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viernes, 19 de enero de 2024

LA NADA COTIDIANA. Zoé Valdés

Como introducción al libro que hoy comento, me gustaría hacer una reflexión sobre los prejuicios del lector hacia el escritor y su obra. El prejuicio, como opinión subjetiva, casi siempre de carácter moral, sobre alguien o algo que se conoce poco, es muy humano y desde luego criticable. Pero parecería justificado sí la biografía del autor y la lectura de sus escritos, confirman ese prejuicio como realidad verificable. En ese momento debemos tomar una decisión personal: ¿Qué es más importante, la vida del escritor o la belleza y calidad de su literatura? Esa cuestión se extiende también al arte en general. Caravaggio fue un asesino confeso, jugador y alcohólico. La biografía de Picasso es muy cuestionable, por decirlo de forma amable. En casos como estos, el paso del tiempo tiende a difuminar lo negativo mientras se mantenga la elevada estimación de la obra.

El caso de la escritora cubana Zoé Valdés (1959) tiene mucho que ver con lo antedicho. Nacida tras el triunfo de la revolución en Cuba, tuvo una adolescencia adoctrinada, colaboró durante años con el régimen comunista y tras desengañarse del mismo se trasladó a España y vive largos periodos en Francia. Su carrera literaria se inició en la poesía y desde el exilio se ha centrado en una extensa producción de narrativa, con periódicas incursiones en guiones cinematográficos. Ha sido galardonada con muchos premios, casi todos sudamericanos o locales, fue finalista del Planeta de 1996 con la novela Te di la vida entera y como curiosidad el Premio Jaén de Novela en 2019 (Caja Rural Provincial).

De esta escueta biografía nace el prejuicio. Me parece normal la transición de la escritora desde la colaboración hacia el anticastrismo, por el desengaño de una revolución que prometía el paraíso comunista y terminó siendo una dictadura cruel, asfixiante y represora. Lo que ya no parece tan normal es la evolución hacia ideologías racistas, xenófobas y homófobas, concretadas en multitud de artículos de prensa y en la participación militante en partidos de ultraderecha. Tras la lectura de hoy, en mi opinión el recelo resulta claramente confirmado.

La nada cotidiana (1995) me parece una clara novela autobiográfica. Es novela y no biografía porque se cambian los nombres y el formato narrativo permite introducir pequeñas ficciones y estilo literario en las reflexiones de la protagonista-escritora. La narradora, ficticia fue bautizada por el padre revolucionario como Patria y ella se cambia el nombre a Yocandra.  A sus maridos les oculta el  nombre real bajo apodos como el Traidor o el Nihilista y a sus amigos les concede otros como el Lince o la Gusana. Más allá de esa ficción todas las peripecias vitales de la joven, hasta su salida de Cuba con 36 años, son biográficas, con algunos nombres también cambiados.

La historia comienza con un sueño de la narradora en el que asiste a su propio juicio final en el que se duda entre una absolución celestial y la condena infernal. A partir de ahí, la protagonista, Yocandra, describe su colaboración alimenticia con el régimen, por puro afán de sobrevivir. Lo que más destaca en el relato es el retrato social de Cuba desde los años 60 a los 90: La miseria y el racionamiento. La prostitución como recurso en las mujeres. La superstición y el refugio en la santería y el vudú. La represión y el encarcelamiento ante la mínima disidencia. La desconfianza que recela de cualquier persona como posible delator.

Sobre la miseria reinante en la isla, curiosamente sólo se cita una sola vez el bloqueo económico de los norteamericanos y de forma sutil la narradora lo justifica. En ese ambiente, Yocandra adopta un nihilismo negativo y sin esperanza y se refugia en sus relaciones sentimentales que evolucionan desde la ingenuidad juvenil hacia la cruda carnalidad de un sexo que describe con tintes morbosos y hasta soeces que rayan en lo pornográfico, y opino esto sin ningún complejo de mojigato.

El relato tiene estilo literario, y las reflexiones de la protagonista cierta profundidad, aunque un poco oscuras en ocasiones. En general muestran ironía y algo de rencor. Desprecia el conformismo de los cubanos y no son mejores sus opiniones hacia franceses y españoles. De nosotros dice que consideramos indios a los cubanos. En una especie de epílogo la narradora se reconoce inexperta escritora, y parece contradecir su actual racismo cuando confiesa su mestizaje con la siguiente frase: “Por mis venas corre sangre negra, no puedo negarlo, no más oigo un tambor y se me eriza el alma a la altura del huesito de la alegría, de tanto remeneo contenido”.

Volviendo al principio. A un intelectual de la talla de Ramón Tamames se le puede perdonar su participación en una grotesca moción de censura en aras de unos momentos de gloria postrera. A Mario Vargas Llosa sus dislates antidemocráticos por toda una obra literaria de excepcional calidad. Con Zoé Valdés dudo en conceder esa misma indulgencia. No obstante, la novela me parece buena y muy ilustrativa de la personalidad de la escritora. 

 

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