miércoles, 27 de noviembre de 2013

FUEGOS CON LIMÓN. Fernando Aramburu

Hay novelas que resultan de difícil encuadre en la variada tipología del género narrativo y ésta que comentamos hoy es una de ellas. Se pudiera clasificar como humorística, autobiográfica, costumbrista, o definir como realista, pero, aunque tiene peculiaridades o elementos de estos tipos o estilos, no se le puede colocar  una etiqueta de forma concreta y absoluta. Como todo  lo inclasificable o distinto tiene la virtud o defecto,  según se entienda, de confundir inicialmente, habituados como estamos a desarrollos argumentales más tradicionales o relatos de mayor tensión narrativa.  Me consta que provoca opiniones contrarias  entre los lectores  y desde luego no fue en su momento un éxito de ventas, pero no se le puede negar cierta originalidad que suscita controversia, y  unos valores que me esforzaré en resaltar.
        Fuegos con limón (1996) fue la primera novela de Fernando Aramburu, filólogo vasco que ejerció como profesor de lengua española en Alemania y tras publicar ésta y alguna otra, además de poesía y cuentos, ha abandonado la docencia para dedicarse a la literatura. Estamos ante una obra de ficción pero con cierto matiz autobiográfico por estar inspirada en algunas de sus experiencias juveniles. Narra la historia de Hilario Goicoechea, hijo de una familia obrera, que comienza relatando en primera persona los recuerdos de su niñez asilvestrada en los suburbios de San Sebastián durante la década gris de los 50, inmerso en un ambiente de pobreza y autoritarismo. Unas duras condiciones de vida que tenían su reflejo en esa crueldad infantil tan típica de entonces, que ejercíamos o soportábamos con naturalidad y ahora nos horroriza cuando la sufren nuestros hijos o nietos. Y retornando al argumento; tras evocar su infancia, el protagonista nos cuenta sus comienzos como universitario y su ingreso en un grupo de estudiantes con vocación de estética surrealista, acontecimientos vividos realmente por el escritor, y supongo que ahí termina el paralelismo autobiográfico porque el personaje de Hilario está dibujado con trazos tan negativos que más bien parece un antihéroe. Es tímido, cobarde, acomplejado, vengativo, e indiferente al sufrimiento ajeno. Ante rasgos tan excesivos bien parece que el autor haya querido convocar sus personales fantasmas de juventud y, mediante una especie de conjuro o exorcismo, reunirlos en este personaje  encerrado en el libro, como un genio esta vez maligno, a la manera de aquel de la lámpara. Conforme avanza la trama narrativa se aprecia un claro contraste entre la dura personalidad del protagonista y sus experiencias y aventuras con el grupo de estudiantes, de una comicidad rayana en lo esperpéntico y relatadas en un tono que recuerda vivamente el estilo cervantino de las Novelas Ejemplares  en lo que parece un claro homenaje a la novela picaresca española. Esta impresión se refuerza mediante la utilización de un lenguaje rico en sinónimos, a veces reunidos en tripletes, y abundantes vocablos y frases del castellano antiguo, ya casi olvidados, que uno de los personajes califica de forma burlesca como  verba arcaica. En medio de este ambiente estudiantil que pretende ser progresista, contracultural, y provocador de la moral burguesa, asistimos a absurdos manifiestos surrealistas, aventuras ridículas, y gamberradas estudiantiles de todo tipo, descritas con un humor agridulce,  hilarante casi siempre, que roza lo escatológico en ocasiones, e incluso puede mostrar tintes crueles.
        Este primer plano de novela humorística es la pantalla tras la que se esconde un segundo plano narrativo, un telón de fondo, menos aparente si se quiere, de estilo claramente realista que remite al ambiente social del País Vasco en aquella época de finales de los 70, con una democracia novata e insegura; un pueblo obligado por necesidad a convivir con la violencia terrorista hasta el punto de considerarla normal; la contraposición de españolismo y nacionalismo; la conflictividad de las relaciones familiares; el ambiente mísero de los barrios marginales; la degradación de amplios sectores del proletariado y clase media, ya afectados por entonces, como ahora, por crisis económicas  (la segunda del petróleo); y otros muchos aspectos que configuran la novela como un auténtico retrato de época. En mi opinión esa voluntad de realismo que trasciende  lo humorístico se hace bien patente en el dramático final.
        En la parte negativa es obligado destacar que la novela hubiera sido igualmente buena con cien páginas menos. Sobran algunas digresiones que parecen destinadas a prolongar innecesariamente la historia. Otras en cambio, como el diario de una de las protagonistas, están más justificadas, en este caso por ofrecer un contrapunto femenino en una historia en la que predomina  el  punto de vista masculino.
En resumen, me parece una buena novela, original y variada en matices aunque no sea del gusto de todos. He disfrutado de sus descripciones y de la intencionada riqueza del lenguaje. Me he reído con las dislocadas experiencias de los protagonistas y, por ser casi de la misma edad del escritor y haber vivido mi juventud en esos años, puedo asegurar que, desprovistas  de su  pátina literaria, tienen viso de realidad, porque viví o presencie algunas en parecidos términos por más que puedan parecer exagerados.


miércoles, 20 de noviembre de 2013

EL EXTRANJERO. Albert Camus

Este mes de noviembre se cumple el centenario del nacimiento de Albert Camus, filósofo y escritor francés que fue referente intelectual de varias generaciones de europeos durante la década de los 60 y 70 del pasado siglo. Con tal motivo se han prodigado estos días los artículos de prensa que analizan los aspectos más destacados de su obra literaria, su personalidad política, o los elementos más originales de sus concepciones filosóficas. A la efeméride se ha sumado también uno de mis clubs de lectura  promoviendo la de sus dos novelas más representativas, La peste y El extranjero, y esta última me da ahora ocasión para el comentario.
         Albert Camus (1913-1960) tuvo una vida corta pero intensa y polifacética. Fue filósofo por formación y vocación, el periodismo comprometido fue su trabajo y una de su formas de expresión, participó en la resistencia contra los alemanes, político por convicción pero nunca constreñido a las directrices de partido. A menudo nadó contra corriente, así cuando abandonó su militancia comunista, o en su posicionamiento y declaraciones sobre la cruel guerra de Argelia. Su filosofía se tildó de esteticista y los analistas posteriores mantienen una permanente controversia sobre su figura; dicen unos que fue un filósofo que utilizaba la narrativa y el teatro como forma de expresión, y otros lo vieron como un escritor con pretensiones filosóficas. Pero todos coinciden en reconocerle una enorme talla humana y moral, un tenaz individualismo, y su valiente compromiso con la libertad que le llevó a rechazar cualquier forma de autoritarismo político o ideológico. Aunque su humanismo y autoridad intelectual le fue reconocida en vida con la concesión del Nobel de Literatura, su muerte lo introdujo en la esfera de lo mítico gracias a esa virtud que tiene, cuando es prematura y trágica, para fijar  los hechos y las ideas de los hombres en una especie de fama perpetua que nos hace sentirlas contemporáneas, incontestables por ausencia, y de alguna forma liberadas del efecto erosivo del tiempo en la vida humana. Algo así como el mito del héroe siempre joven que tuvo su origen en Aquiles y del cual participaron muchos, desde Alejandro  hasta John Lennon
         El extranjero (1942) fue la primera novela de Camus.  Cuenta la historia de Meursault, un personaje extraño (otra de las acepciones de étranger) o indiferente a la realidad y a la sociedad que le rodea, a la que no comprende ni es comprendido por ella. Tan insensible a todos y a todo que su actitud, de entrada, nos resulta provocadora y rayana en lo psicopatológico. Conforme avanza la lectura comprendemos que estamos ante un prototipo llevado al extremo, un antihéroe que simboliza la angustia vital, la soledad esencial del ser humano, lo absurdo de buscar finalidad o destino a su existencia, en suma, un compendio de las ideas filosóficas del autor. El crimen, sin lógica ni razón, que comete  el protagonista al final de la primera parte constituye un punto de inflexión en el desarrollo argumental. Del estupor que nos produce el sin sentido del personaje, pasamos al asombro ante los elementos absurdos que se ponen de manifiesto en el proceso  de Meursault.  Su condena, que parece merecida  bajo la óptica de la moral natural o religiosa, viene a la postre a resultar absurda e injustificada por estar más fundamentada en la insensibilidad y ateísmo del asesino que en el propio crimen. Al final la muerte aceptada por el protagonista  es lo que, de forma paradójica, da sentido a su existencia.
         El relato es de corta duración y está escrito en un estilo claro, preciso, y austero. En la primera parte el ambiente es plano y un tanto agobiante, destinado a resaltar la insensibilidad del protagonista. En la segunda son las reflexiones del mismo, en torno al proceso y  ejecución de la pena, las que le dan profundidad psicológica y de alguna forma lo redimen.
         Se trata en suma de una estupenda novela filosófica. Su simplicidad es sólo aparente si valoramos superficialmente la trama argumental, y la abundancia en matices la hacen compleja y difícil de  analizar. Resulta en cambio muy adecuada para comentar en los foros de lectura por la controversia que promueve y porque un enfoque múltiple de la misma  sin duda contribuye a enriquecer nuestra propia  opinión. 

