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miércoles, 27 de enero de 2016

EL NOMBRE QUE AHORA DIGO. Antonio Soler

Con este libro, gracias a mi club de lectura, he descubierto a un nuevo autor, uno más que restar de la amplia lista de escritores, de actualidad en la literatura española, que desconozco quizás por culpa de mi afición a los clásicos y muy poca información sobre novedades editoriales. Antonio Soler (1956) tampoco es un autor novel ni su obra es nueva. Su trayectoria profesional como escritor, guionista y colaborador en prensa, supera  los veinte años y ha sido galardonado con varios premios, entre otros el prestigioso Nadal (2004) por su novela El camino de los ingleses cuya versión cinematográfica, dirigida por Antonio Banderas, no obtuvo demasiado éxito de público a pesar de estar nominada a los Goya precisamente por el guion.
          El nombre que ahora digo (1999) se promociona en la contraportada como una bella historia de amor, y como tal es buena, pero a mí me parece además un magnífico relato de guerra. No es una opinión exclusiva; parece que el prestigioso historiador hispanista, Paul Preston, la valoró como una de las narraciones más fieles sobre la guerra civil española. Se trata pues de una novela de amor y guerra, en la que el escritor malagueño conjuga de forma magistral ambos aspectos, tan contrapuestos, mediante el recurso a dos voces narrativas que enfocan de forma simultánea y alternativa una misma trama argumental. El primer narrador es el protagonista principal, Gustavo Sintora, un joven que, separado de su familia, es arrastrado por el conflicto, militando en el bando republicano, y escribe sus vivencias en unos cuadernos. Sufre la guerra como todos pero en realidad no está en ella porque, como él dice, su patria es otra, Serena Vergara, una mujer casada víctima de un marido sanguinario al que teme. En primera persona y con una prosa sencilla pero intensa y poética envuelve su pasión amorosa capaz de sobreponerse incluso al infortunio y los desastres de la guerra sustentada en la esperanza del reencuentro. 
          La segunda voz es una especie de narrador testimonial, una protagonista sin protagonismo, la hija del sargento Solé Vera que, años después, recoge la memoria de su padre y narra sus experiencias al mando de la unidad de Gustavo Sintora. Este es el auténtico relato de guerra, es aquí cuando la apreciamos en toda su crudeza y donde se despliegan una serie de personajes secundarios que nos muestran todas las posibles actitudes frente a la misma; la del capitán Villegas, que sin ninguna esperanza de victoria mantiene su lealtad hasta rozar lo heroico, y en el otro extremo Corrons, personaje oscuro y vengativo, que convierte la guerra en un negocio cruel. Todos intentan sobrevivir pero se saben vencidos de antemano, presienten la derrota, y cuando por fin llega, acompañada de una paz sin piedad ni perdón, la reciben con una mezcla de humillación insensible y desesperanzada, pero también con pasividad fatalista y cierta dosis de alivio. En fin, los sentimientos, a veces contradictorios, de aquellos que, vencidos, hambrientos y agotados, volvían del horror.
La historia trascurre de forma lineal con la alternancia de esas dos voces testimoniales, impregnada de lirismo la primera, cruel pero veraz la segunda. Las dos con un lenguaje sencillo y directo, sin artificios, y ambos relatos entreverados con cierta dosis de humor, despiadado y hasta esperpéntico, que nos hace recordar La vaquilla (1985) de Luis García Berlanga. En el desenlace la acción parece acelerarse al más puro estilo cinematográfico, en una serie de persecuciones en medio del caos que precedió a la caída de Madrid, para terminar  en un desenlace dramático y realista sin el recurso fácil a lo trágico. El último capítulo, a modo de epílogo, queda fuera de la trama argumental pero no sobra. Es la reunión de ambos testimonios para hacer un alegato en favor de la memoria histórica y de la escritura como forma de supervivencia y homenaje de aquellos hombres y mujeres que, olvidados de la Historia, fueron devorados por aquella lucha fratricida.
          La ambientación de la narración se inscribe en el periodo temporal que va desde la caída de Málaga y la masacre de la carretera de Almería en febrero de 1937 hasta el largo asedio de Madrid que finalizó en la capitulación de 1939, con la Batalla del Ebro (1938) como episodio destacado. Es aquí donde la fidelidad histórica se hace más evidente en las descripciones de la guerra, pero no desde la perspectiva táctica o estratégica de los generales, sino bajo la óptica de los soldados que son manejados como peones y enviados a morir en posiciones avanzadas o machacados por la artillería en los repliegues. Es el terror y el presentimiento de la muerte, la miseria en las trincheras, la satisfacción perentoria de los instintos básicos, lo que queda retratado con tal realismo que inmediatamente evocamos historias y situaciones parecidas que alguna vez oímos contar a familiares que sufrieron tales horrores.
          En resumen, esta historia de guerra es también una historia de sentimientos, de amor y de amistad, de lealtad y sacrificio, de resentimiento y venganza, de miedo y desengaño, de todo lo mejor y peor que puede dar de sí el ser humano en condiciones extremas. Y sobre todo es la historia de la derrota y un magnífico retrato psicológico de los derrotados.

