El joven escritor argentino Leopoldo Brizuela ha ganado el premio Alfaguara 2012 con esta novela que ha sido definida por la crítica de promoción como un “thriller existencialista” intentando quizás llamar la atención de un público adicto a este tipo de literatura de suspense; una calificación con la que no estoy de acuerdo en absoluto. Porque es cierto que la historia comienza con un hecho inquietante, un robo en casa de los vecinos del protagonista, que parece contar con una cierta complicidad de la policía, y le hace evocar otro allanamiento policial de esa misma casa ocurrido treinta años antes, en 1976 durante la dictadura militar argentina. También es verdad que la trama se intenta presentar como una investigación del pasado y que se van desvelando sucesivamente elementos del mismo pero, en mi opinión, carece de la necesaria tensión dramática capaz de mantener en vilo al lector y en suma generar verdadero suspense.
La novela tiene para mí otros valores. No es un relato sobre la violencia estatal y los excesos de la dictadura argentina, como puede parecer a primera vista. Se trata más bien de una indagación sobre la memoria individual y colectiva, de cómo el miedo y la culpa pueden alterarla e inducir a la confusión y al olvido. El miedo común a victimarios y víctimas que prefieren olvidar, que produce una especie de amnesia parcial que no distingue bien entre verdad y recuerdo. Es también una estupenda reflexión sobre la cobardía, la colaboración con el terror, el sentimiento de culpa y su expiación.
La trama argumental está dividida en dos tiempos, el pasado de 1976 y el presente de 2010, que se suceden y alternan en capítulos titulados con las letras del abecedario, terminando en la Z con un angustioso cuadro negro que nos hace evocar el agujero negro de la memoria y aquella frase final de Marlon Brando en Apocalypse Now, “¡ el horror…el horror¡”. La historia va de menos a más a pesar de la escasa tensión que antes destacábamos. El narrador-protagonista, Leonardo Bazán, tiene notables similitudes con el escritor, incluso las iniciales de su nombre, por lo que, aunque éste lo niega en el epílogo, cabe suponer un marcado poso autobiográfico en una historia narrada en primera persona con la finalidad reconocida de utilizar la literatura como forma de confesión y expiación de la culpa además de conjurar lo que el protagonista define como “miedo al miedo”. Entremezclada en la narración encontramos además la descripción de cómo se gestó la novela en la mente del escritor de forma paralela a la evocación del pasado, las notas, y la investigación. El título de las partes en que se divide la obra: novela, memoria, historia, sueño, parecen aludir a las distintas fases de esa gestación.
Una misma noche es en mi opinión una novela interesante en base a los aspectos que se han destacado, siempre que no se pretenda hacerla pasar por lo que no es. No sé si por “existencial” se entiende la complejidad de la existencia, o los conflictos íntimos del ser humano, pero no creo que cumpla los criterios que definen un thriller. Entre sus aspectos negativos, solo en cuanto al lector español, destacaré el abuso de términos argentinos, particularmente del lunfardo, la jerga local porteña. Nada insalvable actualmente gracias a la ayuda de Internet
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