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lunes, 7 de agosto de 2023

EL CANDELABRO ENTERRADO. Stefan Zweig

La curiosidad y el estímulo de mi club de lectura son los motores que me incitan a descubrir nuevos escritores y estupendas obras literarias. Pero nuestro tiempo es finito, aún más como lectores, así que casi siempre me autolimito a una sola obra por autor, haciendo bueno el dicho de: “como muestra bien vale un botón”. La excepción a esta regla son algunos escritores que están en mi lista de favoritos. Aquellos que considero excepcionales, no solo por una fama consagrada sino porque conectan especialmente con mi percepción subjetiva de lo literario. Este es el caso de Stefan Zweig (1881-1942). A él vuelvo de forma periódica para disfrutar de la elegancia de su estilo, la sensibilidad y profundidad psicológica de sus personajes, o la erudición nada presuntuosa en sus biografías y ensayos históricos.

Respecto a estos últimos subgéneros de su producción, se me ocurre una reflexión, quizás exagerada, sobre historia y literatura. Se trata de una comparación a la inversa entre dos grandes. En mi discutible opinión, Tito Livio hizo de la literatura historia, en tanto que Stefan Zweig convirtió la historia en literatura. En efecto, el escritor latino narró los mitos fundacionales de Roma, los inciertos hechos de sus reyes o las legendarias hazañas de los héroes republicanos y los convirtió en indispensable fuente histórica. En cambio, el autor vienés ocultó la minuciosa documentación de sus escritos, la contrastada veracidad de los hechos, envolviéndolos y aligerándolos con su personal estilo hasta hacerlos parecer pura literatura. Esa cualidad de historia literaria me parece evidente en la obra que hoy comento.

El candelabro enterrado (1936) es una novela corta que narra la peregrinación de la Menorá, el candelabro de siete brazos, paralela al éxodo del pueblo judío. Los hechos históricos contrastados son: Tras la destrucción de Templo de Jerusalén en el año 70, Tito lo muestra en su desfile triunfal. Queda guardado en el Templo de la Paz de Vespasiano, hoy desaparecido. En el año 455 los vándalos de Genserico saquean Roma y lo llevan a Cartago. En el año 533 el general bizantino Belisario conquista el reino vándalo y traslada la Menorá, entre un cuantioso botín a la Constantinopla de Justiniano. A partir de ahí se pierde su rastro.

La envoltura de ficción la aporta el rabino Benjamín, nacido en Roma, testigo en su infancia del saqueo y empeñado en seguir al objeto sagrado e intentar recuperarlo. Su aventura encierra toda la limitación y grandeza de los sentimientos humanos: la fe en la promesa sagrada y la esperanza de retorno; la exaltación del destino manifiesto y la resignada aceptación del eterno éxodo; el ansiado mesianismo redentor siempre frustrado. El relato establece un paralelismo alegórico en torno al viaje. El humano finaliza con la muerte, pero trasciende en la descendencia y en la perseverancia de un pueblo. El objeto sagrado viaja y desaparece, pero se convierte en el símbolo universal del sionismo, en la cohesión de un pueblo.

Esta novela no deja de ser curiosa en la producción literaria de Stefan Zweig, porque, a pesar de su origen judío, la religión no formó parte de su educación. Se dice que en una entrevista declaró: “Mi padre y mi madre eran judíos solo por un accidente de nacimiento”. El escritor vienés era un nostálgico de la tradición, aún en el ocaso del del imperio austro-húngaro. Pero sobre todo era tolerante, cosmopolita y defensor de la cultura común como factor aglutinante de los europeos y excluyente de los nacionalismos. Su gran decepción fue la Gran Guerra. La explicación del sionismo utópico que trasciende esta narración hay que buscarlo en la fecha de escritura. En 1936 era ya evidente el rechazo nazi hacia los judíos alemanes. En ese mismo año los libros de Zweig fueron prohibidos en Alemania y el escritor había iniciado ya una especie de peregrinación y autoexilio.

Estamos ante una novela corta, que se puede encuadrar en el subgénero de la novela histórica, poética en el estilo y trascendente y simbólica en el fondo. Como todas las del autor, de muy agradable lectura.

Solo me queda una duda. Es conocido que Stefan Zweig se suicidó junto a su segunda esposa en 1944, durante su residencia en Brasil. No pudo presenciar uno de los objetivos del sionismo, el retorno a la Tierra Prometida con la creación del Estado de Israel en 1948. Me pregunto si el sionismo actual, reconvertido de justo en vengativo y de víctima en opresor, le hubiera hecho abjurar de su novela.

         

          

 

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