El siglo XIX fue pródigo en generar movimientos literarios, pero solo dos destacaron por su radical oposición, romanticismo y realismo. Predomina uno en la primera mitad del siglo y el otro en la segunda, aunque muchos escritores se inspiran o presentan peculiares rasgos de ambas corrientes. Surge el realismo como reacción ante los excesos románticos. Sí bien ambos se nutren del nacionalismo, el realismo prefiere enfocar lo social y popular antes que la exaltación épica.
Entre los clásicos del realismo ruso, Iván
Goncharov (1812- 1891) no es de los más conocidos. Algunos críticos lo
consideran el continuador de Nikolái Gógol aunque tachan su realismo de
frío, impasible y sin humor. Sobre esto último no puedo estar de acuerdo si
juzgamos sólo por la obra que comento hoy.
Una historia corriente (1848)
fue su primera novela. Narra la historia de Alexandr Adúiev, hijo de
pequeños propietarios rurales. Vive en una aldea pero ha recibido una esmerada
educación durante su infancia y adolescencia. A los 20 años viaja a Petersburgo
recomendado a su tío Piotr Ivánich Adúiev. Allí espera realizar sus
sueños de ser escritor y encontrar un amor eterno y una amistad inmutable. Sus
continuos fracasos y los consejos de su tío, hombre maduro escéptico, racional
y realista, lo irán transformando hasta abandonar todos sus ideales. Se trata
pues de una novela de aprendizaje que parece tener alguna impronta autobiográfica,
porque el escritor vivió su infancia en una pequeña ciudad a orillas del Volga,
tuvo una notable educación y emigró en su juventud a Moscú en busca de
fortuna.
El estilo literario del relato tiene
elementos que me parecen comunes a casi todos los escritores del realismo
decimonónico. Perfecta descripción de ambiente y personajes, tanto en sus
rasgos físicos como psicológicos. Diálogos abundantes que se podrían versionar
a la escena con cierta facilidad. Narrador omnisciente en tercera persona que
ocasionalmente se dirige al lector para hacerlo cómplice de sus reflexiones con
cierta intención didáctica o aleccionadora. Algún monólogo interior del
protagonista. Acción lineal en el tiempo, con algunos saltos temporales hacia
adelante que tienen como objeto acortar la trama y despojarla de elementos
banales. No pueden considerarse como prolepsis o flashforward
porque nunca se produce un retorno al presente.
No voy a enumerar la sucesiva
frustración de las nobles aspiraciones y los ideales románticos del
protagonista y su progresiva conversión en funcionario desaprensivo. Solo diré
que en el proceso Alexandr sufre un estado intermedio de melancolía y
una actitud vital transitoria muy parecida al nihilismo, una doctrina
filosófica muy recurrente en los personajes de la novela rusa del XIX. El
enfrentamiento dialéctico entre tío y sobrino traduce el conflicto entre
realismo y romanticismo. Un conflicto que se eleva hasta lo hiperbólico y de
ahí surgen las situaciones de humor e ironía a las que antes me referí. Una de ellas se produce en el desenlace, con
una curiosa inversión de roles antes de un final en el que las aguas vuelven al
previsible cauce.
Otro interés de la novela es su velada
intención de crítica social. El contraste entre la vida rural y las grandes
ciudades. Apacible e idílica la primera, pero basada en el injusto y abusivo
dominio de una élite de propietarios ilustrados y la gran masa de mujiik
míseros e ignorantes, auténticos siervos de la gleba adscritos a la tierra, las
almas muertas de Gógol. Por contra, las grandes urbes como Moscú o
Petersburgo, con una aristocracia despreocupada y derrochadora, una corrupta e
inoperante burocracia imperial, y una incipiente clase obrera. En resumen, una
sociedad medieval y la primera, aunque atrasada, revolución industrial rusa. Un
cóctel explosivo que anticipa y explica la sangrienta revolución política
posterior.
No añadiré nada más. Los críticos
dicen que esta es una obra de juventud previa a Oblómov, la novela más
famosa de Goncharov. Quizás esa relativa inmadurez literaria explique
cierta reiteración de situaciones y argumentaciones de los personajes que
alargan innecesariamente la novela. No creo que en el XIX existieran las
actuales presiones editoriales para dilatar todo lo posible un texto. Pero,
revisando la documentación en torno a la obra, he averiguado que antes de su
edición como libro fue publicada en varias entregas a la revista Sovremennik.
Esa puede ser la explicación de una practica y nutritiva elongación de la trama
argumental.
En cualquier caso, un escritor ruso
poco conocido y una buena novela que se puede recomendar.
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