El mes de mayo es el más representativo de la estación primaveral. El término viene de Maius, que en el antiguo calendario romano tomaba el nombre de la diosa Maya, también llamada Bona Dea, la patrona de la fertilidad agrícola. Desde ese calendario pasó al nuestro, el gregoriano. Los revolucionarios franceses del XVIII, en su nuevo calendario, le cambiaron el nombre a Floreal, bastante más sugerente de primavera. En nuestra cultura cristiana tiene distintos significados religiosos, pero ante todo es el mes mariano por excelencia.
Mayo
supone también una explosión vital de luminosidad, colores y aromas. Para
muchos de nosotros es también mes de estornudos, picores, rinorrea y en el peor
de los casos de asma alérgica a las gramíneas y el olivo. Una gran
contradicción biológica, la vida que florece también nos ahoga.
Retomando la tradición religiosa, me
quiero referir a una fiesta de principios de este mes, las Cruces de Mayo.
En el Jaén de mi infancia, si la memoria no me falla, esta fiesta se refería a
una serie de procesiones infantiles que imitaban, reducidas en tamaño, las de
Semana Santa precedente. Eran fruto del trabajo de los niños ayudados por los
mayores. Ahora esa ayuda es abrumadora y parece mediatizada por las cofradías
de adultos y por ello han ganado en riqueza ornamental, pero han perdido parte
de la ingenua espontaneidad de antes. No recuerdo la presencia de altares de
cruces estáticas en aquellas procesiones, aunque sí me acuerdo de haberlas
visto a lo largo del recorrido de la posterior procesión del Corpus Christi ya
entrados en junio.
Desde hace algunos años, las Cruces de Mayo
ha tomado una nueva dimensión en Jaén que, dicho sin intención crítica, parece
imitar a la que con el mismo nombre se celebra en Granada el día tres de mayo. En
mi vida de estudiante en esa ciudad, ese día marcaba un colorido y breve
paréntesis festivo antes del comienzo de la dura etapa de los exámenes finales
del curso académico.
En Jaén, las cofradías penitenciales
arman unas Cruces florales, rodeadas de adornos tradicionales a base de
cerámicas, mantones y otros, y las exponen junto a iglesias o pequeñas plazas
en el casco antiguo. A veces cuesta verlas porque a su lado no falta una carpa
que da sombra a un bar provisional que ofrece bebidas y tapas de embutidos y
asados a la brasa. El objetivo es recaudar fondos para la cofradía que montó la
cruz, al tiempo que motivo de convivencia entre los cofrades y con la población. Con
esta solución se aúnan en la fiesta la tradición, lo religioso y lo profano en
la proporción que cada uno de nosotros estime como propia. Ni que decir que es
una buena ocasión para la restauración del barrio antiguo, que con este motivo
genera un lleno al completo.
Fiestas como esta forman parte de nuestra
esencia andaluza, tan rica como contradictoria. Aquella que tan bien describió
Machado en sus versos: “¿Quién me presta una escalera…”, o “La España de charanga
y pandereta, cerrado y sacristía…de espíritu burlón y de alma quieta”. Desde
entonces no hemos cambiado tanto.
A lo largo de mi vida he disfrutado de
los distintos aspectos de las Cruces de Mayo, excesos incluidos. Ahora, ya
entrado en muchos años, doy preferencia al goce estético. Un buen paseo por los
lugares del barrio antiguo en los que veo retratos de mi infancia y adolescencia,
el colorido de las cruces y después una buena comida en restaurantes de
confianza, lo más alejados posible del agobio festivo.
Mayo es el mes donde se cruzan los caminos del año. En mayo mueren los últimos fríos del invierno y aparecen los primeros calores tórridos del verano. Mayo es la consagración de la primavera, y en los campos jaeneros avanza como una esperanza efímera, que se dibuja en los atardeceres y se desvanece en las madrugadas.
ResponderEliminarMayo es un mes bonito sino nos asaltan los calorazos de 40 y pico grados que hemos tenido en los últimos años, antesala de abrasadores veranos.
Muy buen observador, José Antonio. Y, naturalmente, estamos en la onda de imitar tradiciones de otros lares.
Cuando hice parte de mi mili en Jerez estaban de moda unas sevillanas de los Romeros de la Puebla, cuya primera decía:
Cruz de Mayo de Sevilla
tradición que el tiempo ha roto,
donde están las sevillanas
que se cantaban a coro.
Por las rejas de los patios
que tienen recuerdos moros,
se ven rincones de ensueño
que quedan “pa” siempre solos.
Si la flor vuelve a nacer
en Sevilla nunca falta
“pa” lucirla una mujer,
¿por qué las cruces de Mayo
se tuvieron que perder?
O sea, que en aquellos tiempos estos acontecimientos estaban en franco retroceso.
Renacer. Pues nada, sigamos.