Entre los distintos subgéneros de la narrativa, el policiaco me parece el más liviano pues su intención va poco más allá del puro entretenimiento o evasión. Quizás la novela negra sea una excepción porque añade un marcado aspecto de crítica social.
Hubo un tiempo en que me aficioné a este tipo de novelas cuya lectura alternaba con otras de contenido más denso y difícil. Ahora las valoro mejor e intento superar los elementos más superficiales de la trama y profundizar mejor en el análisis. Por un casual, en estos días he leído dos novelas pertenecientes a esa categoría. Ambas de estructura muy parecidas: La primera incitada por un deseo de pasatiempo. La segunda, un encargo de mi club de lectura que me impone un esfuerzo de valoración, a pesar de cierta dificultad para su comprensión, como luego se verá.
Ricardo Piglia (1941-2017) destacó como guionista y crítico literario. Es autor de numerosos ensayos pero sólo cinco novelas. Ha sido muy valorado por escritores hispanoamericanos, algunos de la talla de Mario Benedetti o Augusto Roa Bastos. Quiero hacer aquí un inciso: Más allá de los mitos de la “madre patria” o el idioma común que unen a España e Hispanoamérica, debemos reconocer también la diferencia cultural que nos separa en el lenguaje, estilo literario, historia y valores sociales. Nunca como en este caso, he sido tan consciente de esa especie de divergencia entre escritor y lector.
Plata quemada (1997) fue una novela conflictiva desde su edición. Recibió el Premio Planeta Argentina de ese mismo año, otorgado por un tribunal de prestigiosos escritores, pero fue impugnado por el segundo finalista. De otra parte, al menos dos de los personajes reales que aparecen en el relato interpusieron denuncias por violación de su intimidad.
La novela se puede calificar de policiaca, novela negra o lo que se conoce como novela de no ficción. El escritor recogió datos judiciales, grabaciones y notas de prensa en torno a un caso real que ocurrió en 1965 en los escenarios de Buenos Aires y Montevideo. Su argumento se puede resumir mediante la introducción promocional: “En septiembre de ese año una banda asalta un banco en San Fernando, provincia de Buenos Aires. También participan varios políticos y policías que se harán con parte del botín una vez que el robo haya funcionado. Sin embargo, en la huida, los maleantes deciden traicionar a sus socios y escapar con todo el dinero”.
La primera dificultad para un lector español es la frecuente utilización de términos del lunfardo, una jerga particular de las clases bajas y el hampa bonaerense. Al principio del relato dificulta la comprensión si no consultamos las palabras. Después intuimos su significado por el contexto. El segundo problema son las alusiones implícitas al ambiente político de los años 60, y esto nos obliga al menos a una somera documentación histórica. En cuanto a los valores morales en Argentina, y en esa época, en torno a la homosexualidad por poner un caso, no son muy diferentes de los prejuicios morales españoles en aquellos años, por más que ahora nos parezcan anacrónicos respecto a nuestra mentalidad actual.
Vamos ahora a lo positivo. Como novela negra es muy buena, en tanto refleja un complejo retrato social de los bajos fondos argentinos y uruguayos. Entre otros aspectos destacan, la corrupción política y policial. La miseria del pueblo y el recurso a la delincuencia y la prostitución, o el refugio en la bebida y las drogas. El terrorífico ambiente de las prisiones y los manicomios como inductores de reincidencia antes que rehabilitación.
Pero a pesar de ese ambiente de crudo realismo, el autor reviste a sus malevos personajes de un aura épica de valentía en el marco de unos sucesos que parecen impuestos por el ineludible destino, al más puro estilo de la tragedia griega. Los personajes parecen fatalmente abocados a un cruel final, casi desde su nacimiento e infancia. Su violencia brutal, las traiciones y resistencia suicida no excluyen sentimientos de solidaridad, amor y compasión. En suma, pura expresión de las contradicciones del alma humana.
Como curiosidad: la perversión de los valores éticos de una sociedad que considera la “plata quemada” como un acto de terrorismo nihilista. Otra más: la asociación simbiótica entre Nene Brignone y el Gaucho Dorda, recuerda mucho la de George y Lennie en De ratones y hombres (1937) de John Steinbeck (ver entrada de 14 octubre de 2022).
En resumen, para el público argentino y uruguayo estaríamos ante una buena novela negra. Para el lector español tiene inconvenientes que impiden su total comprensión.
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