La etimología es otra más de mis aficiones inútiles. Hace mucho tiempo que siento fascinación por el origen de las palabras y la evolución de su significado con el paso del tiempo. Me gustaba aquella comparación con los seres vivos, en el sentido de que nacen, cambian y también mueren. Por eso no he podido resistirme a este ensayo cuyo título presagiaba ideas interesantes en el ámbito de una divulgación asequible a los que no somos expertos en materia lingüística.
La autora, Andrea Marcolongo
(1987) es Licenciada en Letras Clásicas y a pesar de su juventud está
considerada como una experta filóloga y profunda conocedora de los clásicos
grecolatinos. Quizás su profesión de periodista la anima a superar la etiqueta
de erudición y poner a nuestro alcance sus conocimientos del mundo clásico, el
origen de nuestra civilización. Con esa intención ha publicado hasta cuatro
libros que han sido muy bien valorados entre los lectores y traducidos a muchos
idiomas.
Etimologías para sobrevivir al caos (2021) es su último ensayo. No es su
objetivo confeccionar un diccionario, o al menos una antología de palabras en
su origen; étimos los llama la escritora. Su propuesta es una selección
basada en nuestro mundo interior, en los sentimientos humanos, que son los
mismos desde hace siglos, aunque cambie la valoración social de los mismos.
La obra comienza en un prólogo (íncipit)
y termina en un epílogo (éxplicit). El primero es una declaración de
intenciones y adelanto del plan del ensayo, el segundo es un canto a la
utilidad de la filología y la etimología, además de la satisfacción por el
enriquecimiento propio y el deseo de extenderlo al lector. El texto se
estructura en nueve capítulos en los que se recogen hasta 99 étimos del
léxico de los sentimientos, agrupados en epígrafes tan sugerentes como: el
deleite, el tormento, la pasión, la oscuridad o la luz. Es natural que cada palabra comience con su
etimología, bien de las raíces indoeuropeas, de vocablos griegos o latinos, sin
despreciar las lenguas eslavas o germánicas ni los términos creados en la Edad
Media o el Renacimiento. Pero a continuación la escritora los ilustra con pasajes
históricos y nos introduce en la mitología grecolatina o el teatro griego. Las
citas literarias son incontables, tanto de escritores y filósofos de la
antigüedad como otros más modernos, Dante, Petrarca, Cervantes
o Shakespeare, indispensables en un texto que nos resulta profundo y
poético a un tiempo. También recurre a escritores contemporáneos como Marguerite
Yourcenar, Umberto Eco, Italo Calvino, muchos de
ellos son también mis escritores favoritos. En ocasiones las palabras le motivan
para abrir la intimidad de sus propios sentimientos. En otras son la excusa para
posicionarse sobre temas de palpitante actualidad como la emigración, los tabús
sociales o la crítica de las ideas totalitarias en política.
La idea recurrente en todo el ensayo
es que el lenguaje no es anterior al pensamiento como algunos filólogos
piensan. Para Andrea Marcolongo, las palabras son indispensables para crear
pensamiento. Mediante ellas nos enriquecemos y enriquecemos a los demás
compartiendo. Lo contrario, un lenguaje pobre, el abandono de las palabras
supone la desertización del pensamiento.
En los primeros capítulos, mediante la comparación con la Teogonía de
Hesíodo, defiende que las palabras surgieron como el intento del homo
sapiens por ordenar el caos de la realidad, de las cosas que lo rodeaban y
su significado.
Otra reflexión subyacente: la
etimología se puede comparar con un laberinto, porque en la búsqueda del origen
podemos perdernos en vericuetos inciertos que nos lleven a étimos
falsos. Para demostrar que las palabras
a veces se traicionan a sí mismas y se tergiversan y cambian en sentido
negativo, o bien evolucionan en una brillante metamorfosis, la filóloga
italiana recurre a poéticas comparaciones.
Ante nosotros desfilan historias como la de los ciegos Tiresias y Edipo,
la inmortalidad que Ulises rechazó de la ninfa Calipso, mitos platónicos como
el del auriga o la confusión de las lenguas en Babel.
En fin, la riqueza literaria y estética
de este ensayo, o la profundidad y sinceridad de las reflexiones que contiene
son valores incuestionables del mismo. Leerlo es aprender, pero sobre todo
disfrutar, sin otra utilidad. Solo una advertencia; como todo lo excelente pero
complejo, debe ser leído de forma discontinua, saboreando poco a poco estos
sabrosos bocados literarios.
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