Frente a
los grandes escritores del renacimiento italiano, o precursores de ese nuevo
estilo, tales como Petrarca, Dante, Boccaccio o Castiglione, la crítica
literaria siempre consideró a Pietro
Aretino (1492-1556) como un autor menor. Aún recuerdo que, en los textos
didácticos de mi bachiller, tras el nombre de aquellos autores se citaba el
título de sus obras más significativas, Divina Comedia, Decamerón o
El Cortesano, junto a breves reseñas de las mismas. Por el contrario,
nuestro autor de hoy era apenas un nombre en la cola de aquella nómina que
había que memorizar. Y es que el escritor de Arezzo (Aretino) siempre fue
considerado, por su vida y su obra, como un autor maldito, o al menos a
contracorriente de las tendencias literarias de su época.
El autor toscano fue hijo de un zapatero y una prostituta, un origen humilde del que
nunca se avergonzó. Se puede decir que era lo que hoy entendemos como un hombre
hecho a sí mismo. Después de unos años de estudios de pintura y literatura en
la universidad de Perugia acudió a Roma donde, gracias a su inteligencia,
consiguió el mecenazgo del banquero Agostino Chigi y el cardenal Julio de
Médicis. A partir de entonces alcanzó fama de escritor satírico con sus libelos
(Pasquinadas) y fue llamado “flagelo de príncipes” por sus
críticas hacia obispos y grandes personajes de la política italiana. Por esa
razón era protegido por aquellos que querían quedar a salvo de su afilada pluma
y odiado por los que no lo consiguieron. Ocupó cargos bajo algunos pontífices
como León X o Clemente VII y tuvo que exiliarse en tiempos de Adriano VI,
motejado por Aretino como la “tiña alemana”. Finalmente, la fama
de pícaro y libertino, junto a sus Sonetos lujuriosos inspirados en unos
grabados pornográficos, le trajo problemas. Un intento fallido de asesinato lo
obligó a exiliarse a Venecia que en aquel entonces tenía fama de ciudad
disoluta. Allí siguió publicando sus escritos hasta su muerte por causa de la
entonces llamada apoplejía.
El presente
volumen recoge dos de sus obras más conocidas. Las Seis Jornadas también llamada Ragionamenti (razonamientos)
es una obra en prosa con forma de diálogo. Trata de las charlas que la cortesana
Nanna mantiene con su compañera de profesión, Antonia, con su
hija Pippa y con una alcahueta, a lo largo de seis días que dividen los
seis libros. En los tres iniciales se discute sobre el mejor estado para la
mujer, religiosa, casada o cortesana. El primero es una descarnada crítica de
dos vicios de los religiosos, la lujuria y la gula. El segundo reúne historias
sobre las penalidades de las casadas pero también sobre descarados adulterios y
e ignorantes cornudos. El tercero trata sobre las ventajas de ser cortesana. En
la cuarta jornada Nanna ofrece a Pippa los mejores consejos para
aprovechar su belleza y juventud a fin de enriquecerse a costa de los mejores
amantes, obispos, banqueros y nobles. La quinta es un diálogo sobre las malas
pasadas que los hombres hacen a las mujeres, infidelidades y traiciones
ilustradas con historias a veces míticas, como la de Dido y Eneas. A propósito
de un caso se describe con bastante detalle el Saco de Roma de 1527 por las
tropas imperiales, que recuerda por su crudeza y atrocidades aquel otro saqueo
de Constantinopla en 1204 por los cruzados. Por fin en la sexta jornada una
comadre ilustra a Nanna sobre las técnicas de la alcahuetería.
El ambiente
de los relatos refleja la corrupción de la sociedad romana, el nepotismo y la
compra de cargos eclesiásticos, la venalidad de los funcionarios, la lujuria de
obispos y clérigos en una ciudad atestada de prostitutas, el derroche de los
nobles, la ausencia de valores morales etc. Nada debe extrañar que, como
repulsa a esta situación, se produjera la reforma protestante de Lutero. Las
historias se cuentan en un tono más pornográfico que erótico a veces rayando en
lo escatológico. Las metáforas alusivas a los órganos sexuales o al coito se
pueden contar por cientos mientras que están casi ausentes las alusiones
míticas tan frecuentes en los escritores renacentistas. Formando parte de
comparaciones, positivas o negativas, aparecen multitud de nombres propios de
personajes de la época. Su identidad nos la aclaran las notas al margen y en
ellas identificamos a los protectores o a las víctimas del escritor.
Otra
característica, que se repite en la siguiente obra, son las digresiones sobre
la cuestión lingüística. En ese momento, el humanista Pietro Bembo trazó
un paralelismo entre el estilo depurado de Cicerón como modelo de la lengua
latina y Petrarca (poesía) y Boccaccio (prosa) como modelos a imitar en la
creación de una lengua italiana unificada a partir del lenguaje toscano. Ese
modelo fue seguido por muchos humanistas, pero encontró en Aretino un enemigo
acérrimo. Nuestro escritor era partidario de una lengua más libre a partir del
toscano vivo, pero sin renunciar a variaciones dialectales o incluso populares
cuando lo requiere la ocasión. En sus comentarios al margen, tacha la lengua de
Petrarca y a sus seguidores de pedantes y alejados de la realidad social.
La Cortesana es una parodia de El
Cortesano de Baltasar de Castiglione. Tiene el formato de comedia de
bastantes actos y multitud de escenas cortas que rompen las tradicionales
unidades de acción, tiempo y lugar por lo que sería de difícil representación teatral
y fácil versión actual al cine. Cuenta dos historias paralelas, la de un noble
de provincias que pretende un cargo en Roma y la de un cortesano romano
obsesionado por el amor de una cortesana. Los amos burlados y los criados
burladores nos recuerdan los temas argumentales de la antigua comedia romana,
la fábula palliata, pero también a la novela picaresca española.
Para
terminar, un clásico interesante y bastante desconocido que nos sorprenderá por
su audacia y su crítica mordaz si sabemos ubicarlo en su contexto histórico sin
escandalizarnos por ciertas ideas que actualmente nos parecen claramente
misóginas.
Pietro Aretino. Por Tiziano
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