                   

domingo, 10 de noviembre de 2013

LA TRAVIATA. Giuseppe Verdi

Mi afición por la música clásica viene de antiguo. Como suele acontecer con los neófitos, comencé por el barroco y desde ahí mis preferencias evolucionaron hacia otros estilos posteriores en un recorrido casi histórico del que he segregado y excluido la moderna atonalidad, un estilo musical que no termino de comprender ni sentir.  La ópera fue otra de mis exclusiones iniciales. Sobre este tipo de música  tuve unos cuantos prejuicios referentes a su carácter elitista y a cierta minusvaloración del canto y la voz humana como instrumentos musicales. Los mantuve durante algún tiempo, con esa tenacidad y osadía tan típica de la ignorancia juvenil, pero los he superado finalmente, y ahora soy un entusiasta de este tipo de representación  por lo que tiene de espectáculo completo que integra música, teatro, coros, danza, y escenografía, en un conjunto armónico y grandioso. Sí aun seguimos imputando a la ópera un cierto elitismo no es en razón de aquellas minorías  aristocráticas, más o menos cultas, que la disfrutaron otrora, sino a la complejidad y altos costes de producción  que tradicionalmente exigieron su representación en los teatros destinados a tal efecto, pocos y de reconocido prestigio, pero  escasamente accesibles para amplios sectores del público aficionado. Por eso es de agradecer la iniciativa de compañías itinerantes que, en sus giras por las provincias, difunden las obras más famosas de la operística y ayudan a mantener la afición al género y renovarla en las nuevas generaciones. Una de éstas es la Compañía Ópera 2001 que  anualmente produce una o dos de estas representaciones y de nuevo ha recalado en nuestra ciudad para ofrecernos una de las obras más famosas del repertorio lírico.
         La Traviata (1853) es quizás la ópera más conocida y popular de Giuseppe Verdi. Y sin embargo su estreno, ese año, en La Fenice de Venecia fue un rotundo fracaso que los críticos actuales justifican por dos razones. En primer lugar el personaje principal de la cortesana libertina, un tema algo escabroso para la hipócrita doble moral burguesa que imperaba en esa época. La segunda razón tiene que ver con una innovación ya que era la primera vez que una ópera de Verdi no estaba basada en grandes hechos del pasado o tragedias teatrales sino en un drama realista ambientado en su propio tiempo, y por tanto con trajes y escenografía contemporánea, y esto al parecer no gustó al público, más acostumbrado a la dramatización histórica.
         En cuanto a la ficha técnica recordaré que se trata de una ópera en tres actos, de dos escenas en el segundo, con libreto de Francesco Maria Piave, el libretista habitual de Verdi. Es una adaptación de la novela La dama de las camelias de Alejandro Dumas (hijo), una obra de transición, romántica por su dramatismo pero realista en su estilo e inspirada además en una relación real de este escritor con una cortesana de París, Marie Duplessis. La pareja de amantes son Armando Duval y Margarita Gautier en la novela, Alfredo Germont y Violeta Valery en la ópera, pero en aquella Armando era el personaje principal mientras que Verdi  se centra en el protagonismo de Violeta por el dramatismo implícito en este personaje. La Traviata es un drama intimista que incide más en las emociones de los personajes y menos en la prostitución y los prejuicios sociales  como ocurre en la novela. Los grandes temas son aquí el amor abnegado llevado hasta el sacrificio, y la muerte como expiación y purificación de la culpa.
         Los tres actos reproducen el habitual planteamiento teatral de exposición, nudo, y desenlace. El primero, que representa la fiesta en la mansión de Violeta (soprano), es el más alegre y brillante, y contiene el popular pasaje del brindis (Libiamo ne' lieti calici ) de Alfredo (tenor) que terminan a dúo los dos cantantes acompañados por el coro. La culminación de este acto llega con el dúo del amor en  el cual, al melodioso y emotivo sólo del tenor declarando su amor se contrapone un canto de coloratura de la soprano para destacar la frivolidad y el marcar distancias de Violeta, hasta que ambas líneas melódicas se unen en el dúo.
         La primera escena del segundo acto constituye el eje dramático de la obra cuando el padre de Alfredo, Giorgio Germont (barítono) exige a Violeta que abandone a su amante y se sacrifique en aras de las convenciones sociales. Se alternan en este acto las arias o solos de barítono y soprano, en un tono que quiere expresar energía y dureza inicial pero que termina por ser emotivo.  La segunda escena, el baile de carnaval, vuelve al tono festivo del inicio, contrapunto y alivio del dramatismo precedente. Los coros y el ballet tienen aquí una notable participación. Luego retorna la tensión con el reencuentro  de los amantes, cuando Alfredo humilla públicamente a Violeta y recibe el rechazo de los invitados y el padre, un dramatismo apoyado en el contraste de las tres voces solistas principales reforzadas con la participación coral. Finalmente en el tercer acto se suceden las arias de la soprano en tono triste y melancólico que presiente el trágico final; la más destacada, addio del pasato, termina con una plegaria en petición a Dios de piedad para la descarriada (la traviata).
         La interpretación de los solistas fue, en mi modesta opinión, bastante buena. Muy sobresaliente en la soprano vasca Ainhona Garmendia que destacó sobre el tenor, cosa normal si se entiende que su papel es el más relevante en esta ópera, y por tanto más propenso al lucimiento. Me llamó la atención la brillante interpretación del barítono italiano Paolo Ruggiero, cantante que resaltó en el segundo acto.
         En fin, “una vez al año…” como se suele decir. Los aficionados a la ópera nos sentimos agradecidos por haberla disfrutado en nuestra ciudad y ansiamos un intervalo temporal algo más reducido entre futuras representaciones, sin llegar desde luego a la coletilla del refrán: “pero es cosa más sana…”. De lo bueno no conviene abusar.

