jueves, 25 de agosto de 2011

LA CONJURACIÓN DE VENECIA. Francisco Martínez de la Rosa


 Debo de reconocer que mi inclinación hacia los sucesos históricos dramáticos  fue muy anterior al interés que, tiempo después, sentí  por la Historia, escrita con mayúsculas. Aunque, bien pensado, era lógico que una cosa condujera a la otra.  Ya desde niño me impresionaban episodios tales como la traición y muerte de Viriato, o el asesinato de  Cesar en el Senado romano. El dramatismo de éstos se solía reforzar con frases de dudosa historicidad, aquello de: “¡Roma no  paga a traidores¡” o “¡Tu también, Bruto, hijo mío¡”, conduciendo de esta forma lo histórico hacia lo melodramático. Años después reconocí todos los ingredientes de mis gustos juveniles en el “drama histórico” un subgénero teatral que alcanzó su máxima expresión de calidad con Shakespeare y su serie de dramas sobre los reyes ingleses. En el siglo XIX, el romanticismo europeo, y el español en particular, puso de nuevo de moda este tipo de dramas que se adecuaban bien a los postulados y gustos de aquel movimiento cultural y literario.
          Sirva lo dicho como prólogo a los comentarios sobre  “La conjuración de Venecia” de Francisco Martínez de la Rosa; un autor que evolucionó desde su educación neoclásica hasta asumir los principios del romanticismo francés  que introdujo en nuestro país, siendo por ello considerado como  precursor y primer representante de este movimiento en  España.
          Martínez de la Rosa (1787-1862), fue diputado liberal en las Cortes de Cádiz, por ello sufrió cárcel durante la restauración absolutista de Fernando VII. Ocupó cargos en el gobierno durante el llamado Trienio Liberal (1820-23) y evolucionó hacia un liberalismo moderado. Con el restablecimiento del absolutismo se exilió en Londres y París y en ésta última entró en contacto con los autores románticos franceses. Durante la regencia de María Cristina fue  jefe de gobierno durante el periodo 1934-35 pero pronto se vio superado por posturas más progresistas al tiempo que el partido moderado, del que fue líder y fundador, evolucionaba a posiciones cada vez más conservadoras.
          Esta breve e incompleta semblanza biográfica es importante por dos razones. La primera es la valoración negativa de la actividad política del personaje por parte de la crítica histórica contemporánea, lo que repercutió en un injusto menosprecio de su obra como dramaturgo. La segunda se refiere a la importancia que la ideología política del escritor tuvo en “La conjuración de Venecia”, un drama histórico cuya trama tiene un alto contenido simbólico; a saber, la lucha por la libertad y contra la tiranía. Pero no nos engañemos, se trata de una lucha al modo ilustrado del XVIII, “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. En el argumento se deja claro que es una conjuración nobiliaria en la que se rechaza la participación del pueblo por miedo a una revolución. Esta lectura simbólica de la obra tuvo bastante que ver con el gran éxito obtenido en su estreno en 1834, un momento de triunfo de los liberales frente a los absolutistas.
Al margen de la lectura en su contexto histórico. El drama tiene aspectos que merecen ser destacados. Está basado en un hecho real, una conjuración de nobles  venecianos contra el dux  Gradénigo en 1310. El rigor histórico está respetado al máximo si bien se cometen algunos anacronismos intencionados para reforzar el dramatismo argumental. Lo más destacable en este sentido es la excelente ambientación histórica en cuanto al exotismo orientalista del lugar, el tiempo de carnaval, las costumbres, trajes de época, juegos de luces y sonidos etc. Otro aspecto importante es el conflicto dramático que gira entre dos polos; el amor secreto y desgraciado de la pareja Laura- Rugiero, y  el desconocido origen de éste que se aclara precisamente antes de su muerte, cuando descubre a su padre que resulta ser precisamente su juez y ejecutor.
El lenguaje de los diálogos es sencillo, con momentos más retóricos que no obstante se adaptan bien a las vicisitudes del drama sin excesivo histrionismo. En fin, la obra contiene casi todos los elementos esenciales del drama romántico; amor, conflictos íntimos, tensión, sufrimiento y el destino. Este último, tema favorito de los románticos, es entendido aquí no a modo del romanticismo escéptico que conduce inevitablemente al fatalismo, sino desde del humanismo cristiano como la interacción del libre albedrío del hombre con la Providencia Divina frente a la existencia del mal.
          “La conjuración de Venecia” debe resultar espectacular en una representación teatral  pero  también es interesante para ser leída, porque la lectura pausada nos hace descubrir matices en los diálogos que pueden pasar desapercibidos en la escena. Esto es, si cabe, aún más importante en los dramas de Shakespeare, que por cierto tuvieron una clara influencia en Martínez de la Rosa y su obra dramática.