          No cabe extenderse más. Solo diré que es una lectura altamente recomendable. De las mejores sobre nuestra guerra civil.

lunes, 18 de enero de 2016

LEYENDAS. José Zorrilla

El cuento oral fue el origen de la leyenda, pero la propia etimología del término ya nos sugiere su condición de relato escrito para ser leído y su naturaleza literaria. Las leyendas en España aparecen en el Romancero y muchas de ellas se introdujeron en el teatro clásico español del Siglo de Oro; pero fueron los escritores románticos del XIX, tan amantes de la tradición, los que dieron a este género narrativo su mayor difusión cuando hicieron recopilaciones de las antiguas o las imitaron en sus relatos. Todos recordamos las Leyendas de Gustavo Adolfo Becquer que, asociadas a sus Rimas, eran lectura preferida de adolescentes, hace ya algunas décadas. Ahora, en uno de mis periódicos retornos a los clásicos, he encontrado éstas de Zorrilla, quizás menos conocidas que aquellas por ser este autor reiteradamente asociado a su Don Juan Tenorio.
          La vida de José Zorrilla y Moral (1817-1893) fue tan romántica como su obra y en ambos sentidos del término, sentimental y literario. Joven rebelde, no consiguió colmar las expectativas de su padre, un absolutista radical con el que estuvo enfrentado toda su vida. De buena educación, abandonó a la familia y los estudios de Derecho, otra imposición paterna, para ir a Madrid donde frecuentó los ambientes artísticos y bohemios de la capital. Fue allí donde se dio a conocer entre los poetas románticos cuando en 1837 declamó un improvisado poema a la muerte de Larra. Por aquel entonces escribió en periódicos y comenzó a publicar sus dramas.  Infelizmente casado con la viuda Florentina O’Reilly, tuvo varias amantes y pasó largas temporadas en Paris donde trabó amistad con Victor Hugo, Téophile Gautier y George Sand, y durante once años vivió en Mexico bajo la protección y mecenazgo del emperador Maximiliano I hasta que éste fue fusilado en Querétaro. Fue muy reconocido como poeta y dramaturgo pero la fama no lo enriqueció, más bien pasó largos periodos de gran penuria económica.
          Los críticos consideran que su obra exalta valores tradicionalistas como la fidelidad, el patriotismo o la fe religiosa, que contrastan con su rebeldía y sus ideales íntimos, más bien progresistas. Esta contradicción entre vida y obra literaria la explican por una especie de sentimiento de culpa hacia un padre que nunca perdonó sus errores juveniles, al que intentaba contentar de esta forma.
          Las Leyendas de Zorrilla se caracterizan por su gran diversidad en cuanto a estructura formal. No pertenecen a un solo género literario, narrativo, lírico o dramático, sino más bien son una mezcla de los mismos. En unas se alternan prosa y poema, en otras los diálogos son tan abundantes  que pueden ser teatralizadas, y de hecho algunas de ellas fueron bocetos de posteriores dramas. Algunos las califican como poemas narrativos o poemas dramáticos. Los narradores de las mismas son también variados, unas veces omnisciente en tercera persona, otras el protagonista en primera persona y en ocasiones es el propio autor el que apela directamente al lector. Las que tienen estructura dialogada no suelen respetar las tres unidades dramáticas, de tiempo, acción y lugar. En las evocaciones del pasado se utiliza con frecuencia la narración en presente histórico. En la métrica de los poemas el escritor demuestra su virtuosismo y, con predominio del romance, se utilizan las estrofas más variadas, pero siempre con una poesía brillante en ritmo y colorido. Es frecuente la repetición de versos o pequeñas variaciones de los mismos para enfatizar el dramatismo de la acción. En el vocabulario, los arcaísmos suelen servir para reforzar la ambientación histórica. Y, a pesar de la diversidad estilística y formal, el resultado es armónico, de fácil y agradable lectura.
          Zorrilla clasificó sus leyendas en tres grupos, históricas, tradicionales y fantásticas, pero de todas ellas se pueden extraer temas recurrentes como el amor y los celos, el honor, la venganza, el castigo del pecado y, trascendiendo todo esto, lo milagroso y sobrenatural que a menudo se utiliza como deux ex machina que aboca al desenlace. Todos los relatos tienen un claro propósito ético que a menudo se manifiesta a modo de moraleja final. Los ambientes están perfectamente recreados y son los típicos del romanticismo; castillos medievales, lúgubres cementerios, conventos ruinosos y brumosos bosques. No voy a esbozar el argumento de las leyendas pero sí algunos de sus títulos que, cuando menos, pueden resultar vagamente conocidos de cualquier lector; A buen juez, mejor testigo, El capitán Montoya, Margarita la tornera son tres de las once que recoge la presente antología.
          En fin, tengo que reconocer que el tono épico, grandilocuente y dramático de estas leyendas puede sonar desfasado o superado en la actualidad, más aún si se trata de poemas. Pero a mí  me siguen gustando la evocación histórica y lo legendario aunque no sea un romántico. ¡O quizás sí¡