martes, 29 de octubre de 2013

CONCIERTO DE ÓRGANO. José Enrique Ayarra Jarne

En los últimos días de este octubre, obstinado en lo estival, se ha inaugurado la XIV edición del Festival de Otoño de Jaén con un concierto de órgano  a cargo  José Enrique  Ayarra  Jarné, canónigo y organista titular de la Catedral de Sevilla, un moderno  Maese Pérez de origen navarro que ha ganado merecido prestigio internacional y acumula un sinfín de premios, discos editados, y estudios eruditos sobre tema musical.
 El órgano es un instrumento que se asocia por tradición con la música sacra y el barroco. Cuando sus notas graves resuenan en el  interior de una catedral nos hacen evocar la solemnidad de lo divino e incluso el dramatismo de un Dies Irae. Alguien ha resaltado su sacralidad al compararlo con un altar en el cual el oficiante interpreta de espaldas al público como en el antiguo ritual tridentino.
El inicio de este concierto parecía confirmar esas impresiones tópicas ya que el primer tercio del programa interpretativo comenzó con dos piezas de música sacra; la primera de Buxtehude, un organista y compositor iniciador de la escuela barroca alemana que al parecer influyó decisivamente en J. S. Bach. De este genial y prolífico músico alemán no podía faltar una de sus Corales, quizás no de las más conocidas. La parte barroca culminó con una pieza del concierto nº3 para órgano y orquesta de G. F. Haendel, en concreto la Gavota, una composición que tuvo su origen en antiguas danzas populares francesas y se puso de moda, junto con otros pasos de baile, como el minuet o el rigodón, en la corte de Luis XIV. A partir de ese momento el programa evolucionó de forma radical y definitiva hacia la música profana con tres autores franceses del XIX adscritos al clasicismo y romanticismo musical. Me gustó particularmente la Sortie de Lefebvre-Welly, una pieza también inspirada en bailes populares con una alegre melodía que sugiere la música de pianola de los antiguos carruseles o tiovivos de feria. Como anécdota  añadiré que con esta pieza despidió el organista navarro la boda de la infanta  Elena en la Catedral de Sevilla. El concierto siguió con una  estupenda y romántica versión para órgano de  El cisne, uno de los movimientos más conocidos de la suite El Carnaval de los animales de  Camille Saint-Säens. La última parte del programa estuvo dedicada  organistas y compositores españoles del siglo XX, y entre  ellos me pareció destacada la composición de Jesús Guridi, con inequívocos aires del folclore vasco. En el tradicional bis, el organista navarro supo ganarse  al público local con una estupenda versión del  Himno de Nuestro Padre Jesús  del maestro Cebrián.
        En mi opinión presenciamos una magnífica interpretación y un repertorio original que me descubre compositores antes desconocidos y ha conseguido mostrarme la versatilidad y las posibilidades del órgano más allá de la música sacra.



PROGRAMA
Präludium und Fuge  d-mioll (BuxWV)… D. BUXTEHUNDE (1637-1707). 
Coral “Nun freuteuch” (BWV.734)… J.S. BACH (1685-1750)                   
Gavota (Concierto nº 3 para órgano y orquesta)…G.F. HAENDEL (1685-1759)  
Sortie en MI b Mayor... L. LEFEBVRE-WELLY (1817-1870)                
Antienne… A. GUILMANT (1837-1891)                                                             
Le cygnet…C. SAINT-SAËNS (1835-1921)                                                
Alleluia, Alleluia… V. ZUBIZARRETA (1899-1970)                               
Berceuse… E. TORRES (1872-1934)                                                               
Final  en DO Mayor   J. GURIDI (1880-1961)

domingo, 27 de octubre de 2013

GLORIETA DE LOS LOTOS. Eduardo Jordá

No siempre fue así, pero hace tiempo que valoro el ensayo como  una opción preferente entre mis inclinaciones de lectura. De este género literario me gusta la libertad temática, el desarrollo asistemático sin estructura definida, su voluntad de estilo literario que a veces roza lo poético, y con frecuencia el carácter subjetivo de unos textos que casi siempre pretenden convencer antes que demostrar y anteponen la emotividad a la información. Me gusta el ensayo cuando es breve y,  aunque suelen estar agrupados en colecciones y antologías, prefiero una lectura discontinua en el  tiempo porque de uno en uno sacian menos y se aprecian mejor.  Si tuviera que señalar lo mejor entre lo que he leído, o al menos los que más me han impresionado, destacaría los de Michel  de Montaigne, verdadero creador del género, y  los de  Marguerite Yourcenar agrupados en varias colecciones, entre otras A beneficio de  inventario (1962), y El tiempo, gran escultor (1983).
  El artículo periodístico, considerado  en su dimensión  literaria y no meramente informativa, está  emparentado  con el ensayo. Se acerca a éste en cuanto participa de algunos elementos  esenciales  antes señalados y se aleja  cuando priman  aspectos relacionados con la actualidad, ya sea política o social, porque  en mi opinión son factores limitantes que lo encuadran en un marco temporal concreto y por eso mismo, pasado el tiempo, quedan expuestos al fuera de contexto y pierden parte de su esencia. En este tipo de ensayo es aun más decisiva la lectura por entregas y recuerdo haber seguido puntual y fielmente los  artículos de escritores como Antonio Gala, Antonio Muñoz Molina, y algún otro, en publicaciones semanales, antes de ser recopilados en las correspondientes colecciones.
  Sirva este largo prologo para introducir el libro de hoy, Glorieta de los lotos (2004), que reúne dos series de artículos publicados en prensa por el autor en los cuatro años previos a la edición. Eduardo Jordá (1956) es un escritor palmesano  afincado en Sevilla desde hace más de veinte años. La formación literaria de su juventud  se reforzó con una notable experiencia como viajero y pienso, a la vista de los textos que comentamos, que esa amalgama de cultura  y vivencias  constituye el poso que nutre y vivifica sus escritos. La producción de este autor, que hasta ahora me era desconocida,  incluye  poesía, narrativa, y ensayo, aunque, si hemos de juzgar por estos artículos, yo diría que  la sensibilidad poética del escritor trasciende aquel género literario y enriquece la prosa de los mismos. Es fácil de suponer  que su temática es  muy variada. Abundan los panegíricos póstumos a escritores con los que tuvo trato personal, como Camilo José Cela o Agustín Goytisolo, pero también  los dedicados a artistas anónimos locales o antiguos rockeros apenas conocidos. Lo autobiográfico está muy presente en los referidos a sus viajes que destacan por las sugerentes y poéticas descripciones de paisajes. Aunque integrado en la vida andaluza, sus raíces baleares le permiten un cierto distanciamiento  objetivo y crítico de  algunos  tópicos  locales sevillanos y esa misma bipolaridad cultural  lo inducen al rechazo de los nacionalismos excluyentes. Una actitud propensa a la tolerancia no le impide la denuncia de los atentados medioambientales  y la sensibilidad  le aflora cuando, resaltando la entrega y abnegado sacrificio de algunas mujeres, defiende el decisivo papel de éstas en la familia y en nuestra sociedad, en una clara opción que no  me atrevo a calificar de feminista  por lo que este término implica de  militancia, algo que me parece ajeno a este escritor de profundas convicciones éticas  pero de mente abierta  que no se deja encasillar  fácilmente en doctrinas ni sectarismos.
  Los artículos están escritos en un estilo sencillo y directo  capaz de hacer aflorar nuestras emociones pero también cargado de sensualidad  cuando destaca la riqueza  cromática que nos rodea  y nos  hace  evocar paisajes iluminados por una luz telúrica  o la sinfonía lisérgica  del viento que azota un edificio en ruinas. Los textos son breves, adaptados necesariamente al formato editorial  de prensa, y lo narrado  suele ir de lo particular a lo general. Brota de una anécdota, de una noticia, de un símbolo, o de una sensación, y fluye fácilmente hacia la reflexión personal y la emoción subjetiva  que aboca por fin a los grandes temas; el azar o el destino de nuestra existencia, el carácter inmutable de ciertos valores éticos, la dignidad del ser humano, la memoria de nuestros antepasados, la vanidad  de las cosas mundanas, el valor de los pequeños placeres de la vida, y otros muchos. La concisión del discurso narrativo aunado a la profundidad del relato revela, en mi opinión,  la maestría  del autor.
En resumen, estamos ante un excelente ejemplo del género ensayístico, con ciertas  limitaciones, casi siempre bien superadas. Una obra rica en matices, que merecerían ser comentados  de forma más extensa, y también mi personal encuentro con un buen escritor.


