En los últimos años tengo la impresión de asistir al auge de un subgénero incluido en el ámbito de la novela histórica. Me refiero a la biografía novelada. Abundan los autores y se multiplican los títulos en esa especialidad que tiene mucha aceptación entre los lectores, aunque no siempre esté asegurado el éxito de ventas. El siguiente esquema se repite con insistencia: Académicos o versados en historia, con abundante producción de ensayo y estudios, que se introducen en el campo de la narrativa con este tipo de novela, actualmente muy popular. Se escogen unos personajes o hechos reales, a ser posible poco conocidos o sorprendentes, y se adornan con una pequeña dosis de ficción, la necesaria para atraer al lector, estimular su curiosidad y divulgar sin renunciar a cierto grado de rigor histórico.
A ese mismo patrón parece ajustarse la novela que hoy comento. Su autor es el cordobés José Calvo Poyato (1951), expolítico de dilatada trayectoria en Andalucía, doctorado y especialista en historia moderna con muchos estudios y ensayos sobre ese periodo, que a partir de 1995 se estrenó en el campo de la ficción histórica y cuenta ya con una considerable producción narrativa, aunque no me consta que haya sido reconocida con premios literarios.
En mi opinión, El espía del rey
(2017) también cumple con el esquema narrativo antes señalado. Y en este caso
particular, con una idea muy aceptada: A veces la historia supera con creces la
ficción. El protagonista de esta biografía novelada es Jorge Juan y
Santacilia (1713-1773) eminente marino, ingeniero naval y científico, que
recibió honores y reconocimiento en su época y después fue casi ignorado por
nuestra historia, tan proclive a olvidar y minusvalorar lo nuestro en detrimento
de lo foráneo.
La acción se sitúa en el periodo
concreto de dos años, entre 1748 y 1750, durante el reinado de Fernando VI, el
segundo Borbón español, cuando su ministro, el marqués de la Ensenada, encarga
al ilustre marino una misión de espionaje encubierta en el contexto de un viaje a Londres. El objetivo oficial era recibir el reconocimiento de la Royal
Society por su contribución a la medición de un arco del meridiano
terrestre y su corolario lógico: que la tierra estaba achatada en los polos.
Los increíbles incidentes de esta
misión son reales, están documentados y aportan al relato el necesario y bien
dosificado suspense para darle un cierto aire de thriller policial. Ni
que decir tiene que casi todos los personajes que rodean al protagonista son
históricos. Además de Ensenada y Fernando VI, Bárbara de Braganza su esposa, la
reina madre Isabel de Farnesio, y otros muchos. La principal protagonista de
ficción es Claudia Osorio, una mujer ilustrada, figura verosímil, aunque
improbable en el contexto del momento, totalmente desfavorable para la mujeres cultas.
Participa y da la réplica al protagonista en su aventura como partenaire sentimental,
necesaria para el éxito emotivo de la trama, pero poco creíble, dado que Jorge
Juan, en su condición de Caballero de Malta, estaba obligado al celibato y
la historia no documenta matrimonio ni amantes en su biografía.
En mi opinión lo mejor de la novela es
la ambientación, un buen un retrato social de la época. Los comienzos de la
Ilustración en España, un proceso siempre boicoteado por la aún poderosa
Inquisición cuyo mayor delito no fue la cruel quema de herejes y brujas,
exagerada por la Leyenda Negra y superada en otros países, sino la represión
cultural y científica que nos atrasó más de un siglo respecto a los avances
políticos, sociales y económicos de Europa occidental. Un retraso por el que
hemos pagado un alto precio y aún es residual en algunos aspectos.
La historia trascurre entre Madrid y
Londres, de forma lineal y con escenas cortas. La atención se mantiene mediante capítulos que
alternan entre esos dos espacios, interrumpiendo el relato en sus momentos
decisivos al final de los mismos, una técnica propia de las historias por
entregas. Pero también son la excusa para alargar sospechosamente la trama
argumental con escenas innecesarias que cansan al lector. Evitaré explicar aquí
los alicientes de mercadotecnia para superar las cuatrocientas páginas.
Para terminar, estamos ante una novela
entretenida, muy divulgativa en lo histórico y de fácil lectura. Por tanto,
recomendable para un público muy amplio. Pero con todo, debo reconocer que me
ha aburrido un poco. Quizás sea problema mío, porque he leído mucha novela
histórica, y a estas alturas y con ese abuso mi capacidad de sorpresa es
limitada. Pero también me sigue ilusionando encontrar en ellas adicionales
efectos narrativos. Por ejemplo, el humor en las novelas de Eslava Galán.
El escéptico pesimismo histórico en las de Pérez Reverte. El
descubrimiento de pequeñas curiosidades de la antigua Roma en Santiago
Posteguillo. Incluso los propios de estilo, las figuras literarias, la fina
ironía o velada metáfora frente a lo demasiado explícito. En fin, esa pequeña
chispa que hace mejor a una novela, que la hace atractiva además de
entretenida.
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