viernes, 19 de agosto de 2011

NOSTROMO. Joseph Conrad


Estupenda novela de Joseph Conrad, con todos los ingredientes habituales en la obra de este autor; aventura, intriga y, en esta ocasión, un magnifico retrato  de los caracteres y las pasiones de los distintos personajes.
Como en tantas otras de sus narraciones, el mundo marinero de la navegación a vela y vapor de finales del siglo XIX  forma parte de la acción, pero esta vez la aventura no es marina sino que  está ambientada en tierra, concretamente  en un supuesto país suramericano  en la transición entre  los siglos XIX al XX. No se trata de una novela histórica pero Conrad se inspiró sin duda, cuando la escribió en 1904, en la secesión e independencia de Panamá de Colombia ocurrida en 1903. Cada uno de los personajes es representativo de los grupos sociales o políticos que participaron en la misma; la vieja aristocracia criolla indolente, retórica, supuestamente liberal ; los indígenas serviles, incultos y explotados; los europeos escindidos en dos grupos, los primeros emigrantes de origen anglosajón, enriquecidos y ya naturales del país, ligados a la aristocracia por nacimiento y a los norteamericanos por  intereses económicos (ferrocarril, navieras), y una segunda emigración reciente de italianos y otros europeos que formaron la incipiente clase obrera industrial.
El autor dibuja un estupendo cuadro de la sociedad  latinoamericana decimonónica, con sus ingredientes de corrupción política, patrioterismo retórico y vacío, frecuentes y crueles asonadas lideradas por generales mestizos, una aristocracia criolla insostenible en sus privilegios, indigenismo explotado  e intereses económicos extranjeros que se imponen bajo banderas ideológicas tales como modernidad, desarrollo y democracia pero que suponen, al fin y a la postre, un nuevo y moderno tipo de colonialismo económico.
          Todo lo antes dicho no debe llevarnos a engaño. La narración es ante todo de acción y el personaje principal, Nostromo, con su fuerza y tenacidad, recuerda todas las virtudes viriles de los héroes épicos y románticos. La novela es pues esencialmente una novela de aventuras que, a pesar de su extensión, mantiene vivo en todo momento el interés y la expectación del lector, pero Conrad  la enriquece de tal forma que resulta además ilustrativa de los caracteres, las pasiones y los valores éticos que forman parte de los grandes dramas humanos, así como un completo retrato de época.