sábado, 12 de octubre de 2013

TODO LO QUE SOY. Anna Funder

El nazismo y su ascenso al poder en la Alemania de los años 30  ha sido objeto de un profundo análisis histórico. El ambiente social que propició su aparición y desarrollo también fue tema recurrente de literatura y cine. Como muestra bastará recordar  una gran película La caída de los dioses (1969) del italiano Luchino Visconti, y en cuanto a lo literario citaré Adiós a Berlín (1939) del escritor británico Christopher Isherwood, novela poco conocida que alcanzó posterior difusión gracias Cabaret (1972), su versión al cine dirigida por Bob Fosse. Aún siento un frio estremecimiento cuando vuelvo a ver una escena  de esta película, la del joven de las juventudes hitlerianas que canta, en un restaurante rural, la canción “El mañana nos pertenece” mientras la melodía y la letra evolucionan  gradualmente desde un lirismo idílico hasta la fuerza fanática de una marcha militar.
         Pues bien, después de muchos años y de cierta saturación de historia, cine, y literatura al respecto, aún siento curiosidad por este periodo alemán de entreguerras regido por la débil república de Weimar, y sigo sin comprender del  todo  como un pueblo de larga tradición cultural, gobernado por una democracia, pudo permitir la eclosión de semejante monstruo político ante la mirada indiferente o temerosa del resto del mundo occidental civilizado. Esa misma curiosidad  parece sentir la autora de la novela que hoy nos ocupa cuando, en entrevistas y artículos, reconoce su interés por el modo de organización de las sociedades democráticas y  por la detección de los mecanismos mediante los cuales podían, y pueden, deslizarse hacia una dictadura.
         La australiana Anna Funder (1966) es una mujer polifacética; abogada, periodista, conferenciante, negociadora de tratados, y participante en instituciones internacionales relacionadas con los derechos humanos y el medio ambiente. Su carrera literaria es corta, ha escrito dos novelas, ambas galardonadas con varios premios. La que comentamos está dedicada a Ruth Blatt, profesora  de alemán de la escritora, a la vez que memoria y fuente de los hechos narrados en la misma.
         Todo lo que soy (2012) es una historia de ficción basada en hechos reales, y espero que esta  frase convencional  no se preste a confusión con aquella etiqueta true story que se aplica a las películas de serie B para TV. Nada que ver con esto último. Cuenta  la historia de un reducido grupo de alemanes, intelectuales y activistas de izquierda, exiliados en Londres , que intentaron  mostrar al mundo  la verdadera cara del régimen nazi tras su llegada al poder en Alemania y alertar de los peligros que se avecinaban. En cierto modo fueron víctimas del conocido como síndrome de Casandra porque profetizaron un futuro aciago y se sintieron impotentes para evitarlo, además de pagar un alto precio por su osadía.
         La realidad que se narra, los hechos reales, estuvieron envueltos en una nebulosa de falta de pruebas, informes oficiales y oficiosos tergiversados, directrices gubernamentales interesadas en una neutralidad imposible, y la sospecha  de infiltración del espionaje nazi en Inglaterra. Los dos protagonistas principales son también reales. La antes mencionada Ruth  Blatt, que en los años 30 fue una joven activista del Partido Socialdemócrata Independiente, y Ernst Toller (1893-1939) poeta, dramaturgo, político y revolucionario alemán de origen judío. Ambos personajes  son las dos voces narrativas que, en primera persona, nos cuentan sus experiencias en un continuo y alternante flashblack tan bien equilibrado que no resulta desorientador en ningún momento. Lo hacen además desde dos planos temporales distintos. La primera cuando ya octogenaria en el año 2001, rememora su juventud desde su retiro en Sidney; el segundo cuando redacta sus memorias en Nueva York  poco antes de suicidarse en 1939. El nexo de unión entre ambos relatos son precisamente estas memorias manuscritas que Toller lega a Ruth y  ésta revisa poco antes de su muerte. Es en suma la historia de ambos personajes, el testimonio de una época de ideales juveniles y lucha compartida por dos  personas  que la evocan desde el ocaso de sus vidas, a modo de testamento.  El componente de ficción que envuelve a estos personajes reales es lo que los humaniza, los hace  literarios y emotivos cuando nos introduce en su apasionado y generoso idealismo, en sus amores, en su abnegación y entrega a la causa común, al tiempo que destaca también aspectos negativos pero igualmente humanos como la traición, el recelo, el miedo, la sensación de desamparo y de impotencia.
         La trama argumental se desarrolla con lenguaje fluido y elegante en un estilo sugerente y expresivo con diálogos mesurados  en los que aparece ocasionalmente la ironía y lo implícito. A través de la misma vislumbramos el marco ambiental y asistimos a las debilidades de la república de Weimar, las iniciales revoluciones de izquierda duramente reprimidas, el revanchismo latente del estamento militar, la miseria y la frustración del pueblo, la inconsciencia de las clases altas, el ascenso nazi amparado en el populismo, el incendio de Reichtag y el progresivo desmantelamiento de la democracia, el secreto rearme del régimen de Hitler, y el comienzo de la represión de la oposición de izquierdas que precedió a la persecución de los judíos.  En resumen, todo un retrato de época.
         Para terminar, estamos ante un novela interesante, bien escrita, que sabe mantener la tensión hasta el final, y recomendable  para todos aquellos que aún se resisten a padecer de Alzheimer histórico.
                

miércoles, 2 de octubre de 2013

B DE BESTIAS. Sue Grafton

Desde su aparición a mediados del XIX, la novela  policiaca o detectivesca ha conseguido mantener, e incluso incrementar, el interés de gran parte de los lectores quizás a causa de su carácter de literatura de evasión, sin que esta etiqueta suponga necesariamente una merma o menosprecio de su calidad. Aparte de los clásicos del género y de algunos escritores actuales consagrados por la crítica y el marketing, como Stieg Larsson, la mayoría de los autores me son desconocidos así que, cuando me decido por este tipo de lectura, suelo elegir  guiado por elementos accesorios como puedan ser un título o un diseño de portada sugerentes, tan poco fiables que me equivoco con cierta frecuencia. No es el caso de esta novela que se me ha propuesto en uno de mis club de lectura por lo que estoy libre de culpa “in eligendo”, que diría un abogado pedante. Su título dice poco y tiene una portada escasamente atractiva para mi gusto, si bien es cierto que, vista tras la lectura, es preciso admitir que representa  con dibujos esquemáticos, casi infantiles, algunos elementos alusivos a la trama argumental.  
        B de bestias fue escrita por la norteamericana Sue Grafton en 1985 y pertenece a un larga serie de novelas policiacas  conocida como “las novelas del alfabeto”, con un total de  23 títulos publicados, el último con la W en septiembre de este año 2013 y, si  Dios guarda la vida de la escritora muchos años, creo que amenaza con llegar hasta la Z. Esta abundancia de títulos, y tan desconocidos, ya nos hace saltar todas las alarmas de calidad antes de  emprender la lectura de ésta.    
La protagonista del relato y de la serie es la detective privada Kinsey Millhone que en el tiempo de la acción, coincidente según creo con el de escritura, dice tener  treinta y pocos años y  ya lleva sobre sus espaldas dos divorcios, es solitaria vocacional con algún recelo hacia el sexo opuesto, tiene poco trabajo, dificultades para llegar a fin de mes, y cierto sentimiento de culpa por una muerte en defensa propia que lleva sobre sus espaldas con resignación. Nos cuenta la historia en primera persona sin que esto suponga el menor esfuerzo introspectivo en la protagonista que se limita a describir solamente los hechos, con escasas reflexiones sobre sus sentimientos o vida personal, por lo que resulta en suma un personaje frio y de apariencia superficial. En cuanto a la trama argumental, se desarrolla de forma líneal sin saltos temporales. Las descripciones son abundantes y precisas, y si es verdad que esto parece en principio muy conveniente en la novela policiaca, la insistencia reiterativa  en aspectos tales como mobiliario, vivienda, ropa, y otros aspectos marginales a la trama, recuerdan  más bien un guión de cine o teatro en el que haya que detallar el escenario. En general se describe un ambiente social en el que destacan los jubilados que viven un perpetuo veraneo vegetativo en las templadas costas de California y Florida y habitan, según su nivel social, en residenciales de clase media o antiguas y precarias viviendas con armazón de madera fácil presa de incendios y huracanes tropicales. Quizás con la intención  de resaltar la mediocridad ambiental, la escritora  adorna el componente  descriptivo del relato con multitud de detalles  que se recrean en los aspectos más vulgares o miserables de la vida cotidiana de los personajes, algo que recuerda los excesos del naturalismo literario francés del XIX pero en este caso sin la menor intención de crítica social, más bien parece la perspectiva algo despectiva que pudiera tener alguien, quizás la propia autora, de mayor nivel económico y social.
        La estructura del relato es bastante habitual en este género y consta de una larga exposición que comprende dos tercios del libro, dedicada  a desplegar un abanico de falsos sospechosos que desvien la atención del auténtico culpable, y la resolución final del caso en las últimas páginas que pretende siempre sorprender.  Pero esta técnica es adecuada sólo si se sabe mantener un cierto nivel de suspense durante el curso de la narración y ese no es el caso de esta novela, porque la violencia, real o psicológica, uno de los componentes esenciales del mismo, es aquí marginal y referida al pasado, cuando no gratuita o intrascendente. En referencia al lenguaje decir que es sencillo, directo, y sin recursos literarios, pero no demasiado vulgar, con diálogos en tono coloquial sin el deje irónico y algo prepotente propio de los detectives de la novela negra más tradicional.
En resumen, obra de género detectivesco difícil de encuadrar en cualquiera de las corrientes  evolutivas del mismo. No es del tipo analítico de la escuela inglesa, tampoco  pertenece a la serie negra norteamericana, más cercana a las corrientes actuales lideradas por la novela escandinava pero bastante menos profunda. Pretende reunir elementos de todas las tendencias y queda corta en todo. Pero no quiero ser negativo en exceso, para ser justos se deja leer con facilidad, sin suspense pero no totalmente previsible, entretenida  rozando el aburrimiento, es decir, anodina entre muchas otras.

