miércoles, 19 de junio de 2019

HADJI MURAT. León Tolstói


León Tolstói (1828-1910) es sin duda una de las grandes figuras de la literatura universal. Entre sus novelas más famosas recordaremos siempre Guerra y Paz (1869) y Ana Karenina (1877), consideradas como obras cumbre del realismo ruso. Dentro de su extensa producción, que incluye cuentos, novela corta y obras didácticas recuerdo también La muerte de Iván Ilich (1886) y El padre Sergio (1898), pero desconocía este título que hoy comento y ha resultado un afortunado descubrimiento.
A mediados del XIX, el genial escritor ruso se agregó al ejército y fue testigo de la Guerra del Cáucaso. Como resultado de sus experiencias e impresiones escribió este relato que recoge la historia de un personaje real, Hadji Murat (1790-1852), un jefe guerrillero de la resistencia frente a la invasión rusa que, por diversos avatares personales, enemistado con su líder natural, el imán Shamil, terminó entregándose y colaborando con los rusos. La novela, titulada con el nombre del protagonista, resume los dos últimos años de su vida (1851-1852), en una serie de causas y consecuencias que le abocan a un dramático final. Tolstói apunta aquí a una especie de determinismo histórico, teoría muy en boga por esa época, que el escritor ya había expresado en Guerra y paz.
 Hadji Murat fue escrita a lo largo del tiempo, como fruto de una intensiva documentación histórica sobre el personaje en los últimos años de vida del autor, pero publicada póstumamente, y no completa hasta 1917. Las razones de esta demora se comprenderán a continuación.
El realismo literario, como espejo que pretende reflejar fielmente el ambiente y la realidad de la época, supone por eso mismo una crítica implícita de las costumbres y de los vicios sociales. Así lo entendieron los escritores del realismo francés cuando describieron la hipocresía de la alta burguesía emergente tras la revolución. La sociedad rusa, aún anclada en el feudalismo durante el siglo XIX, con sus grandes contradicciones, era en sí misma un cuadro colorista, pleno en luces y sombras, que los escritores de esa época pintaron con precisión. Pero en general en ese retrato mantenían un cierto distanciamiento o imparcialidad. La crítica no parece ser la intención aparente del escritor, que se limita a describir la realidad y es el lector el que la tamiza en el cedazo de su propia conciencia y descubre las injusticias y vicios que   oculta ese retrato social. Tolstói sigue en sus grandes novelas ese mismo esquema. En todas ellas se hace patente el fuerte contraste entre la privilegiada aristocracia rusa y la miseria general de la población. En Guerra y Paz es ese el ambiente de un relato épico, el de la invasión de Rusia por las tropas de Napoleón. En Ana Karenina, se percibe también, como telón de  fondo, en el retrato intimista de la protagonista enfrentada a su conciencia y su drama personal.
Pero en Hadji Murat la aparente imparcialidad Tolstói se desvanece y toma partido. En la historia se vislumbra claramente la denuncia de una guerra injusta, la del Cáucaso, sólo motivada por el capricho de expansión territorial imperialista, a costa de unos pueblos difícilmente asimilables en lo cultural, aprovechando su primaria organización tribal y la debilidad de los imperios vecinos, turcos y persas. Una guerra muy distinta para la aristocrática oficialidad que disfruta de enormes privilegios, frente a una tropa miserable reclutada entre los siervos de la gleba que se juega la vida por unas monedas en lucha contra guerrilleros emboscados. En este sentido es ilustrativa y emotiva la inútil muerte del soldado Avdeyev, herido en el vientre por una bala perdida. Es un campesino que se alistó en la recluta forzosa a cambio de su hermano que tiene cinco hijos.
El capítulo 15 es una crítica feroz del zar Nicolás I al que hace responsable de esa guerra inútil que dirige personalmente a su capricho y con escasa capacidad. Lo describe como despótico y de carácter colérico, petulante y engreído, enemigo de las reformas y obsesionado por la revolución social. Poco inteligente, desprecio hacia los polacos y otros pueblos conquistados y muy cruel en sus decisiones. Ese despiadado retrato justifica por sí solo que la novela no fuera publicada en vida del escritor.
En cuanto a Hadji Murat, no profundiza en exceso en el retrato psicológico ni en sus sentimientos por más que, ocasionalmente, nos muestre sus dudas respecto a su situación y la de su familia, rehenes de su enemigo Shamil. El carácter heroico del personaje no se percibe bajo el foco de los hechos narrados sino por la fama y los elogios de sus enemigos. Fuerza y valentía, lealtad y hospitalidad para los amigos, respeto hacia el enemigo, pero también la venganza como justicia primaria. Es el retrato de un hombre de carácter noble y algo ingenuo, desconfiado a fuerza de traiciones, orgulloso de su origen y tradiciones frente a los rusos, cuyas civilizadas costumbres tolera pero no comprende. En cierto modo el personaje presenta rasgos que aluden al mito literario del “buen salvaje” que puso de moda Rousseau en el siglo XVIII. A mí me recuerda un tanto a esos indios salvajes y nobles de la filmografía norteamericana sobre el Far West.
La historia se desarrolla de forma lineal, en marco temporal de algunos meses, desde que Hadji Murat se entrega voluntariamente a los rusos. Se relata su obsesión por conseguir ayuda para liberar a su familia, la desconfianza de los rusos, pero también la amistad con algunos de los oficiales. En el último capítulo se produce un salto en el tiempo y unos testigos relatan su dramático final.
A Destacar las observaciones del narrador sobre el cardo tártaro, una planta difícil de destruir por el hombre, que se recupera tras ser pisada o dañada, complicada de extirpar, toda una metáfora sobre la fuerza y resistencia del protagonista, tan salvaje y rudo como la planta, frente al poder civilizado de los rusos.
Para terminar, una novela corta poco destacada en la nómina de obras de Tolstói. Me ha gustado y me identifica más aún con este gran escritor de fuertes principios e ideales sociales sorprendentes en un aristócrata de su época. 
        