viernes, 1 de enero de 2016

CONCIERTO DE NAVIDAD. Cantoría y Escolanía de la Catedral. Haydn Orquesta

En la programación musical de nuestra ciudad no podía faltar el tradicional Concierto de Navidad, esta vez tan retrasado en fecha que casi coincide con el de Año Nuevo. No es la primera vez que la agrupación coral Cantoría de Jaén y su coro filial, la Escolanía, ofrecen este concierto anual, hasta ahora ubicado en el marco ambiental que le era más propio, la S.I. Catedral de Jaén. Este año han estado acompañados por la Haynd Orquesta, una joven agrupación de alumnos y profesores de Conservatorio, y se ha ofrecido en el Infanta Leonor de Jaén con una estupenda respuesta de público que prácticamente saturó el aforo del teatro. La colaboración entre ambas agrupaciones se ha traducido en un programa con obras típicas del repertorio sinfónico-coral, pero también en numerosos arreglos especiales para esta ocasión que han procurado dar acompañamiento instrumental a piezas del repertorio navideño  exclusivamente corales.
          En este tipo de conciertos se intenta ofrecer una perspectiva histórica de la música sobre este tema, desde las obras clásicas del barroco hasta los villancicos españoles o las canciones tradicionales anglosajonas. Esa misma intención se expresaba en el subtítulo del programa de mano, La historia cantada; pero en esta ocasión el repertorio clásico ha sido claramente reducido en favor de las piezas más modernas y conocidas, más propicias a la colaboración y el arreglo musical o quizás una concesión a lo popular, siempre más atractivo para el público.
          El concierto se inició con una selección del oratorio barroco El Mesías de Haendel (1685-1759), comenzando por la Obertura, la conocida pieza exclusivamente orquestal de la obra, con su solemne andante inicial en tempo lento seguido por un allegro en tono más vivaz, que fue bien interpretada por la Hayndn Orquesta. Siguieron dos piezas corales de la misma obra, para terminar con el célebre y espectacular  Aleluya  para coro y orquesta. Como inciso debo indicar que el coro de la Cantoría estaba francamente desequilibrado porque las voces femeninas doblaban en número a las masculinas y eso restó solemnidad y brillantez a los pasajes en los que éstos responden y son el contrapunto de aquellas.
          El programa siguió con el  conocido Adeste fideles un himno de finales del siglo XVIII, de autoría incierta y texto en latín, que se cantaba en el momento de la bendición durante la misa de Navidad. A continuación se interpretaron dos popurrí o mezclas, una de villancicos españoles y otra de temas tradicionales ingleses. Me dio la impresión que el acompañamiento instrumental en ambos casos tenía claras resonancias que recordaban al norteamericano Gershwin, con predominio de metales y aires de ragtime. En mi opinión, resultaba adecuado en la segunda mezcla pero algo disonante en la primera. Sin duda, lo más original del programa fue la pieza que se interpretó entre esos dos bloques, con el sugerente título de El tambolero, en la que el coro cantó el popular villancico El tamborilero mientras la orquesta acompañaba con el ritmo y tempo básico del Bolero de Ravel. En esta ocasión, la conjunción de canto y música tan dispares resultó sorprendentemente armoniosa.
          En una especie de intermedio, los niños de la Escolanía cantaron una composición de la directora del coro, Cristina García de la Torre, y se unieron así a la Cantoría en el resto de las piezas del programa que siguió su desarrollo final en clave anglosajona con el tradicional White Chismas  para terminar con el Happy  Chrismas (War is over) de John Lennon, interpretado por coros y un solista que no sobresalió demasiado. Sí fue más interesante la pieza interpretada entre esas dos, una versión instrumental de Caroll of de bells de Leontovych, en la que destacó como solista la primera violinista.
          En el bis, la orquesta interpretó de forma extemporánea la conocida Marcha Radetzky, colofón del Concierto de Año Nuevo, con un público encantado aplaudiendo al compás. En fin, un buen remate de estas fiestas y un agradable recuerdo que añadir al fantasma de las Navidades Pasadas.