sábado, 31 de agosto de 2013

PADRES E HIJOS. Iván Turguéniev

Los momentos de máximo esplendor artístico y literario de una nación o cultura  suelen  coincidir  a menudo con  tiempos de crisis  política,  social, o económica, y es tradicional  entre los historiadores  nominar dichos periodos, más o menos prolongados, con la etiqueta Siglo  de Oro. El de la literatura rusa fue sin duda el XIX, un siglo en el que los intelectuales de ese país intentaron la transformación de la autocracia zarista, anclada aún en estructuras sociales y políticas muy cercanas al feudalismo medieval,  utilizando en una primera fase las ideas liberales emanadas de la revolución francesa, intentando adoptar a Francia y otras potencias occidentales  como modelos de cultura, modernidad, progreso científico y social, con el fin de evolucionar hacia un régimen político cercano a la monarquía constitucional.  Ese siglo contempló la aparición de una pléyade de grandes escritores, divididos por su inspiración literaria y estética entre eslavófilos y occidentalistas, que evolucionaron desde la poesía y el romanticismo personificado en la figura de Pushkin  hasta  el realismo literario y el auge de la novela en la segunda mitad de la centuria, con  Dostoyevski  y Tolstói  como  escritores más representativos. A este segundo grupo pertenece Iván Turguéniev (1818-1883) que en opinión de los críticos pasa por ser el más europeísta de los novelistas rusos del XIX, no en balde pasó gran parte de su vida en Berlín, Baden-Baden, y sobre todo París, donde mantuvo un largo idilio amoroso  hasta su muerte .
Padres e hijos (1862) está considerada como la mejor novela del escritor y diría que también la más popular y conocida.  El título es bastante explícito y remite al desfase generacional expresado en la confrontación de ideales y experiencia, y en la conflictividad que puede introducir en la relación paterno-filial. Una problemática tan antigua como esencial a nuestra naturaleza, que todos hemos vivido en mayor o menor grado, en uno o ambos polos de la relación, y en consecuencia nos identifica fácilmente con los protagonistas del relato.  Con este tema de fondo  sobra decir que estamos ante una historia de personajes  pero en mi opinión es bastante más. En el prólogo se la califica acertadamente como novela social-psicológica, y en este binomio se otorga prelación al que, en mi opinión, es el elemento más destacable de la misma porque me parece, antes que todo, un magnífico retrato de  la sociedad  rusa  decimonónica.
         La narración se desarrolla en 1859, dos años antes de las reformas  impulsadas por  el zar Alejandro  II que abolieron  la servidumbre  en Rusia, y cuenta la relación de Evgueni  Bazárov, fijado literariamente como prototipo de intelectual  nihilista, con la familia  Kirsánov, representantes de la pequeña aristocracia rural de tendencia reformista. La historia, totalmente carente de tensión dramática, nos  introduce progresivamente  en los problemas de aquella sociedad decadente.  La tradicional miseria  e incultura de los campesinos  que no mejoró con los nuevos aires de libertad.  La urgente necesidad de  reformas agrarias parcialmente frustradas por la incapacidad  de los propietarios y la ineficacia de los políticos zaristas. La aparición de nuevas formas de pensamiento como el nihilismo que inspiraron  los primeros  intentos revolucionarios inicialmente frustrados frente a un reformismo igualmente fracasado. Son estos  los temas  que trascienden una trama argumental  en la que lo importante no es el devenir de los acontecimientos sino las ideas, la forma de vida, y el ambiente que rodea a los personajes.
         La construcción  del relato, fiel a la estética realista, se fundamenta  en las descripciones  y los diálogos  como pilares estructurales básicos.  Las primeras son muy precisas, plagadas de localismos y alusiones a costumbres, modas, vestiduras, y medios de transporte de aquella época, que  afortunadamente se complementan y aclaran con una buena anotación final. El elemento descriptivo constituye, por así decirlo, el paisaje de fondo del retrato. Las ideas y sentimientos de los personajes se expresan  mediante el diálogo, tan abundante en el texto que la novela se podría versionar fácilmente al formato teatral, de hecho  cumple con dos de las tres unidades clásicas de la dramaturgia, la de tiempo y la de acción.  La eficacia de los diálogos como forma de introspección  en los personajes  queda limitada  por dos factores. El primero es el narrador  no omnisciente sino testigo, identificado al final con el propio autor, que cuenta  solo  lo que  dicen los protagonistas. El segundo es la ausencia de monólogo interior, una técnica narrativa, según creo de aparición posterior, que permite penetrar en los pensamientos de los mismos. Estas limitaciones sin duda restan profundidad psicológica al relato. El lenguaje del mismo es elegante y sencillo, con una vaga tendencia  a lo retórico y con algún modismo repetitivo (dar sopa con ondas) quizás atribuible a la traducción. A destacar  las descripciones  de paisajes en un tono de resonancias poéticas.
         No entraré a comentar más aspectos relativos a la trama o los personajes  para no rebasar  los límites de esta entrada y para no ser tachado de  spoiler (perdón por el anglicismo internauta).

         Para terminar, se trata de una novela interesante a condición de ser  analizada como un clásico de la literatura y para eso es necesario tener  una cierta perspectiva histórica. Bajo esa óptica  mejora  considerablemente  su valoración.