viernes, 14 de junio de 2019

SUITES BARROCAS PARA VIOLONCHELO. Guillermo Turina


Dentro del programa cultural Los jueves en la Catedral, organizado por el Cabildo de nuestra Seo, he asistido a una audición original por su estructura, definida como una Conferencia/Concierto porque el músico solista alternó la interpretación instrumental con una ilustrativa charla sobre determinados aspectos biográficos del compositor, Bach en esta ocasión, de los motivos que le llevaron a componer unas suites para violonchelo solo, y algunos otros aspectos misteriosos en torno a las mismas.
    El violonchelista y musicólogo Guillermo Turina dispone de un amplio y consolidado curriculum, tanto en el terreno de la investigación musical como en la interpretación. Consecuencia y fruto de lo primero fue la interesante conferencia en torno a las mencionadas suites. Resultó muy esclarecedora en general, aunque  en muchos aspectos técnicos quedara algo velada para un simple aficionado poco documentado como yo.
         La suite barroca es una composición musical que se desarrolló entre finales del XVII y principios del XVIII. Estaba integrada por un preludio seguido de varias danzas, populares o cultas, de distintos países, con ritmo musical lento o rápido según el origen y características del baile en que se inspiraron. Entre esas danzas cabe destacar la alemanda (allemande) de origen germánico, la zarabanda (sarabande) probablemente hispánica, el italiano corrente (courante), el minueto (menuet) francés y la giga (gigue) inglesa. Todas ellas fueron muy populares en la corte de Versalles y en ellas se inspiró Bach para componer estas dos suites para violonchelo solo, la Suite nº 1 en sol mayor y la Suite nº2 en re menor. El misterio en torno a estas dos composiciones radica al parecer en las dudas que las investigaciones modernas han establecido sobre su autoría real y sobre el instrumento para el que fueron compuestas. Todas las teorías al respecto fueron expuestas por el conferenciante que no optó por ninguna de ellas.
         En cuanto al concierto me pareció magistral en su interpretación. Nos deleitó con el distinto ritmo de las piezas, los cambios en la allemande, el lento de la sarabande y menuet o el más vivaz de courante y gigue, que sugerían impresiones de nostalgia, solemnidad o alegría. Comenzó con el Preludio de la Suite nº1, posiblemente el más popular y escuchado por el público, y terminó con la Gigue de la Suite nº2 que, por su carácter vivo y alegre, permitía aún mayor virtuosismo y lucimiento.
         En resumen, un formato musical muy instructivo y original para mí ya que no estoy acostumbrado a escuchar composiciones para violonchelo como solista, al margen del Cant dels ocells  el popular arreglo de Pau Casals para ese instrumento.