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miércoles, 26 de octubre de 2022

UNA HERMOSA DONCELLA. Joyce Carol Oates

Joyce Carol Oates (1938) era una más en mi particular y amplia lista de escritores contemporáneos desconocidos y felizmente descubiertos en este caso. Esta autora estadounidense de larga trayectoria ha sido muy reconocida y premiada en su país aunque sus galardones no parecen haber superado el ámbito nacional. Escritora precoz, a lo largo de su dilatada vida ha publicado multitud de novelas, además de ensayo, poesía y hasta literatura infantil. De su estilo literario se dice que es ecléctico y con influencias de otros muchos escritores norteamericanos. La temática de sus obras es igualmente variada, aunque tienen en común un cierto grado de violencia. Esto lo reconoce la escritora cuando afirma: “la ficción es un espejo de la vida, a veces distorsionada, a veces cruda y sin mediación. No hay ficción tan horrorosa como la vida”.

No me extenderé más en esta breve reseña biográfica poco documentada. A priori no creo que aporte demasiados elementos autorreferenciales que justifiquen esta novela de hoy, de complicado encuadre en un determinado estilo o corriente literaria. 

Una hermosa doncella (2010) es una novela corta y una obra de madurez. Esto último puede ser trivial por evidente si consideramos la tardía fecha de edición. Pero más allá de esa evidencia, ha de valorarse la maestría de una escritora que, en poco más de doscientas páginas, desarrolla con precisión un relato claro y al mismo tiempo muy rico en aspectos inquietantes que mantienen nuestra atención hasta conducirnos a un inesperado desenlace. Dicho de otra forma, Joyce Oates manipula al lector aprovechando sus prejuicios morales y lo mantiene en suspense imaginando posibles salidas a una situación conflictiva, que al final no es la esperada.

El relato cuenta el encuentro y relación entre Katya Spivak, una adolescente de dieciséis años y Marcus Kyder, un elegante y canoso caballero de 68 años, de apariencia agradable e inofensiva. Ella es niñera en un barrio rico de la costa de New Jersey y procede de una familia pobre y desestructurada. Él es rico, culto y un artista obsesionado por la estética. Con estos mimbres ya suponemos como se desarrollará la trama. Los críticos han dicho que la novela se inspira en Lolita de Nabokov y en Caperucita Roja. Yo añadiría que también tiene elementos que recuerdan a Muerte en Venecia de Thomas Mann.

En lo que entendemos como un proceso de seducción, la historia oscila entre momentos de ternura casi paterno-filial y otros de insinuada violencia de predominio psicológica. El contraste entre los protagonistas es manifiesto. Ella es ingenua pero también muy calculadora y pretende saber manejar la situación. Él se empeña en un gradual proceso de seducción, pero en ocasiones evidencia un amor más platónico que real.

Lo que, a mi entender pone de manifiesto la novela es el conflicto entre belleza y deseo, dos conceptos naturalmente unidos en los amores de juventud, pero siempre mancillados con la sospecha de perversión cuando se relaciona juventud y madurez. Llevado a un plano más genérico, es el conflicto entre estética y ética. Platón equiparó la belleza y el bien en la misma categoría de ideas perfectas, y nosotros tendemos a condicionar lo bello siempre a lo bueno. Pero toda una corriente de pensamiento posterior ha tendido a separar ambos conceptos; impresión subjetiva sensorial y espiritual  lo primero, y conjunto de virtudes morales lo segundo. Establecida la distinción, algunos piensan que la estética, si no inmoral, puede ser amoral. Quizás esta digresión exceda el comentario de la novela, pero en cualquier caso es la reflexión que me sugiere su lectura.

Volviendo al tema, la autora aprovecha la ambientación para hacer un estupendo retrato de la sociedad de New Jersey. La clase obrera del interior del estado, con economía de subsistencia, precariedad laboral y alienada   por alcohol y drogas. Frente a éstos, la clase alta, adinerada que veranea en la costa. Y entre estos últimos, lo nuevos ricos, empeñados en la apariencia y con cierto complejo de inferioridad frente a una aristocracia de antiguos propietarios, los que llegaron primero, rodeados de un aura de elegancia antigua y respeto reverencial de la comunidad.

      Para terminar, los grandes paradigmas literarios siempre se han prestado a revisiones. Así ocurrió con Don Juan, cuya perversidad fue condenada o perdonada por Tirso de Molina o Zorrilla. Joyce Oates nos ofrece con Katya y Marcus una nueva versión de Lolita y Humbert, menos cruda y realista pero bastante más sutil y rica en matices. Por sí mismo, el desenlace justifica toda la novela. Buena, breve, sorprendente y hace pensar al lector, ¡que más se puede pedir ¡.
 

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