jueves, 15 de agosto de 2013

MAUS. Art Spiegelman

De vez en cuando hago pequeñas incursiones en el cómic. No me refiero a los infantiles o juveniles  que frecuenté hace muchos años sino a lo que ahora llaman novela gráfica, un género no admitido como tal de forma unánime, que pretende introducirse en el marco de la literatura y utiliza recursos técnicos propios del cine aportando así innovaciones narrativas que, en mi opinión, le hacen merecer la inclusión entre lo literario, aunque esto pueda no gustar a los críticos puristas. 
De momento, como buen principiante, he comenzado por los clásicos de la novela gráfica, y esta sin duda lo es.  Fue editada, como muchos otros cómic, en series para revistas, desde 1980 hasta 1991, y en ese último año  recopilada  en formato libro. Desde entonces alcanzó fama y notoriedad, consiguió muchos premios, entre ellos el prestigioso Pulitzer  de 1992, y  tiene ya multitud de ediciones en muchas lenguas. Fue escrita y dibujada por Art Spiegelman, un historietista norteamericano cuyos padres, judíos polacos, fueron supervivientes de Auschwitz.  El título Maus, ratón en alemán, y la portada  nos sugieren  en principio una lejana inspiración en la fábula, pero la esvástica al fondo de ésta y  el explícito subtítulo Relato de un superviviente son bastante clarificadores. No estamos ante una ficción narrativa sino  ante un ejercicio de memoria  histórica, una idea que muchos pretenden manipular y que aún provoca el recelo de algunos. Es la biografía de Vladek, padre del escritor, y también la autobiografía de éste último ya que  la novela incluye tanto la experiencia del protagonista como la propia del autor en el proceso de recoger el testimonio de su padre, entrando de esta forma como protagonista  de la novela. Para conseguir este efecto,  la historia se divide en dos planos temporales. El primero, el relato  que  Vladek cuenta a su hijo, se desarrolla en Polonia entre mediados de los años 30, época del  ascenso del nazismo en Alemania, y se extiende hasta 1945 con el final de la segunda guerra mundial  y la liberación de los judíos  supervivientes del  holocausto. Es la historia vista desde una perspectiva individual, exenta de análisis, sin  juicios ideológicos que la desvirtúe, sin revisionismo ni revanchismo,  testimonio puro y duro de la capacidad de resistencia ante un drama colectivo  que puede  sacar a la luz  lo mejor y lo peor  del ser humano  en su afán de seguir existiendo.  El segundo  plano temporal  se desarrolla en un barrio de Nueva York a finales de los 70  y recoge las entrevistas del escritor con el protagonista.  No sólo se muestra el proceso  de recogida de datos testimoniales y la elaboración  de los mismos sino la difícil relación entre padre e hijo  sin renunciar a exponer los aspectos más negativos de los personajes. Vladek se nos presenta como un anciano obstinado y tacaño, con cierto grado de victimismo y algunas actitudes racistas frente a los negros americanos. El propio autor  protagonista se retrata a sí mismo como neurótico y tendente a la autocompasión, necesitado de ocasionales visitas al psiquiatra y con una tensa relación con el padre.

La conexión  entre ambos planos narrativos se hace mediante el recurso frecuente a los flash-backs, una técnica muy cinematográfica que se adapta perfectamente al cómic. Otro recurso que se considera vanguardista o posmoderno es la representación visual de las distintas razas y nacionalidades con diversos tipos de animales antropomórficos. Esta convención tiene, al margen de la inspiración fabulística antes apuntada, otras finalidades señaladas por la crítica. De una parte simplifica el reconocimiento en el cómic de los distintos pueblos, entre otros polacos y judíos, y respecto a éstos enfatiza la deshumanización colectiva que  supuso el holocausto. Tiene por otra parte un alto componente simbólico en el caso de los ratones judíos (víctimas) y los gatos nazis (depredadores).
En cuanto al dibujo es más bien minimalista, reducido a líneas simples pero no exento de cierto efectismo dramático al que sin duda contribuye el fuerte contraste del blanco y negro. Dicen que recuerda a las xilografías y tiene inspiración expresionista pero  estos matices sobrepasan en mucho mi capacidad valorativa. En este caso pienso que el valor testimonial predomina  claramente sobre la estética  del cómic.

Para terminar  debo reconocer que el libro me ha impresionado no sólo por su realismo y veracidad sino por la evocación de otros relatos que me hacen sentir identificado  con la historia y más aún con el escritor. Porque en el pasado yo también escuché las que me contaba mi padre, otro superviviente, por suerte entre muchos, de la guerra civil y la posguerra española. Eran como ésta, desprovistas de carga ideológica, sin ánimo revanchista, simple testimonio de experiencias propias, de familiares, amigos, o conocidos. El terror  a los bombardeos de la aviación, la represión del rival en la retaguardia, la ocultación de los perseguidos en casas privadas,  los  registros, los paseos, las ejecuciones  sumarias, los cambios de bando, las traiciones y venganzas personales, la humillación del vencido, el hambre de posguerra. Historias que surgían de modo espontáneo, contadas con palabras sencillas, sin apenas dramatismo, como si  formaran parte de lo cotidiano en otro tiempo, pero sobre todo  testimonio individual y directo, con una proximidad a los hechos  que se hacía patente en la frase “yo vi  como…” que era habitual en el discurso narrativo.
Me gustaría añadir que somos, para bien o para mal, herederos de nuestra historia y que recordar es  un buen ejercicio,  no sólo para evitar repetir los errores sino como liberación de los traumas del pasado. Para superarlos  es necesario aceptar las peticiones expresadas en el discurso final de Azaña, previo a la rendición republicana: paz, piedad, y perdón. Tenemos paz y hemos alcanzado un razonable grado de perdón pero nos falta la piedad necesaria para enterrar definitivamente aquellos muertos  y permitirnos así cerrar nuestra última tragedia nacional.

sábado, 3 de agosto de 2013

LA IMPACIENCIA DEL CORAZÓN. Stefan Zweig

El  escritor Stefan Zweig (1881-1942)  produjo la mayor parte de su obra durante el periodo de entreguerras del pasado siglo y alcanzó por entonces prestigio literario y popularidad siendo traducido a muchos idiomas. Aún en la década de los 60, cuando yo era apenas un lector incipiente y oscilante entre los tebeos infantiles y los clásicos juveniles, recuerdo  muchos de sus libros expuestos en los escaparates de las librerías en el lugar destacado que actualmente se reserva a los superventas. Corriendo el tiempo fue olvidado progresivamente y no tuve ocasión de leer ninguna de sus novelas. Sólo quedó en mi memoria el nombre del escritor, que entonces me parecía impronunciable y ahora  de sonoridad agradable, asociado a esa especie de dulzona nostalgia que sentimos al evocar todo lo relacionado con nuestra juventud. En estos días, cuando se le considera ya un clásico contemporáneo, se me ha propuesto  la lectura  de esta novela  que  ha supuesto  para mí el descubrimiento, otrora  postergado, de este autor y la confirmación de su calidad literaria.
En la breve reseña biográfica del escritor austriaco quiero destacar que procedía de una acaudalada familia de origen judío aunque no practicante de esa religión. Tuvo una buena educación y se doctoró en filosofía. Viajó mucho y se relacionó con intelectuales y personajes de la talla de Thomas Mann, Hermann Hesse, Albert Einstein, Maximo Gorki, entre otros muchos.  Era cosmopolita, de carácter tolerante, y en una época de extremismos nacionalistas fue de los primeros en destacar las afinidades culturales de los pueblos europeos contribuyendo así a sentar las bases intelectuales de lo que hoy consideramos europeísmo. La Gran Guerra le afirmó en su convicciones antibelicistas aunque no participó activamente en la misma. Se exilió  antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial  y  su final  fue dramático ya que en 1942 se suicidó, junto a su segunda esposa, en una ciudad de Brasil, se dice que por temor a que el régimen nazi, que en ese momento parecía vencedor, se extendiera por todo el planeta y  desesperado por  el triunfo de la barbarie que estaba arrasando la cultura europea.
         La impaciencia del corazón (1939)  ha sido también editada en nuestro país con el título de La piedad peligrosa quizás más sugerente o explicíto. El relato se desarrolla en una pequeña ciudad del antiguo imperio austrohúngaro meses antes del atentado de Sarajevo.  El  ambiente  no es algo determinante en la narración, no estamos ante una novela histórica, pero se intuye en las descripciones la decadencia de un imperio multinacional con demasiadas tensiones centrífugas sustentado  solo por un ejército aristocrático anticuado, una burocracia centralista rígida e inoperante, y una sociedad  que vive ajena  a la tragedia que se avecina. La trama argumental  cuenta la relación de  Anton  Hofmiller, un joven  teniente de caballería, con  Edith, la hija paralítica del magnate húngaro Lajos von Kekesfalva. El tema que trasciende la narración es la reflexión sobre la compasión o la piedad, un sentimiento que el escritor analiza en los monólogos interiores de los personajes diferenciando dos tipos; de una parte, la piedad como  emoción  intensa pero breve e impaciente, que se agota pronto, nos cansa,  y nos  conduce al alejamiento y la culpa; de la otra, la compasión  positiva,  menos vehemente  pero  más sostenida  que nos impulsa a la ayuda y al sacrificio. Estas dos formas de entender la emoción piadosa están personificadas en el protagonista principal y en uno secundario,el doctor Condor, respectivamente. Este último parece ir creciendo en interés e importancia a medida que avanza el relato ofreciendo un sosegado  contrapunto al dramatismo de una  historia en la que también  se hacen patentes otros sentimientos como el amor despechado, la culpabilidad, el remordimiento,  y la autocompasión.
         Es muy destacable en la novela la perfecta construcción psicológica de los personajes dentro de una estructura narrativa que  recuerda  a Las mil y una noches  en aquello de una historia dentro de otra.  Ya en el prólogo es el propio escritor, convertido en personaje narrador, quien nos presenta al protagonista, el teniente  Hofmiller, que nos habla a  su vez en primera persona y conforme avanza su relato introduce a los demás personajes que nos cuentan sus  propias historias y vivencias también en primera persona potenciando así la emotividad de unos sentimientos que por esto, y por ser humanos, nos parecen propios y compartidos.  Por cierto, la inspiración de Zweig en  los cuentos  orientales va más allá de lo meramente estructural  cuando incluye  uno de ellos en  el relato para ilustrar  los efectos  nocivos de la piedad mal entendida. 
         Si algo se le puede reprochar a la novela es un cierto anacronismo que la aproxima al movimiento romántico decimonónico.  Así  podemos entender  la elevación de los sentimientos  de los protagonistas a un nivel de arrebato pasional sólo parcialmente contrarrestado por el sentido común que impone en sus reflexiones el personaje del doctor Condor. También  es romántica  la exaltación  de valores como  la fidelidad o el honor, y el  previsible desenlace que recuerda  a la tragedia griega  por el papel que desempeñan un cúmulo de azares que fácilmente se relacionan con el destino.  Al final, el comienzo de la Gran Guerra funciona aquí  como el “deus ex machina” de aquellas tragedias, como esa voluntad divina que da solución al drama  y redime al protagonista. Una redención ambivalente que le ofrece el perdón de los demás  y al mismo tiempo lo deja sólo frente  a la culpa y el remordimiento como castigo  perpetuo.

