Isabel Allende (1942) protagonizó todo un boom editorial durante la década de los 80 y parte de los 90 del pasado siglo. Títulos como el que hoy nos ocupa, La casa de los espíritus (1982) y Eva Luna (1987) fueron superventas en su época. Se ha discutido cuales han sido las claves de su éxito. En mi opinión, una de ellas es su parentesco con Salvador Allende, una figura mitificada a raíz de su dramático final. Pero también sus vivencias durante la oscura época de la dictadura chilena, el telón ambiental de muchas de sus novelas. Añadiré una prosa sencilla de fácil lectura y una inteligente penetración en el mercado editorial norteamericano, como demuestran los frecuentes awards universitarios entre su abundante palmarés de premios. Y, sin embargo, escritores importantes ha menospreciado su obra, calificada de comercial y de escasa calidad literaria, aunque reconocen el carácter entretenido de sus narraciones y la capacidad para atraer a un público masivo, más o menos exigente.
Mi
primer contacto con la escritora chilena, nacionalizada estadounidense, fue
hace años con la novela Paula (1994), un homenaje a su hija muerta en
plena juventud, de un reconocible carácter autobiográfico. Me pareció un libro
emotivo y muy dirigido a la sensibilidad femenina. Comparto en cierta medida la
opinión de aquellos que califican su obra de literatura femenina, que no
feminista, porque muestra estereotipos de mujer tradicionales y algo caducos
sin aportar nada nuevo a nivel de género.
De amor y de sombra (1984) fue
el segundo gran éxito de Isabel Allende, tanto que, años después, fue
adaptada al cine por la norteamericana Betty Kaplan, con Antonio
Banderas como protagonista. Como en La casa de los espíritus, se
aborda el tema de la dictadura militar chilena, pero se aleja ahora de los
elementos sobrenaturales que la aproximaban al realismo mágico para
adoptar un claro naturalismo sin aditamentos. Para los críticos esto
representa la evolución de la autora hacia la corriente literaria denominada posboom
o postmodernidad iberoamericana, que pretende retornar a un estilo
realista más directo, que busca la precisión de los datos y se interesa por
temas históricos o políticos, el exilio entre ellos.
El
título resume claramente la trama de la novela. Una historia de amor en medio
de la sombra que proyecta el oscuro régimen militar chileno. Es el amor y el
proceso de seducción entre Francisco Leal, fotógrafo, discreto activista
político e hijo de exiliados republicanos españoles, e Irene Beltrán,
una joven ingenua y algo alocada, que viste a lo hippie y pertenece a una familia burguesa de clase alta venida a
menos. Ella trabaja como periodista para una revista de modas y él es su
fotógrafo. Los dos se introducen en una investigación que les llevará a descubrir
el siniestro mundo de la tortura y la desaparición de cadáveres de opositores
políticos, hechos macabros típicos de las dictaduras sudamericanas de los 70 y
80. El amor se confirmará mientras ella abre los ojos a la cruda realidad y los
de su clase desvían interesadamente la mirada y se refugian en conceptos vagos
o altisonantes como la salvación de la patria. Se trata pues del proceso de
maduración de Irene que le llevará a la consumación de su amor y a un
desenlace previsible.
La
trama argumental se desarrolla de una forma coral, con multitud de personajes
que representan los distintos tipos sociales y opciones políticas de aquella
época, desde los sufridos campesinos agobiados por la pobreza, hasta los
burgueses colaboradores. También militares honestos que acatan órdenes
ciegamente en aras de la disciplina y el honor, frente a corruptos sicarios
asesinos. En esta multiplicidad de personajes resalta más bien su perfil
sociológico, sin profundizar en el carácter de los mismos, salvo en el caso de
los protagonistas y con preferencia en las mujeres a la hora de marcar
determinados rasgos.
El
narrador omnisciente en tercera persona atenúa la crudeza y dramatismo de los
hechos con almibaradas descripciones del entorno físico primaveral que parecen
estar de sobra y en ocasiones rayan en la cursilería. La acción trascurre en
escenas cortas, sin solución de continuidad y en ausencia de capítulos. Se va
saltando así entre los distintos personajes hasta formar el mosaico ambiental
que rodea a los protagonistas. Como único toque de realismo mágico encontramos
el personaje de Evangelina, una extraña adolescente con supuestos
poderes sobrenaturales, considerada como una santa en su entorno campesino
lastrado por la ignorancia, la superstición y el fatalismo.
El relato
es siempre previsible y trascurre sin grandes sorpresas, no es aburrido, pero
tampoco mantiene un mínimo de suspense. Como ya se ha dicho, es de lectura
fácil pero no consigue atrapar al lector ni emocionarlo. La escritora se limita
a describir una realidad política, muy conocida en su época, que seguía
interesando a los lectores años después. Pero se implica lo mínimo y pretende
animar la acción con pequeñas dosis de humor, algo de maniqueísmo en el
carácter de los personajes y cierto enfoque explícito en el erotismo de los
enamorados. En resumen, pequeños recursos para atenuar la tragedia del pueblo
chileno en aquellos años sombríos.
Siento
decir que con esta novela, quizás leída a destiempo, no ha cambiado mi
valoración sobre Isabel Allende. Escasa en recursos de estilo literario.
Realista en el dramatismo de unos hechos que marcaron profundamente el
idealismo de mi juventud, y ahora, erosionados por el paso del tiempo, se
reducen a memoria histórica desapasionada y modulada por el escepticismo
político.
No hay comentarios:
Publicar un comentario