Si pensamos en la intención con que se escribe una novela, están las que pretenden entretener o divertir, las que añaden la divulgación a la evasión y por fin aquellas que apelan directamente a lo visceral, a nuestros sentimientos y emociones más íntimas. Esta que ahora comento pertenece a ese último grupo. El autor es Andrés Neuman (1977), poeta y narrador en plena madurez literaria que cuenta ya con un considerable palmarés de premios. Pasó la infancia en Argentina y el exilio de sus padres en España propició su formación en filología hispánica y el desarrollo de su carrera literaria en nuestro país.
El propio escritor se reconoce fruto
de un mestizaje cultural hispano-argentino. Pero si consideramos la infancia
como ese periodo vital decisivo en la forja de nuestra personalidad, yo diría
que el carácter argentino imprime cierta impronta en su estilo literario. Me
refiero a esa capacidad de aportar intensidad conceptual a los sentimientos
íntimos o profundizar en el análisis psicológico de los personajes. Ya sé que
mi opinión se basa solo en este libro, el único que he leído del autor. También
que recurro a tópicos habituales, pero éstos tienen mucho que ver con lo
típico, más allá de la similitud fonética de ambos términos.
Hablar solos (2012) tiene la estructura de una
narración de carretera. Lo que los ingleses conocen como una road movie
en la versión al cine de esta novela. Los protagonistas forman un triángulo
familiar tensionado por el dolor. El padre, Mario, inicia con Lito,
su hijo de diez años, un viaje que será el último. Una especie de Odisea
iniciática, mientras Elena, la madre, cual sufriente Penélope queda en
casa cuidadora del hogar y de su marido. Los tres personajes, de forma
alternativa, hablan en primera persona, pero no se dirigen al lector, hablan
solos, para sí mismos, en sus respectivas soledades emocionales, por lo que
somos testigos de sus pensamientos íntimos más allá de condicionantes
familiares o sociales.
El viaje transcurre por una geografía
indefinida, un espacio fronterizo salpicado de pueblos ficticios cuyos nombres
mezclan intencionadamente topónimos argentinos y españoles. Lito en sus
soliloquios manifiesta la mentalidad propia de su edad. Deja que satisfagan sus
caprichos y cumple la ilusión de ver el mar, pero en el comportamiento anómalo
de su padre, y en la percepción de ciertos detalles, intuye algo especial que
escapa a su comprensión, pero se ha de cumplir. Entre Mario y Elena
se interpone como hecho inexorable la enfermedad. Él se debate entre el miedo y
la necesidad de aparentar serenidad, mientras se impone como deber moral el
dejarlo todo bien atado para su familia. Sus aspiraciones juveniles quedaron
frustradas y considera el viaje como la última ocasión para sentirse vivo.
La protagonista más interesante es Elena,
profesora y buena lectora. Atenazada por el dolor y su obligación moral como
cuidadora se refugia en la lectura, y en los libros subraya frases que le
ayudan a paliar el duro proceso al que se enfrenta. Pero no es suficiente, e
inmersa en ese ambiente de rechazo de la enfermedad inicia una especie de huida
hacia delate mediante una aventura sexual que viola sus propios principios
morales.
En suma, estamos ante una novela
realista y muy cruda. Las reflexiones de los personajes en torno a la
enfermedad, la muerte o el duelo nos afectan, porque en cierto modo en ellas
nos vemos reflejados. La indulgencia y el paternalismo de los sanos cuando
tratamos a nuestros familiares enfermos o las mil formas de evasión ante la
visión directa de la muerte son hechos comunes en nuestras vidas.
Novela cruel y sincera. Ante ella el lector puede tomar dos posturas determinantes. Una es acogerse a los principios morales imperantes en nuestra sociedad y la consecuencia será el rechazo. La otra es admitir la grandeza y la miseria que todos llevamos dentro y compadecer a los personajes que es tanto como aceptarnos a nosotros mismos. Repito, buena novela, de las que remueven conciencias. Dolorosa pero necesaria.
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