         

lunes, 22 de julio de 2013

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE THOMAS DE QUINCEY. Rafael Ballesterosteros

Hace algunos meses fui admitido en un Club de Lectura y desde entonces se han modificado sustancialmente muchas de mis ideas  preconcebidas acerca  de este tipo de grupos. Y digo esto porque  creía que el principal objetivo de los mismos era la promoción de la lectura y, con toda modestia y sin presunción, me considero lector de cierta experiencia a priori no necesitado de estímulos propiciatorios. Tampoco consideraba importante mi aportación, porque  la lectura es  una afición solitaria y no siempre un lector habitual es capaz de transmitir con acierto sus opiniones sobre lo leído. No sé si me sobrevaloré  en la primera impresión o  me infravaloré en cuanto a lo segundo, pero mi pensamiento al respecto ha cambiado de forma radical. Ahora comprendo que la lectura compartida es algo muy positivo porque ofrece una perspectiva múltiple de la misma que te enriquece en tanto que aporta matices e impresiones que algunas veces no percibimos de forma individual.
         Una ventaja  adicional  que ofrece un club de este tipo es la posibilidad de acceder a obras poco conocidas pero de una gran calidad  literaria, y en alguna ocasión  la oportunidad de un contacto directo con los escritores gracias al  impulso promotor de los líderes y miembros del grupo. Esto último ha ocurrido en el caso de la obra que comento hoy cuyo autor fue tan amable de atender nuestro  requerimiento y reunirse con nosotros para comentar su novela.
          Rafael Ballesteros (1938) es un escritor de avanzada edad que sin embargo transmite una enorme vitalidad. Habla de forma pausada, piensa lo que dice y dice lo que siente. Su discurso es vehemente y con cierto tono didáctico, elegante sin afectación, y con estas cualidades cautiva la atención de los que le escuchan. Su obra publicada incluye poesía, ensayo, novela y estudios de crítica literaria, pero él se considera ante todo poeta. En la conversación  dejó claro que uno de los temas que proyecta en su poesía es el amor  como sentimiento que anima al escritor, lo completa, y lo impulsa a la creación. También su interés por la belleza formal de la composición y la continua búsqueda de la musicalidad y precisión en el lenguaje literario.
         Durante años el autor malagueño alternó su faceta de  escritor con  la docencia como catedrático de Lengua y Literatura y  con la actividad política como diputado en los principios de nuestra democracia, cuando los ideales y la ilusión por  fomentar los cambios sociales eran todavía las señas de identidad de muchos de nuestros políticos. Quizás porque no necesitó vivir de los libros, su producción  literaria, galardonada con varios premios, no  ha sido  promocionada en los circuitos comerciales con las habituales prácticas de mercadotecnia,  lo cual ha reducido sin duda su difusión.  Eso explica  que la novela objeto de este comentario haya sido para mí un agradable descubrimiento que hubiera sido imposible de no estar incluida en el catálogo de  lecturas de nuestro club.
         Los últimos días de Thomas de Quincey (2006)  es una biografía novelada o una novela biográfica, que de ambas formas  puede nominarse este subgénero literario según se valore el balance entre realidad y ficción narrativa. Lo que llamó la atención de Rafael Ballesteros sobre este escritor inglés fue su vida de fuertes contrastes y la originalidad de su obra. Thomas de Quincey (1785-1859) era hijo  de una acaudalada familia de la alta burguesía comercial de Mánchester, de esmerada educación y una gran cultura de base grecolatina, inteligente y sensible. De carácter altivo y ultraconservador era al mismo tiempo  muy crítico con la sociedad de su tiempo. Se hizo adicto al opio que utilizó inicialmente con finalidad analgésica por una fuerte neuralgia que padecía, pero también apreciaba las ventajas de la droga como estímulo a la creación literaria. Dilapidó su fortuna y malvivió redactando artículos de crítica literaria para gacetas. A pesar de los trastornos propios de su adicción  murió  a los 74 años, edad  avanzada para  su época, y tuvo que  asistir a la muerte  o desaparición de las mujeres que marcaron sentimentalmente su vida; sus hermanas durante la infancia; Ann una joven prostituta que lo cuidó en una escapada de  juventud  en Londres; su esposa  Margaret que le dio ocho hijos y sufrió con abnegación su dependencia y sus traumas. Se le considera un escritor  romántico y su obra es original, con un  estilo en el que predomina la ironía y la subversión de los valores tradicionales de la burguesía. En muchos aspectos fue un heterodoxo, sufrió cierto rechazo social y su  producción literaria no alcanzó  el reconocimiento que merecía, pero su influencia fue notable en escritores como Poe, Baudelaire, o los decadentistas.
         Rafael Ballesteros ha construido su novela en base a la propia autobiografía del autor inglés recogida  en Confessions of an English Opium-Eater, además de abundante documentación en lengua inglesa ya que en nuestro país es un escritor bastante desconocido. La estructura narrativa del relato es bastante original  basada en una perspectiva multifocal, la que ofrecen  los personajes que más influyeron en su vida, su madre, su padre, su amante Ann, y su esposa, que nos cuentan en primera persona  sus vivencias y  opiniones  sobre  el protagonista y los sucesos que más influyeron en su vida y su carácter, con el contrapunto final de las reflexiones del  propio Thomas de Quincey que nos ofrece su particular versión en este juego de espejos que es el armazón con el que se va construyendo un relato que va  de menos a más,  creciendo en interés conforme avanzamos en la lectura.
         La novela está escrita en una prosa impregnada de poesía, y el lenguaje es elegante sencillo y muy cuidado. El perfil psicológico de los personajes está trazado con minuciosa perfección y  más allá de sus vivencias y emociones, que nos impresionan en ocasiones por la crudeza y otras por su ternura, ofrecen por añadidura un magnífico retrato  social de aquella Inglaterra colonial  de la primera revolución industrial.
         A lo dicho se podrían añadir muchos otros aspectos  positivos  en la novela, que no destacaré por no alargar el comentario.   En mi opinión  se trata de una pequeña joya literaria de esas que se encuentran  raramente. También el feliz descubrimiento de un buen escritor. 

