en venenos. Desde entonces la leyenda negra ha sido inseparable de su figura.
La literatura y el cine han explotado el morbo histórico de esta familia. Entre muchas novelas destacaré Los Borgia (2001) de Mario Puzo, en la que se les presenta como un auténtico clan mafioso, y O Cesar o nada (1998) de Manuel Vázquez Montalbán, más en la línea de ésta que comento hoy. Entre la extensa filmografía destacaré uno de los episodios de la película Cuentos Inmorales (1974) de Walerian Borowczyk, que se ceba en las relaciones incestuosas en un tono a mitad de camino entre lo erótico y pornográfico.
La ciudad escarlata (1952) de la holandesa Hella S. Haase tiene un subtítulo engañoso “La novela de los Borgia” quizás destinado a explotar el morbo al que antes me refería. En realidad, la trama argumental se centra en Giovanni Borgia (1498-1548) un hijo ilegítimo cuya paternidad se atribuyeron sucesivamente Cesar Borgia y su padre Alejandro VI, en sendas bulas. Las sospechas de maternidad recayeron en Lucrecia, pero nunca se pudo demostrar. Las habladurías señalaron al incesto con alguno de los dos anteriores, pero también hubo sospechas hacia un lacayo, Pere de Calders, o incluso un cardenal de la familia Farnese. Lo cierto es que, el llamado infante de Roma, fue protegido por distintos miembros de la familia y llevó una vida totalmente anodina. En la novela se nos presenta como acosado por las dudas sobre su origen, del cual todos opinan pero nadie se atreve a demostrar o asegurar.
En realidad, el protagonista, que cuenta su vida en primera persona, es una mera excusa para relatar los acontecimientos históricos que sucedieron tras la muerte de los principales Borgias, el papa Alejandro VI y su hijo Cesar. Los recuerdos de infancia se dirigen tangencialmente hacia ellos, pero es el presente de Giovanni lo que constituye la trama argumental. La cronología se centra en el periodo que va de 1525 con la victoria de Carlos V en Pavía y la prisión de Francisco I, hasta 1527 con el Saco de Roma por las tropas imperiales. Además del protagonista hay más voces narrativas. Las cartas en segunda persona entre Nicolás Maquiavelo y Francesco Guicciardini, político florentino y gobernador pontificio, que ponen de manifiesto el idealismo del primero frente al pragmatismo del segundo en cuanto al objetivo fallido de la unidad italiana. Un tercer narrador omnisciente en tercera persona se enfoca alternativamente sobre distintos personajes: Vittoria Colonna marquesa de Pescara, poetisa, humanista e impulsora de un movimiento reformista dentro la iglesia católica. Su marido Ferrante de Ávalos, general de Carlos V y principal artífice de la victoria de Pavía. También desfilan ante el lector personajes como Miguel Ángel Buonarroti, siempre malhumorado y en conflicto con su propia obra, o Pietro Aretino, apodado el “flagelo de príncipes”, escritor satírico, pícaro, conocedor de los entresijos del poder y de los bajos fondos de Roma. Se personifica a Tulia de Aragón, una cortesana que inspiró una de sus comedias. Estos y otros personajes secundarios configuran todo un mundo de intrigas políticas, diplomacia secreta, cambios de alianza, espionaje, traiciones y crímenes. En resumen, una compleja partida de ajedrez en el tablero italiano.
La novela está bien escrita y cumple su objetivo como ilustración divulgadora de ese complejo periodo histórico, pero no se recrea en detalles o explicaciones superfluas, por lo que es recomendable tener algunos conocimientos previos de la historia italiana y el ambiente cultural de esos dos periodos que van desde la segunda mitad del siglo XV a la primera del XVI. Los conocidos por los italianos como Quattrocento y Cinquecento.