domingo, 14 de agosto de 2011

PEDRO PÁRAMO. Juan Rulfo


Muchos críticos y especialistas en la obra de Juan Rulfo recomiendan varias lecturas de esta novela  corta, en razón de su complejidad estructural y del elevado nivel simbólico de la trama argumental. Hace años la leí por primera vez, en una edición no comentada, y me gustó  por  los matices fantásticos de la narración, mas intuidos que comprendidos, y por la visión estética de la dura realidad que describe.  Mis primeras impresiones favorables sobre la novela y su autor, que por aquel entonces me era casi desconocido, se vieron confirmadas cuando me informé sobre su obra literaria. En efecto, Rulfo fue el precursor e introductor de las modernas técnicas narrativas en la literatura latinoamericana. Autor perteneciente al realismo mágico, el movimiento literario que inspiró, en mayor o menor medida,  a muchos escritores hispanoamericanos y contó con seguidores tan afamados como Gabriel García Márquez. Juan Rulfo (1917-1986) fue un escritor poco prolífico, solo publicó un libro de cuentos, El llano en llamas y la novela  Pedro Páramo que está reconocida por escritores y críticos como una de las cumbres de la literatura en castellano del siglo XX. 
          He tenido ocasión de volver a leer esta novela, esta vez en una edición de Cátedra (colección Letras Hispánicas) estupendamente introducida por un estudio analítico de la obra completado con notas, apéndices, y bibliografía, que por su precisión técnica más parece una tesis doctoral resumida que unos comentarios divulgativos. Mi interés por comprender algo mejor la compleja estructura de la novela se ha visto  así plenamente satisfecho.
El relato rompe con la narración lineal, tan típica del realismo del XIX, y se desarrolla en una serie de fragmentos cortos que distorsionan el tiempo con alternancia de pasado y presente, con frecuentes interpolaciones y cambios de narrador. Esta estructura narrativa fragmentaria a modo de mosaico, aparentemente caótico, aporta por el contrario una visión poliédrica de la historia que se ofrece así desde distintos puntos de vista. El lenguaje está enriquecido con abundante léxico mexicano y con términos derivados del antiguo idioma indígena, el náhuatl. Está además cargado de simbolismo, alusiones a mitos y leyendas locales, con frecuentes recursos propios de la prosa poética, al tiempo que  suele ofrecer pistas que relacionan sutilmente unos fragmento con otros.  Para ilustrar estos aspectos citaré dos ejemplos: la imagen del fantasmal caballo sin jinete que recorre enloquecido la pradera como anunciador y símbolo de la muerte; o la frase “entonces el cielo se adueñó de la noche” (y no al revés) como imagen poética para significar que se apagaron las luces del pueblo.
          La novela, aunque fragmentaria, tiene dos partes claramente definidas. En la primera Juan Preciado, supuesto hijo bastardo de Pedro Páramo, cuenta en primera persona su viaje al pueblo de Comala, una especie de viaje iniciático hacia sus orígenes. Allí encuentra un pueblo desolado y a personajes que el autor dibuja deliberadamente de forma ambigua, en el límite entre la vida y la muerte. Este mundo, a medio camino entre la realidad y la ensoñación, conduce al personaje hacia la enajenación mental y la muerte. El relato está veteado con frecuentes interpolaciones sobre la infancia de Pedro Páramo. Sobre este personaje principal trata la segunda parte narrada en tercera persona. Un terrateniente y cacique local, con derecho de pernada y poder de vida o muerte sobre los habitantes del pueblo.
          La narración, al margen de los aspectos simbólicos y míticos, tiene un fondo de realismo como retrato sociológico y político de la sociedad mejicana de principios de siglo XX, con problemas como la desigualdad social y económica entre una minoría de propietarios criollos y la mayoría de mestizos e indígenas que forman el peonaje agrícola; el sistema caciquil; la sumisión del clero ante los poderosos y su rapacidad con un pueblo pobre y religioso; por fin la revolución que, con altibajos, termina por oficializarse  y  cumplir con aquella frase de El Gatopardo: “es preciso que todo cambie para que todo siga igual”.
          Lo que mejor refleja Pedro Páramo es el carácter del pueblo mejicano. Un carácter forjado en el mestizaje, más cultural que racial, basado en el sincretismo entre la  religión cristiana y los antiguos ritos y creencias indígenas. También los abusos de poder institucionalizado que comenzó con las encomiendas y condujo al desigual reparto de la tierra. Todos estos aspectos, y otros muchos, templaron ese carácter indígena mezcla de estoica laboriosidad en la pobreza, sentido fatalista ante la vida y la muerte, y profunda religiosidad, muy ritual y no exenta de superstición.


viernes, 12 de agosto de 2011

LOS GODOS EN ESPAÑA. E.A. Thompson


El historiador inglés E.A. Thompson  es reconocido como una autoridad  en la historia de los bárbaros, y en particular de los visigodos en Hispania. Esta es además una de las obras más destacada en su bibliografía.
La dificultad de estudiar este periodo de casi dos siglos de dominación goda en la península radica en la escasez de fuentes fidedignas, ya que casi ningún historiador de la época escribió sobre el mismo. Se les suele dar valor de fuente a  los escritos de San Isidoro de Sevilla que sólo son, como es conocido, de carácter teológico y doctrinal. También pueden considerase como tales, algunas cartas entre obispos, las actas de los Concilios de Toledo y los códigos de leyes de Alarico, Leovigildo y Recesvinto. Estas últimas suponen una abundante información jurídica pero aportan poca información sobre las costumbres y forma de vida de los visigodos o el grado de integración con la población hispano-romana. De algunos reyes se conoce apenas el nombre, de ahí que la lista de los mismos fue lo único que pudimos estudiar en el bachiller.
          Con este escaso material Thompson desarrolla una amplia panorámica de la historia de los visigodos en España, aunque reconoce y especifica claramente las limitaciones del  estudio. Las conclusiones pueden resumirse en las siguientes: Los visigodos entran en Hispania a finales del siglo V como aliados o federados de algunos generales, usurpadores del poder imperial ante el derrumbe del mismo en Roma; también debe considerarse la presión que sobre ellos ejercieron los francos en las Galias. Aprovechan las estructuras administrativas romanas, sobre todo en lo tocante a la recaudación de impuestos. A nivel jurídico siempre existió una separación entre godos e hispano-romanos aunque parece que nunca hubo rechazo entre ambas poblaciones o al menos entre las oligarquías nobiliarias respectivas. Los godos conservaron el poder político y militar mientras que los cargos eclesiásticos se reservaron para los romanos. Inicialmente arrianos, se convirtieron al catolicismo sin grandes traumas quizás para aprovechar la influencia de la Iglesia sobre la población. Las actas de los Concilios demuestran que dicha Iglesia siempre estuvo subordinada al poder real lo que en algunas ocasiones la llevó a enfrentarse al Papa de Roma. La monarquía visigoda tenía en su carácter electivo un punto flaco que propició frecuentes rebeliones e intentos de usurpación. A finales del siglo VII el poder militar visigodo se fue debilitando, entre otros factores porque el grueso de sus tropas estaban integradas, en ese tiempo, por esclavos. No se conocen con claridad las causas del derrumbe del poder visigodo pero, en cualquier caso, la leyenda en torno a Don Rodrigo, la Cava y el conde Julián carece de cualquier realidad histórica.