sábado, 6 de julio de 2013

NOVELAS BREVES. Juan Carlos Onetti

El escritor Juan Carlos Onetti (1909-1994) es reconocido como  uno de los grandes escritores en castellano. Esta afirmación introductoria  es desde luego poco original y algo manida pero no por ello carece de sólidos fundamentos. Admitido por la crítica como genuino representante del  existencialismo en la literatura hispanoamericana, innovador de la narrativa en nuestra lengua, maestro del relato breve, galardonado con muchos premios literarios, el Cervantes de 1980 entre otros, y elogiado por escritores de la talla de Mario Vargas Llosa; son algunos de los créditos que lo avalan. 
         Y sin embargo  mi relación con este autor siempre fue difícil.  Hace muchos años leí su obra El astillero y sencillamente no me enteré de nada, lo cual atribuí a mi inexperiencia. Ahora, cuando creía haber alcanzado cierta madurez como lector, encuentro de nuevo al escritor uruguayo en esta antología titulada Novelas breves y,  tras enfrentarlas como un reto, debo reconocer  humildemente que aún no estoy a la altura.  En mi descargo y justificación  diré  que la lectura de Onetti  es objetivamente  una tarea con ciertas dificultades. Su estilo literario, tan original,  se basa en un lenguaje denso y opaco, intimista, elusivo y lacónico en los elementos descriptivos, en el que lo implícito y sobrentendido  es predominante sobre lo explícito, y donde lo onírico se mezcla con la realidad sin solución de continuidad. Tampoco ayuda a un lector medio español  el uso frecuente  de  términos propios del léxico americano y en particular de jergas locales como el lunfardo bonaerense.  De otra parte, en la temática  narrativa  onettiana  predomina  una visión negativa del mundo y esto limita su público en opinión de algunos. Otros piensan que este pesimismo literario es la fórmula que el escritor utiliza para  superar el suyo propio. En fin, los personajes  de sus relatos, concordantes  con esta visión, son seres marginales, frustrados, dibujados en sus rasgos psicológicos con un realismo cruel  no exento  de cierto tono de piedad hacia las miserias de la condición humana.
         De los relatos recogidos en esta antología destacaré  el que la inicia, El Pozo (1939), en el que un  escritor frustrado que malvive  en un mundo de marginalidad desnuda su alma y sus pensamientos escribiendo unas supuestas memorias llenas de angustia e incomunicación  en las  que muestra su desprecio hacia  la sociedad que lo rechaza.  En  Los adioses (1954), un enfermo  mantiene una relación alternante con dos mujeres que lo visitan en el ambiente de un sanatorio rural, y en un juego de perspectiva múltiple los habitantes de la aldea  enjuician y condenan al protagonista  con base en las apariencias, hasta que la historia tiene un desenlace inesperado.  Para una tumba sin nombre  (1959) es una de las novelas más conocidas, ambientada en  Santa María, la ciudad imaginaria  creada por Onetti, en la que el personaje narrador cuenta una historia basada de nuevo en la visión de los hechos  aportada por varios personajes que participan de los mismos. Otros relatos  interesantes son La cara de la desgracia (1960) y Jacob y el otro (1961), pero no insistiré en resumirlos. En general las historias se desarrollan con escasos elementos descriptivos y envueltas en una atmósfera de ambigüedad e imprecisión de la que poco a poco se nos van desvelando elementos que terminan por  hacer patente la realidad  en ocasiones sorprendente. 
         No todos los relatos tienen la misma calidad que los reseñados y algunos de ellos me parecieron aburridos y terminé por abandonarlos, algo que no hago con frecuencia. Para terminar  insistiré  en que se trata de literatura de calidad pero que exige mucho del lector.

viernes, 21 de junio de 2013

EL MAESTRO DEL PRADO. Javier Sierra

Las doctrinas esotéricas siempre han despertado curiosidad en amplios sectores del público lector y muy particularmente en la juventud atraída por el hermetismo y el halo de misterio que las rodea y oculta.  En lo que a mí concierne, y en esa etapa de mi vida, reconozco haber leído con verdadera avidez sobre masonería, cátaros, templarios y otras sectas consideradas heréticas en muchos estudios históricos y ensayos de aparente seriedad y bien documentados pero que ahora, con la perspectiva de los años, juzgo de escaso rigor. También recuerdo con cierta nostalgia la credulidad de entonces contrastada con mi escepticismo de ahora respecto  a estos temas.
 En cuanto al esoterismo considerado como materia literaria  parece haber sufrido un cambio cualitativo y cuantitativo en los últimos años. En la década de los 60 del pasado siglo El retorno de los brujos, un libro de Louis Pauwels y Jacques Bergier, puso de moda temas por entonces novedosos tales como la alquimia,  las sectas secretas, el esoterismo nazi y otros. Bajo su inspiración surgieron otros muchos títulos que se adaptaban al género literario del ensayo  para dar la impresión de verosimilitud. Pero desde principios de este siglo, tras el éxito editorial de El código da Vinci de Dan Brown,  lo esotérico  combinado  con el suspense detectivesco ha conquistado  el género de la ficción narrativa y ha ocasionado una verdadera eclosión de este  tipo de novela  que ha saturado el mercado editorial de títulos, muchas veces de calidad más que discutible, que a pesar  de todo siguen atrayendo a un amplio sector de lectores. La explicación de este éxito seguro que es múltiple y merecería un análisis más extenso de lo que este comentario permite. Se me ocurre pensar que, inmersos en una cultura excesivamente racionalista, nos atrae  lo misterioso y oculto porque nos evade de un realismo que a veces conduce a una visión excesivamente materialista de la vida.  No es algo nuevo, en el mundo clásico  eran los mitos y los cultos iniciáticos llamados misterios, como los eleusinos o los órficos, los que cumplían esta función; ahora  lo que centra nuestra curiosidad en lo hermético y mistérico son estas novelas que divulgan antiguas doctrinas y sectas esotéricas  envueltas en una trama de ficción que las hace más interesantes en tanto que, utilizando como instrumentos el símbolo y la analogía se les quiere dar un tinte de presunta veracidad.
         Javier Sierra (1971) es un periodista que parece mostrar interés por el mundo de lo desconocido  y lo ha demostrado con su participación en programas de radio y televisión como El Arca Secreta  o Cuarto Milenio. De ahí pasó a investigar enigmas y arcanos de la historia que supuestamente no han sido aclarados por estudios históricos más ortodoxos.  Ese interés lo ha llevado a la literatura y creo que su obra La Cena Secreta (2004) fue todo un superventas en Estados Unidos.
        El maestro del Prado (2013) es su última novela esotérica en la que intenta desvelar los secretos que encierran algunas pinturas del Prado. Y no pongo en duda que pinturas como El jardín de las delicias de el Bosco, El triunfo de la muerte de Bruheguel   el Viejo, o los tres paneles titulados Nastagio degli Onesti de  Boticelli, son de por sí enigmáticas y merecen una observación detenida. También es cierto que los cuadros antiguos contienen objetos o detalles de carácter simbólico o alegórico que pueden ser explicados incluso en un sentido iniciático. Pero relacionar estos símbolos y deducir de ellos supuestos lenguajes encriptados de sectas heréticas renacentistas, teorías milenaristas y mesiánicas secretas como las del papa angélico, para terminar adornándolas con los habituales toques de Santo Grial, cátaros, y templarios, me parece excesivo por más que se citen en notas finales los textos consultados; porque la fantasía de un escritor citada como prueba por otro escritor no la hace más creíble.

         Con todo, la parte expositiva sobre las pinturas puede resultar entretenida y amena como curiosidad. En este sentido recomiendo buscar en Internet los cuadros citados para poder ampliar la imagen y observar mejor los detalles que se aluden en el texto. Pero lo que hubiera quedado bien como ensayo divulgativo resulta ser en mi modesta opinión, siempre subjetiva y discutible, un total fracaso como novela. La trama argumental  es poco creíble, el final totalmente previsible y los personajes planos y desdibujados por lo que no hay suspense que anime a terminar la lectura. Sobre el estilo y lenguaje literario mejor no hablar. En fin, no creo conveniente  insistir en más aspectos negativos cuando posiblemente  esta novela esté ya en la lista de superventas. Sobre gustos  no hay nada escrito, nunca mejor aplicado el dicho.