La novela gráfica, como subgénero literario más vanguardista, apareció en U.S.A en la década de los 60 del pasado siglo. Autores como Will Eisner o Art Spiegelman son ya antológicos como historietistas. En España su desarrollo ha sido posterior, pero autores como Paco Roca o Luis Durán son muy destacables en esta narrativa.
En cuanto a diseño gráfico, opino que los dibujantes americanos aventajan en experiencia, variedad e innovaciones técnicas a los de otros países, y pido perdón a los incondicionales del manga japonés. En lo referente a las historias, aunque los temas principales son más o menos transversales, la ambientación localista de algunos relatos y la idiosincrasia propia de los norteamericanos hace aconsejable en ocasiones una mínima documentación previa por parte del lector español. A eso me he visto obligado tras la lectura de la novela que hoy comento.
Emil Ferris (1962) ha sido la última en incorporarse a la nómina de grandes historietistas estadounidenses, y lo ha conseguido con una única novela gráfica que ha recibido multitud de premios y está considerada como una obra maestra, la mejor en lo que va de siglo. Lo que más me gusta son los monstruos es el resultado de más de 6 años de trabajo de la autora que dibujó unas 700 páginas. La inusual extensión de la novela le procuró muchas dificultades para su edición que se retrasó hasta 2017 y hubo de hacerse separada en dos tomos. De ahí el principal inconveniente, ya que el segundo tomo aún no ha sido publicado en español, por lo que nos quedamos con la miel en los labios en cuanto al desenlace de una historia muy interesante por su riqueza en matices y en los numerosos temas y ambientes que se tratan. No intentaré profundizar en una trama tan compleja. Mejor añadir las primeras frases del resumen promocional: “Esta es la historia de Karen Reyes, una peculiar niña de diez años que vive en la oscura Chicago de los años sesenta. Lleva un diario gráfico donde se refleja su pasión por la iconografía de terror y nos explica su mayor interés: investigar el asesinato de la vecina del piso de arriba, Anka Silverberg, superviviente del holocausto”. La narración tiene un fuerte componente autobiográfico ya que se basa en la propia infancia de Emil Ferris que creció en el mismo barrio de Chicago, y en su amor por los monstruos del comic y las películas de serie B de terror.
El ambiente del Uptown de Chicago es determinante en el relato y aquí es donde conviene una mínima documentación. Un barrio nacido a principios del XX, con abundantes casas señoriales de estilo modernista, teatros y salas de fiestas, que conoció las andanzas de artistas de cine y gánster como Al Capone en los años de la ley seca. En los 60 sufrió un progresivo deterioro, las mansiones fueron parceladas en apartamentos y ocupadas primero por judíos pobres, después asiáticos y latinos. A finales de esa década se inició un proceso de gentrificación con recomposición urbanística y desalojo de la población mediante desahucios. Es en ese momento cuando asistimos a nuestra historia. La reconversión en un nuevo barrio de moda ha continuado hasta principios del XXI.
En un ambiente de miseria paulatina se desenvuelve la protagonista y toda una serie de personajes representativos del lugar y la época. Un escenario de extrema crudeza donde los monstruos reales conviven con los imaginados y oníricos. En fuerte contraste, aún quedan en el barrio islas de cultura, museos y cuadros donde la niña vierte su fantasía y se evade de la realidad. La investigación infantil del asesinato de Anka nos traslada, mediante sucesivos flashback, a la Alemania de entreguerras, el ascenso del nazismo y los comienzos del holocausto. De forma tangencial se tratan otros muchos temas que sería farragoso describir.
Pero la mayor complejidad y lo más destacable de la novela es en mi opinión el dibujo. Se presenta en forma de un cuaderno escolar en espiral y las figuras carecen de contorno, dibujadas a bolígrafo, en blanco y negro o policromas, con la técnica del sombreado cruzado para resaltar texturas y crear transparencias de unas figuras dentro de otras. Se intercalan portadas de revistas de terror de la época y el estilo gráfico es variable; desde la ingenuidad algo tosca de los dibujos infantiles, pasando por los trazos grotescos de una realidad rechazada, hasta la belleza de los seres amados o las fantasías oníricas.
En fin, una novela gráfica estupenda y rica en matices que produce una pequeña frustración, igual que esas series de las plataformas multimedia que dejan inconclusa la historia en espera de una segunda temporada.
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