sábado, 6 de agosto de 2011

BROOKLYN FOLLIES. Paul Auster

Cuando disfrutamos de una película de Woody Allen,  o  lo muestran en los noticieros interpretando jazz, lo solemos asociar de inmediato con la ciudad de Nueva York. Algo parecido me ocurre con el mucho  menos mediático escritor Paul Auster. Ambos personajes son de origen judío y los dos nacieron y vivieron en Nueva York  o sus cercanías (Brooklyn, Nueva Jersey). No es casual por tanto que sus respectivas obras estén saturadas de ambiente neoyorquino. 
En el caso de Auster, muchas de sus novelas se desarrollan en esta ciudad. Por citar algunas mencionaremos esta que hoy nos ocupa, y otras como “ El palacio de la luna” o “Trilogía de Nueva York”, ambas publicadas a principios de los años 90 en España, que lo dieron a conocer en nuestro país y lo consagraron como autor de éxito.
          Paul Auster está considerado como  uno de los máximos representantes de la narrativa norteamericana actual. Además de su clara sensibilidad neoyorquina, su obra tiene otras señas de identidad. Sus relatos suelen contener facetas autobiográficas y   están impregnados de  matices existencialistas. Describen la desposesión, los conflictos en las relaciones interpersonales, o la incomunicación. Con frecuencia sus personajes son  seres fracasados, que quedaron marginados en el camino de esa “moral del triunfador” que tan bien define a la sociedad norteamericana. El triunfo, según Auster, es el premio de los  ambiciosos y amorales, a los cuales uno de sus personajes llama “granujas con temple”. Estos rasgos distintivos dan a sus novelas un cierto tinte de pesimismo vital, aunque el autor suele redimir  a  sus personajes y les concede una segunda oportunidad rematando la historia, por lo general, en un final "feliz".
         Otras de las obsesiones del escritor norteamericano es el azar  y su influencia en la existencia del ser humano. En sus narraciones se destacan los errores o los acontecimientos aparentemente anodinos que conducen a bifurcaciones vitales  y terminan por dar un giro total a la vida de sus personajes. En “Brooklyn Follies” se relata una anécdota que ilustra lo ilustra bien, la del judío alemán que sobrevive al exterminio nazi y muere, poco antes de reunirse con su hijo, en un estúpido accidente de tráfico.
         El estilo literario de Auster es sencillo y directo, con toques de sarcasmo e ironía y, cuando la ocasión lo requiere, no renuncia incluso al lenguaje procaz para reforzar una apelación directa a la complicidad del lector.  No obstante, esta aparente sencillez esconde una estructura narrativa compleja, con frecuentes cambios de narrador, digresiones, e historias dentro de la historia.
         Todos los aspectos mencionados hasta el momento los podemos encontrar, en mayor o menor grado, en  “Brookly Follies” (2005), una de sus últimas novelas. El título hace referencia a  los relatos que para distraerse  escribe ( en folios sueltos)   un recién jubilado con problemas, que retorna a sus orígenes y se instala de nuevo en dicho barrio neoyorquino. Este es el personaje principal que a su vez contacta con otros de su entorno familiar y vecinal estableciendo así relaciones y vínculos de amistad que dan un nuevo sentido a su vida e influye decisivamente en la de los demás.
         No tiene objeto ampliar más la sinopsis de la novela, pero si  cabe destacar  las situaciones inesperadas y las coincidencias (azar) que dan a la narración un tono optimista en medio de  los problemas existenciales de los personajes. En resumen, una historia con sabor agridulce muy típico del escritor. Destacaré también, como curiosidad, las alusiones críticas a la política y la sociedad norteamericana que entreveran el relato.
         Aún en el terreno de lo anecdótico quiero  resaltar, por último, dos párrafos que, a modo de disquisición, aparecen al final de la novela. En el primero  se hace una breve alusión a la fisiopatología del infarto de miocardio bastante curiosa porque el autor, con sencillez, renuncia a una descripción documentada, por otra parte nada difícil de conseguir, para explicarlo como lo haría un paciente, profano en la materia, que acaba de ser informado superficialmente  por su médico. En el segundo se reflexiona sobre la muerte y sobre la inmortalidad, no trascendente sino basada en la fama perdurable en el tiempo. Unas reflexiones que comparto y a las que  el autor termina dando una salida en clave de humor.
         Se trata pues de una novela interesante, de obligada lectura para los seguidores de  Auster.