Este libro
me ha ofrecido la oportunidad de disipar dudas en torno a dos subgéneros
literarios cuyos límites conceptuales no siempre son claros. Me refiero a
la biografía, derivada del ensayo, y la novela biográfica, una especialidad del
género narrativo. Ambas tratan sobre la vida y hechos de un personaje histórico
contados por el biógrafo o novelista. Se diferencian en algo fundamental; la
primera tiene una clara pretensión de objetividad aunque el juicio del escritor
sea a menudo un factor subjetivo a considerar; por contra, en la novela
biográfica predomina el elemento de ficción. Por sus características, ésta
última puede ser más amena, en cambio el interés por la biografía dependerá de
nuestra curiosidad hacia el personaje y/o el conocimiento previo de su
ubicación histórica.
Pues
bien, en base a lo dicho hay que aclarar que estamos ante una biografía, por
más que en la sinopsis promocional se califique de novela sin añadir ningún epíteto aclaratorio. Y debo reconocer que mi interés era ciertamente
escaso al comienzo de la lectura porque de Leonora Carrington
(1917-2011) desconocía hasta el nombre, y del mundo de la pintura y literatura
surrealista en que vivió tengo escasas nociones. En cambio, la escritora Elena Poniatowska (1932) está
ampliamente documentada sobre el personaje y su entorno, como lo demuestra la
extensa bibliografía final. Además ambas coincidieron en México en la época
comprendida entre las décadas de los 40 y 60 del pasado siglo, un periodo de
especial esplendor cultural en ese país gracias a la generosa acogida que
procuró a muchos intelectuales y artistas españoles exiliados de la guerra
civil, y después europeos que huyeron de las atrocidades del régimen nazi
durante la guerra mundial.
Como
se ha dicho, Leonora (2011) cuenta
la historia de Leonora Carrington, una rica heredera inglesa, rebelde
ante las convenciones de su familia y clase social, lo que le llevó a rechazar todo
tipo de ataduras religiosas y políticas. Con una imaginación desbordante y muy
influenciada por la mitología celta, gracias a los cuentos infantiles de su niñera
irlandesa, entró en el círculo de los surrealistas franceses cuando con 20 años
se enamoró del pintor Marx Ernst que tenía 47. Ambos fueron amantes
hasta 1939 cuando él fue deportado a un campo de concentración a principios de
la guerra. El carácter inestable de Leonora y el choque emocional al
sentirse abandonada la llevó a un brote esquizofrénico y a su confinamiento en
un sanatorio de Santander donde fue tratada con los medios de la época, en
particular la terapia convulsiva con Cardiazol, un hecho que marcaría un punto
y aparte en su vida. A partir de ahí, la huida a México, el reencuentro con los
exiliados surrealistas, dos matrimonios y dos hijos y sobre todo su
consagración como pintora con un estilo muy especial que tiene distintas
influencias; la mitología celta y maya, las pinturas del Bosco, el mundo de “Alicia”
de Lewiss Caroll, la interpretación onírica propia del psicoanálisis y
la exaltación del subconsciente o inconsciente típica de los surrealistas.
El
personaje de Leonora, tal y como nos lo muestra la escritora, tiene pues
dos periodos bien definidos. Una infancia y juventud rebelde pero también
caprichosa y extravagante y siempre protegida por el dinero de su familia en
los momentos difíciles. Más que pintora fue la bella musa de los surrealistas.
Sintió una admiración casi sumisa en su relación con Max Ernst. Es en su
etapa mejicana cuando adquiere su auténtica dimensión, se hace responsable de
su vida, se libera de ataduras en su producción pictórica y gana experiencia gracias a su relación con un
sinfín de artistas y literatos. En sus relaciones amorosas pasa de la alocada
exaltación de la juventud a un plácido escepticismo en el que ella lleva las
riendas. Por cierto, si hemos de creer a la biógrafa, Leonora siempre
tuvo una fijación simbólica con el caballo, ella misma decía ser una yegua,
algo que puede tener una interpretación psicoanalítica, como no, de tipo sexual.
Una
de las especialidades de Elena Poniatowska es la biografía de reconocidas
mujeres quizás como expresión de su compromiso con la causa del feminismo,
entre otras opciones progresistas sociales y políticas. Su faceta como
periodista le hace experta en un tipo de literatura calificada como testimonial
y marcada por la entrevista y eso se nota en la estructura de esta obra. El
narrador es en tercera persona para resaltar la objetividad. En el relato hay
una total ausencia del recurso al monólogo interior lo que disminuye la
profundidad psicológica del personaje. Aunque no hay constancia de la fórmula
de preguntas y respuestas, las reflexiones que se recogen, al igual que los
hechos relatados, aportan una sensación de recuerdos personales obtenidos en
una entrevista.
Como
telón de fondo ambiental en la vida de Leonora, aparecen los hechos más
destacables en el México de esas décadas. La progresiva corrupción de los
herederos de la revolución mejicana, el sincretismo religioso de los indígenas,
la revuelta estudiantil y la matanza de Tlatelolco en el 68 o el terremoto de
1985.
En
fin, la biografía va de menos a más. Desde un personaje que parece algo odioso
al principio, hasta la plenitud final con una interesante reflexión en torno a
la muerte que se presenta de forma surrealista como una joven y nueva amiga de
la anciana pintora. Una advertencia para los interesados en este libro, poco versados
como yo en el entorno artístico de la historia. Conviene informarse de forma
paralela a la lectura sobre el surrealismo y algunos de los personajes que influyeron en su vida, además visualizar las pinturas
de Leonora. Algo
fácil con nuestros actuales medios telemáticos.
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