Con este
libro, gracias a mi club de lectura, he descubierto a un nuevo autor, uno más
que restar de la amplia lista de escritores, de actualidad en la literatura española, que desconozco quizás
por culpa de mi afición a los clásicos y muy poca información sobre novedades editoriales. Antonio Soler
(1956) tampoco es un autor novel ni su obra es nueva. Su trayectoria
profesional como escritor, guionista y colaborador en prensa, supera los veinte años y ha sido galardonado con
varios premios, entre otros el prestigioso Nadal (2004) por su novela El
camino de los ingleses cuya versión cinematográfica, dirigida por Antonio
Banderas, no obtuvo demasiado éxito de público a pesar de estar nominada a
los Goya precisamente por el guion.
El
nombre que ahora digo (1999) se promociona en la contraportada como una
bella historia de amor, y como tal es buena, pero a mí me parece además un magnífico
relato de guerra. No es una opinión exclusiva; parece que el prestigioso
historiador hispanista, Paul Preston, la valoró como una de las
narraciones más fieles sobre la guerra civil española. Se trata pues de una
novela de amor y guerra, en la que el escritor malagueño conjuga de forma
magistral ambos aspectos, tan contrapuestos, mediante el recurso a dos voces
narrativas que enfocan de forma simultánea y alternativa una misma trama
argumental. El primer narrador es el protagonista principal, Gustavo Sintora,
un joven que, separado de su familia, es arrastrado por el conflicto, militando
en el bando republicano, y escribe sus vivencias en unos cuadernos. Sufre la
guerra como todos pero en realidad no está en ella porque, como él dice, su
patria es otra, Serena Vergara, una mujer casada víctima de un marido
sanguinario al que teme. En primera persona y con una prosa sencilla pero
intensa y poética envuelve su pasión amorosa capaz de sobreponerse incluso al
infortunio y los desastres de la guerra sustentada en la esperanza del
reencuentro.
La segunda voz es una especie de
narrador testimonial, una protagonista sin protagonismo, la hija del sargento Solé
Vera que, años después, recoge la memoria de su padre y narra sus
experiencias al mando de la unidad de Gustavo Sintora. Este es el
auténtico relato de guerra, es aquí cuando la apreciamos en toda su crudeza y
donde se despliegan una serie de personajes secundarios que nos muestran todas
las posibles actitudes frente a la misma; la del capitán Villegas, que
sin ninguna esperanza de victoria mantiene su lealtad hasta rozar lo heroico, y
en el otro extremo Corrons, personaje oscuro y vengativo, que convierte
la guerra en un negocio cruel. Todos intentan sobrevivir pero se saben vencidos
de antemano, presienten la derrota, y cuando por fin llega, acompañada de una
paz sin piedad ni perdón, la reciben con una mezcla de humillación insensible y
desesperanzada, pero también con pasividad fatalista y cierta dosis de alivio.
En fin, los sentimientos, a veces contradictorios, de aquellos que, vencidos,
hambrientos y agotados, volvían del horror.
La historia trascurre de forma lineal
con la alternancia de esas dos voces testimoniales, impregnada de lirismo la
primera, cruel pero veraz la segunda. Las dos con un lenguaje sencillo y
directo, sin artificios, y ambos relatos entreverados con cierta dosis de
humor, despiadado y hasta esperpéntico, que nos hace recordar La vaquilla (1985) de Luis García Berlanga. En el desenlace la
acción parece acelerarse al más puro estilo cinematográfico, en una serie de
persecuciones en medio del caos que precedió a la caída de Madrid, para
terminar en un desenlace dramático y
realista sin el recurso fácil a lo trágico. El último capítulo, a modo de
epílogo, queda fuera de la trama argumental pero no sobra. Es la reunión de
ambos testimonios para hacer un alegato en favor de la memoria histórica y de la
escritura como forma de supervivencia y homenaje de aquellos hombres y mujeres
que, olvidados de la Historia, fueron devorados por aquella lucha fratricida.
La
ambientación de la narración se inscribe en el periodo temporal que va desde la
caída de Málaga y la masacre de la carretera de Almería en febrero de 1937
hasta el largo asedio de Madrid que finalizó en la capitulación de 1939, con la
Batalla del Ebro (1938) como episodio destacado. Es aquí donde la fidelidad
histórica se hace más evidente en las descripciones de la guerra, pero no desde
la perspectiva táctica o estratégica de los generales, sino bajo la óptica de
los soldados que son manejados como peones y enviados a morir en posiciones
avanzadas o machacados por la artillería en los repliegues. Es el terror y el presentimiento de la muerte, la miseria en las trincheras, la satisfacción perentoria de los
instintos básicos, lo que queda retratado con tal realismo que inmediatamente
evocamos historias y situaciones parecidas que alguna vez oímos contar a
familiares que sufrieron tales horrores.
En
resumen, esta historia de guerra es también una historia de sentimientos, de
amor y de amistad, de lealtad y sacrificio, de resentimiento y venganza, de
miedo y desengaño, de todo lo mejor y peor que puede dar de sí el ser humano en
condiciones extremas. Y sobre todo es la historia de la derrota y un magnífico
retrato psicológico de los derrotados.
No
cabe extenderse más. Solo diré que es una lectura altamente recomendable. De
las mejores sobre nuestra guerra civil.