sábado, 6 de julio de 2013

NOVELAS BREVES. Juan Carlos Onetti

El escritor Juan Carlos Onetti (1909-1994) es reconocido como  uno de los grandes escritores en castellano. Esta afirmación introductoria  es desde luego poco original y algo manida pero no por ello carece de sólidos fundamentos. Admitido por la crítica como genuino representante del  existencialismo en la literatura hispanoamericana, innovador de la narrativa en nuestra lengua, maestro del relato breve, galardonado con muchos premios literarios, el Cervantes de 1980 entre otros, y elogiado por escritores de la talla de Mario Vargas Llosa; son algunos de los créditos que lo avalan. 
         Y sin embargo  mi relación con este autor siempre fue difícil.  Hace muchos años leí su obra El astillero y sencillamente no me enteré de nada, lo cual atribuí a mi inexperiencia. Ahora, cuando creía haber alcanzado cierta madurez como lector, encuentro de nuevo al escritor uruguayo en esta antología titulada Novelas breves y,  tras enfrentarlas como un reto, debo reconocer  humildemente que aún no estoy a la altura.  En mi descargo y justificación  diré  que la lectura de Onetti  es objetivamente  una tarea con ciertas dificultades. Su estilo literario, tan original,  se basa en un lenguaje denso y opaco, intimista, elusivo y lacónico en los elementos descriptivos, en el que lo implícito y sobrentendido  es predominante sobre lo explícito, y donde lo onírico se mezcla con la realidad sin solución de continuidad. Tampoco ayuda a un lector medio español  el uso frecuente  de  términos propios del léxico americano y en particular de jergas locales como el lunfardo bonaerense.  De otra parte, en la temática  narrativa  onettiana  predomina  una visión negativa del mundo y esto limita su público en opinión de algunos. Otros piensan que este pesimismo literario es la fórmula que el escritor utiliza para  superar el suyo propio. En fin, los personajes  de sus relatos, concordantes  con esta visión, son seres marginales, frustrados, dibujados en sus rasgos psicológicos con un realismo cruel  no exento  de cierto tono de piedad hacia las miserias de la condición humana.
         De los relatos recogidos en esta antología destacaré  el que la inicia, El Pozo (1939), en el que un  escritor frustrado que malvive  en un mundo de marginalidad desnuda su alma y sus pensamientos escribiendo unas supuestas memorias llenas de angustia e incomunicación  en las  que muestra su desprecio hacia  la sociedad que lo rechaza.  En  Los adioses (1954), un enfermo  mantiene una relación alternante con dos mujeres que lo visitan en el ambiente de un sanatorio rural, y en un juego de perspectiva múltiple los habitantes de la aldea  enjuician y condenan al protagonista  con base en las apariencias, hasta que la historia tiene un desenlace inesperado.  Para una tumba sin nombre  (1959) es una de las novelas más conocidas, ambientada en  Santa María, la ciudad imaginaria  creada por Onetti, en la que el personaje narrador cuenta una historia basada de nuevo en la visión de los hechos  aportada por varios personajes que participan de los mismos. Otros relatos  interesantes son La cara de la desgracia (1960) y Jacob y el otro (1961), pero no insistiré en resumirlos. En general las historias se desarrollan con escasos elementos descriptivos y envueltas en una atmósfera de ambigüedad e imprecisión de la que poco a poco se nos van desvelando elementos que terminan por  hacer patente la realidad  en ocasiones sorprendente. 
         No todos los relatos tienen la misma calidad que los reseñados y algunos de ellos me parecieron aburridos y terminé por abandonarlos, algo que no hago con frecuencia. Para terminar  insistiré  en que se trata de literatura de calidad pero que exige mucho del lector.

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