domingo, 19 de septiembre de 2010

FEDRA. Juan Mayorga


Ficha técnica:
Versión de Juan Mayorga.
Director: José Carlos Plaza
Reparto: Ana Belén. Alicia Hermida. Fran Perea

Fue representada en nuestra ciudad a principios de este año al comienzo de una gira por provincias de la compañía que previamente la había estrenado en Madrid.

Fedra en versión del dramaturgo Juan Mayorga ha sido justamente elogiada por la crítica. Se ha destacado su renuncia a falsas actualizaciones del mito y el mantener la tragedia en espacio mítico clásico. También por destacar los aspectos psicológicos de los personajes y hacer una versión basada en los diálogos y por tanto una obra de actores. Todo ello reforzado por una puesta en escena sencilla pero impactante por su carácter simbólico que resalta aún más si cabe el papel de los personajes. Entre ellos destaca Fedra, interpretada por Ana Belén, cuya actuación todos califican de estupenda, en un papel que parece diseñado para ella.

Entre las críticas negativas se ha dicho que los personajes “sobreactúan” en bastantes escenas. No estoy totalmente de acuerdo, no podemos confundir sobreactuación y declamación. Estamos tan acostumbrados a la naturalidad de los diálogos en el cine que hemos olvidado que el teatro, por su carácter de actuación en vivo y en directo, en un espacio cerrado y sin megafonía, exige un cierto grado de declamación en los actores, es decir, una elevación del volumen de voz acompañadas de inflexiones de la misma y gestos que le permitan llegar hasta el último espectador de la sala.Este aspecto se acentúa aún más si cabe en la tragedia clásica griega y esto porque en la misma se trataban los grandes temas y pasiones de la humanidad, el amor, la muerte, la venganza, el honor etc. Para manifestar estados de ánimo turbulentos era necesario elevar la voz y exagerar los gestos teniendo en cuenta que los teatros estaban al aire libre y los actores estaban limitados en su expresividad por máscaras.

En fin, la declamación es inseparable de la tragedia griega y Fedra no es una excepción. La diferencia entre la actuación de Ana Belén (Fedra) y la de Fran Perea (Hipólito) está en que la primera declama y sabe manifestar los cambios en el estado de ánimo del personaje mediante gestos y sutiles modulaciones de la voz. En cambio el segundo declama de forma monocorde lo que impresiona como sobreactuación. Es la diferencia entre una actuación magnífica y otra más discreta, entre la actriz consagrada y el actor joven que aún tiene algo que aprender. Por cierto, la muy veterana actriz Alicia Hermida también borda el papel de la criada Enone.

En resumen, esta es una Fedra de rasgos muy humanos, plenamente responsable de su amor y de su dolor, sin la exculpación de la predestinación o el capricho de los dioses (Eurípides). En eso reside su actualidad que, no obstante, sabe respetar el mito clásico con una puesta en escena apropiada y respetuosa con el original

LA NOCHE DE LOS TIEMPOS. Antonio Muñoz Molina


Esta última novela de Muñoz Molina me parece una obra de plena madurez literaria. La de un escritor de oficio y experiencia consolidados, con una trama argumental sólida y de un estilo propio, elegante y preciso, de frases largas pero sin florituras barrocas que nos aparten de lo esencial de la narración. Es además una novela intimista en cuanto que se caracteriza a los personajes con profundidad psicológica mostrándonos sus sentimientos más recónditos.
El relato se desarrolla con frecuentes escenas retrospectivas que alteran la secuencia cronológica del mismo (flashback), una técnica muy cinematográfica que sin duda facilitaría la versión de la obra a este medio. Está contado en tercera persona y parece como si el narrador, desde la actualidad, pretendiera vislumbrar con pretensión de verosimilitud y objetividad lo que vivieron y sintieron los personajes en medio del drama histórico que les tocó vivir. Pienso que el título de la novela alude precisamente a esta perspectiva histórica y es una metáfora de lo que representa nuestra guerra civil para un español de hoy, “la noche de los tiempos”, una zona oscura de nuestro pasado.
La narración se desarrolla en un marco temporal muy concreto, los meses previos al golpe de estado del 18 de julio y los primero meses de la guerra hasta finales de 1936. Durante este tiempo, las vivencias y relaciones del personaje principal sirven al autor para mostrarnos el contexto histórico de aquella época en una visión que en realidad se extiende a casi todo el primer tercio del siglo XX en España y Europa. En efecto, por el relato desfilan toda una serie de personajes secundarios tales como falangistas, viejos monárquicos conservadores, burgueses liberales, obreros socialistas, milicianos anarquistas, que ilustran las tensiones sociales y las doctrinas políticas emergentes y antagónicas que finalmente dieron al traste con la experiencia republicana y acabaron en la locura exterminadora de la guerra civil.
En cierto sentido la novela supone un ejercicio de “memoria histórica” bien entendida, es decir, sin victimismo ni revanchismo, sin sentimientos de culpabilidad ni interesadas apelaciones al olvido. Nadie mejor que Muñoz Molina para este ejercicio ya que pertenece a una generación de postguerra que sin embargo recibió los testimonios directos y las experiencias de la generación anterior, los que vivieron y sufrieron la guerra. Como perteneciente a la misma generación que el autor puedo entender que dicha información está analizada sin apasionamiento y en consecuencia se acerca lo suficiente a la objetividad.
De lo dicho hasta el momento no debe deducirse que estemos ante una novela histórica. No creo que haya sido esa la intención del autor. Se trata más bien de una historia de amor en medio de un cataclismo histórico capaz por si mismo de cambiar las vidas de los personajes, no solo en sus circunstancias vitales sino en sus sentimientos y valores éticos.
La tesis que se desprende del relato la podemos resumir con aquella frase de uno de los “Caprichos” de Goya, que también fue experto en retratar los desastres de la guerra; “el sueño de la razón engendra monstruos”. En efecto, el protagonista principal es hombre ilustrado, razonable, liberal y moderado pero cuando estalla la guerra es testigo de la barbarie de uno y otro bando en la retaguardia. A partir de ese momento aparecen los monstruos, duerme la razón y su carácter se transforma; de seguro y suficiente pasa a ser cobarde y humillado. En un entorno en que la venganza, la represión, los bombardeos, los “paseos” y fusilamientos indiscriminados, pasan a formar parte de la normalidad; el miedo, el recelo y la soledad también forman parte de lo cotidiano y terminan por llevar al exilio al protagonista aunque no le devuelven la seguridad ni los valores previos porque es ya un hombre distinto cambiado por la brutal experiencia de la guerra.