sábado, 28 de mayo de 2016

LOS JUEVES EN LA CATEDRAL. CONCIERTO. Dúo Naptha



Este año, el ciclo de conferencias titulado Los Jueves en la Catedral se ha clausurado con un concierto a cargo del Dúo Naptha. Está integrado por dos jóvenes músicos jiennenses, Juan Aguilera Cerezo (violonchelo) y Javier Gregori Arriaza (violín), ambos creo que iniciaron sus estudios en Jaén, los ampliaron con los mejores maestros de sus respectivos instrumentos, y actualmente son profesores en conservatorios andaluces. 
Me llamó la atención el recital porque me parecía que este tipo de agrupación dual no es muy frecuente entre los conjuntos de música de cámara, casi siempre integrados por cuatro o más músicos. De otra parte, tampoco creo que abunden las composiciones para un instrumento sólo, o para dos, precisamente las que aparecían en el programa. Quizás por eso, además de especializarse en la interpretación de estas obras, el grupo ha ampliado su repertorio con la transcripción de otras compuestas para instrumentos diferentes, en una meritoria e innovadora tarea de documentación e investigación.

         El programa estuvo integrado casi en su totalidad por obras del barroco compuestas por J.S Bach y terminó con una composición de Mozart. Se abrió con dos piezas para solo de instrumento, que resaltaron el virtuosismo técnico en la ejecución de ambos músicos. La primera fue la Suite para violonchelo solo en do menor nº 5, que forma parte de un grupo de seis suites compuestas por Bach con una  finalidad didáctica y en su tiempo fueron una verdadera innovación del genial músico alemán, porque hasta ese momento el violonchelo era considerado un instrumento de acompañamiento. Las suites  casi se olvidaron hasta que fueron redescubiertas por Pau Casals y desde entonces se han convertido en parte importante del repertorio y un auténtico reto técnico para los violonchelistas, en mi opinión superado con claridad por  Juan Aguilera Cerezo.  La segunda pieza fue la Sonata para violín solo en sol menor nº 1, que forma parte de otro grupo de seis sonatas compuestas por Bach sobre la misma época que las anteriores. Como nota curiosa destacaré  que estuvieron a punto de perderse porque el manuscrito de las mismas se salvó gracias a que alguien pudo evitar que fueran usadas como papel de cocina. La interpretación en este caso fue también excelente e incluso más armónica al oído de los pocos entendidos como yo, mejor adaptados al violín que al violonchelo como instrumento solista, dicho esto sin detrimento del anterior intérprete.
          La segunda parte del programa estuvo integrada por dos composiciones para dúo. La primera fueron las Invenciones a dos voces  nº 1, 13, 4 y 8, o mejor dicho, una transcripción para violín y violonchelo de estas piezas que fueron compuestas por Bach para clavecín con fines didácticos igual que las anteriores. En ellas se puso de manifiesto la potencialidad del dúo cuando los dos instrumentos, en plano de igualdad, establecieron un diálogo armónico poniendo en juego los recursos polifónicos que introdujo el barroco mediante la técnica de la fuga y el contrapunto. De ahí se pasó al clasicismo más puro con el Dúo para violín y violonchelo en son mayor, K.432 de W.A.Mozart, otra transcripción de la pieza original, compuesta para violín y viola por el compositor de Salzburgo.
          La interpretación de ambos músicos fue muy aplaudida por el público que, más o menos entendido, supo valorar la aparente dificultad técnica de unas obras poco conocidas y la maestría de los ejecutantes. En el bis interpretaron unas Variaciones, no entendí bien sí de G.F Haendel o de Brahms sobre un tema de Haendel. En cualquier caso una pieza de estilo barroco que consistía en la repetición de un mismo tema melódico con variaciones en el tempo o en la propia melodía, con un florido diálogo de los dos instrumentos que alternaron pasajes de cuerda frotada con otros de cuerda pulsada, ideal para el lucimiento de los músicos. En fin, una interesante velada musical y el descubrimiento de unos intérpretes con un prometedor futuro.

lunes, 16 de mayo de 2016

LA POETISA. Jesús Tíscar Jandra

Hace algo más de un año, el escritor que hoy nos ocupa introdujo un libro de su paisano Luis Miguel Sánchez Tostado. Yo asistí a la promoción pública de ese libro y fue mi primer contacto con estos dos escritores jiennenses. Me llamó la atención entonces el tono cómico  del prologuista en su presentación pero, quizás por aquello de que nadie es profeta en su tierra, reconozco no haber leído nada suyo, hasta ahora que acabo de terminar esta novela propuesta  por mi  club de lectura.
De la biografía literaria de Jesús Tíscar Jandra (1970) no tengo muchos datos. Escritor principalmente de relatos cortos, ha recibido numerosos premios en esta especialidad. Durante años ha sido colaborador en artículos de prensa local y es autor varias obras teatrales. Muchas de éstas, y de sus colecciones de cuentos, ostentan provocativos títulos porque parece buscar y ha conseguido cierta fama de transgresor e irreverente. Entre sus cuentos he asistido a la lectura de uno, el titulado Cohetes de fin de fiesta, que me pareció bueno por su sorprendente e impactante  final, algo esencial  en ese tipo de relatos. No puedo decir lo mismo de esta novela que comento hoy, por más que me pese la crítica negativa y admitiendo lo subjetivo y cuestionable de mi opinión por aquello de “sobre gustos…”.
La poetisa (2006) fue premiada en su momento con el XXV Premio de Novela Felipe Trigo. Se trata de una sátira despiadada de la poesía en general y del ambiente literario provinciano en particular. En un tono directo y mordaz, más hiriente que irónico, ridiculiza las tertulias literarias, los círculos universitarios y la cultura en general. La ciudad en la que se ambienta la ficción es Jaén, muy reconocible en Joliva y en multitud de topónimos de clara similitud fonética con lugares muy conocidos. Igual ocurre con los nombres de personajes que ocultan personas reales a los que el autor quizás se propone salvar o condenar al estilo de Dante en su Divina Comedia, y perdón por la injusta e inmerecida comparación.
A la novela se le pueden aplicar muchos calificativos, algunos  admitidos en la propia sinopsis como anti-bella, contradictoria e irreverente. Yo añadiría surrealista hasta lo más absurdo, esperpéntica y  provocadora. El lenguaje es intencionadamente soez, abusivo en la onomatopeya y en términos groseros. La trama está saturada de una sexualidad explícita y escatológica -en su acepción no metafísica- hasta la náusea. Todo ello no me escandaliza, pero reiterado con insistencia en sus más de trescientas páginas resulta agotador y desagradable.
El macabro canibalismo sexual de la poetisa parece inspirado en antiguos mitos clásicos como el de Atreo, en el personaje dramático de Tito Andrónico, y en figuras legendarias como la condesa húngara Erzsébet Báthory (1560-1614). 
Y a pesar de lo negativo reseñado hasta ahora, creo justo reconocer en este autor contracultural un buen dominio del lenguaje y la técnica literaria, pero no me parece motivo suficiente para cambiar mi valoración de la novela. Tardaré tiempo en olvidarla antes de emprender la lectura de una colección de sus cuentos que parecen prometedores a pesar del repugnante título. Especialmente contraindicada para estómagos inestables.